martes, mayo 11, 2010

Falling Man

Aunque suelo reservar las reseñas literarias para la web http://www.espacioluke.com/ a veces se me acumulan. De ahí que incluya aquí la relativa a "Falling Man", la novela de Don DeLillo dedicada al atentado del 11S:



Algunos escritores con vitola de oportunista -pensemos, por ejemplo, en Frederic Beigbeder y su Windows of the World- no dudaron en lanzarse al ruedo -al vacío sería emplear una metáfora demasiado siniestra-, pero a la literatura le conviene dejar pasar un tiempo prudencial antes de abordar un fenómeno que ha tenido un impacto real, más aún si se trata de un evento de la magnitud de atentado del 11S contra las TorresGemelas de Nueva York.




No es posible asimilar, determinar el verdadero alcance, las consecuencias de un acontecimiento de semejante calibre -encontrarle sentido quizás sea una tarea imposible pese a su brutal inserción en la realidad- sin la perspectiva que ofrece el paso del tiempo. Y muchas veces ni aún así. Por ello uno está tentado a pensar que un periodo de seis años -es el intervalo que media entre el atentado y la publicación de la novela Falling Man- no resulta suficiente ni siquiera para escritores con el talento y la perspicacia de Don DeLillo.



Y es que una de las virtudes de DeLillo es su capacidad para registrar las corrientes alternas, las ondas subliminales que envuelven y dotan de sentido a fenómenos de apariencia más o menos banal, como si a la hora de desentrañar el misterio de un ser vivo en gestación entendiera que en lugar de en el feto las claves residieran en la placenta que lo acoge. Así, el responsable de White Noise o de Underworld parece un autor idóneo a la hora de poner el foco en el alcance de lo que aconteció en Nueva York durante aquella soleada mañana de septiembre.



La lectura de Falling Man deja, sin embargo, cierto regusto a ocasión desperdiciada. Aunque podemos entender, empatizar con la crisis emocional, con el extravío existencial al que se ven sometidos sus personajes, no resulta fácil asociar sus cuitas al atentado. Es más bien como si ése se entremezclara o, a lo sumo, destapara, exacerbara, unas carencias que ya estaban allí.



Pero lo que en última instancia lastra el loable empeño de DeLillo es la fallida metáfora construida alrededor del personaje que da título a la novela. Se trata de un artista o performer que sin previo aviso simula arriesgadas caídas, siempre desde lugares elevados, en espacios públicos de la ciudad de Nueva York, como una evocación de aquellos trabajadores que arrastrados por la desesperación se lanzaron al vacío desde los pisos más altos de las Torres Gemelas. Si acaso, las representaciones de El hombre en caída libre producen en el lector extrañeza e incomprensión, sensaciones que al abordar la lectura del libro éste, quizás ingenuamente, confiaba en empezar a dejar atrás. Al terminar la lectura la sensación de absurdo pervive y uno no puede por menos que preguntarse si sus expectativas al abordarla eran fundadas.

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