jueves, junio 14, 2012

Operación Shylock, Philip Roth

No parece casual que una novela que indaga en la identidad comience con la exhaustiva descripción de una crisis nerviosa que amenaza con destruir a su protagonista, que es a su vez el autor de la misma.

Operación Shylock es una obra erigida sobre una sucesión de conflictos de identidad que, al modo de círculos concéntricos, se desparraman y salpican alimentándose unos a otros con consecuencias imprevisibles: el conflicto entre el verdadero Philip Roth y un supuesto alter ego que campa a sus anchas tras haber usurpado la personalidad del escritor; el conflicto de identidad que aqueja a un pueblo judío dividido entre las perspectivas sionista y de la diáspora; el conflicto, por supuesto, entre judíos y palestinos; pero también entre judíos y gentiles; el conflicto de los judíos con su propio pasado, sea con sus verdugos nazis (el juicio a Ivan Demanjuk o Iván el Terrible, despiadado guardián en el campo de concentración de Treblinka, y las dudas acerca de su identidad transcurridos más de cuarenta años, que en última instancia determinarán el veredicto, ejerce de hilo conductor de la narración), o con su experiencia como supervivientes del Holocausto. El conflicto, en definitiva, entre las dos personalidades de un pueblo judío que ha sufrido como víctima para acabar actuando como verdugo.

Conflictos sin fin causados y alimentados por la neurosis del protagonista –los roles del Roth genuino y del farsante se demuestran intercambiables- como símbolo de la neurosis de todo un pueblo cuya identidad es objeto de permanente cuestionamiento, con los sentimientos encontrados que ello desata: culpa, victimismo, legitimación, afrenta…

Operación Shylock se enmarca en el periodo creativo más ombliguista de su autor –fue publicada en 1993, pocos años antes de Pastoral Americana, la obra que supondría un punto de inflexión en su carrera-, en la que se abordan aspectos como el compromiso del autor con su obra en la tradición del Philip Roth iconoclasta que paga un alto precio por osar romper tabúes judíos, o el eterno conflicto entre realidad y ficción.

Por supuesto, en una obra de Roth no podía faltar la líbido encarnada en esta ocasión en una exhuberante enfermera de origen polaco.

Pero al final lo que sobresale entre tantas contradicciones es el compromiso con el estado de Israel del que todo judío –pese a sus dudas o conflictos- es un instrumento. Así, el autor no solo aceptará trabajar para sus servicios secretos sino que llegará a autocensurarse como escritor por una causa superior. El Roth iconoclasta y transgresor también tiene sus límites, aunque sea solo en la ficción.




Adjunto también los enlaces a las reseñas sobre Indignación y Sale el espectro que escribí para espacioluke:

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