Herman Hesse es un
autor que me marcó como lector, mucho, al leerle en una edad crucial
en mi formación, gracias al impacto que me produjeron novelas suyas
como Demian o el Lobo estepario, también Peter Camenzind o Narciso y
Goldmundo. En concreto, la lectura de Demian con 16 o 17 años
-recuerdo que entonces estaba en 3º de BUP- me conmocionó. Tras
acabarla permanecí como obnubilado durante días. Descubrí gracias
a ella que el efecto de una ficción podía ser en mí tan poderoso,
o aún más, que la propia realidad. Intuyo que a partir de entonces
busqué en otros libros reeditar la emoción que me había producido
aquel, revivir semejante turbación. Quién sabe si aún hoy, de
forma un tanto inconsciente, aún lo hago.
Con el paso del
tiempo, como es lógico, aquel chico impresionable fue cambiando,
madurando -cabe pensar, aunque esto último tampoco lo tengo claro- y
el recuerdo de aquellas lecturas acabó por disiparse. Las novelas de
Herman Hesse quedaron para mí ligadas de forma estrecha a una etapa
temprana de mi vida. Pese a que nunca olvidé el efecto que su
lectura tuvieron en mí y por ello me sentía agradecido, algo me
desaconsejaba probar a releerlas. El temor, supongo, a sentirme
defraudado o a encontrarlas superadas por las circunstancias, a ver
desvanecerse su magia ante mis ojos, como tantas veces sucede con las
lecturas tempranas que en su día sentimos como cruciales en nuestra
formación. Releí, sí, Demian -no lo pude evitar- pero desistí de
probar con las otras.
De ahí ahora mi
sorpresa, y mi alegría, al leer y disfrutar, después de tantos
años, de la obra de Herman Hesse. Como a menudo ocurre fue el azar
quien me trajo de vuelta a él, al encontrarme con un libro suyo de
segunda mano, un volumen que contiene una compilación de artículos,
comentarios de viajes y reflexiones varias, por el módico precio de
1 euro -más barato no te lo puedo dejar, me dijo el vendedor, y sólo
pude asentir-. Su autor, después de todo, mantenía cierto influjo
pasados los años. Pensé en leerlo a trompicones, a ratos sueltos,
sin grandes expectativas, uno de esos libros que pueden permanecer
durante meses o incluso años por ahí cerca, del que echar mano como
comodín entre otras lecturas. Pero he ahí que fue empezarlo y
buscar darle cierta continuidad. Los temas y asuntos que trata no me
entusiasman pero su personalidad, sí, la forma de verlos, de
enfocarlos, de reflexionar sobre ellos, su sensibilidad, en
definitiva, esa que ya me cautivara entonces.
La experiencia me ha
hecho feliz, que un autor que creía superado haya regresado con
fuerza, esta vez a través de sus ensayos. Hasta el punto de que hoy
me planteo probar a leer El juego de los abalorios, la única gran
novela suya que en su día dejé al poco de empezar y que, por tanto,
me falta para encajar el puzzle. Aunque atenuada, como corresponde a
mi edad actual, y adaptada al género literario del ensayo, he
revivido algo de la fascinación que entonces sentí. Sí, podría
afirmar que Pequeñas alegrías ha sido un poco el equivalente a
Demian, esta vez ya en mi avanzada madurez.
“Hubo periodos en
que el odio parecía ser la norma obligada, y el fanatismo la actitud
a adoptar; el que no era capaz de tales fórmulas y actitudes,
quedaba barrido de la actualidad”. (Saludo desde Berna, 1917).
“...pensaba que
debíamos estudiar al pueblo chino como a un competidor de igual
valía que nosotros, que podía ser nuestro amigo o nuestro enemigo,
pero que en todo caso podía beneficiarnos o perjudicarnos
enormemente”. (Recueros de Asia, 1914).
“Estamos en otoño,
huele a marchito, a cabello gris, a jubileos, a cementerio”.
(Otoño, naturaleza y literatura, 1926).
“Y justamente
aquellos que se dicen más patriotas aplican la palabra vejatoria a
los más nobles movimientos de la Alemania actual, a los ideales que
evocan y suscitan algo diferente y mejor que una próxima guerra”.
(Otoño, naturaleza y literatura, 1926).
“...la protesta
del poeta contra el general, contra el banquero, contra el ingeniero,
contra la máquina calculadora, la protesta del corazón contra la
tosquedad y la pobreza de eso que hoy se llama vivir”.(Hacer
las maletas, 1926).
“Tampoco
sabía que a la vuelta de unos años vendría la guerra y destruiría
y empobrecería nuestra vida y que la mayoría de sus participantes
quedaría encandilada con ella, y una vez terminada estarían
firmemente decididos a no sacar lección alguna”. (Recuerdo de un
peregrinaje a pie, 1932).