El mundo es de quien no siente. La condición esencial para
ser un hombre práctico es la ausencia de sensibilidad. La cualidad principal en
la práctica de la vida es aquella cualidad que conduce a la acción, esto es, la
voluntad. Ahora bien, hay dos cosas que estorban a la acción –la sensibilidad y
el pensamiento analítico, que no es, a fin de cuentas, otra cosa que el
pensamiento con sensibilidad. Toda acción es, por naturaleza, la proyección de
la personalidad sobre el mundo exterior, y como el mundo exterior está en buena
y en su principal parte compuesto por seres humanos, se deduce que esa
proyección de la personalidad consiste esencialmente en atravesarnos en el
camino ajeno, en estorbar, herir o destrozar a los demás, según nuestra manera
de actuar.
Para actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos
con facilidad las personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza,
se detiene. El hombre de acción considera el mundo exterior como compuesto
exclusivamente de materia inerte –inerte en sí misma, como una piedra sobre la
que se pasa o a la que se aparta del camino; o inerte como un ser humano que,
por no poder oponerle resistencia, tanto da que sea hombre o piedra, pues, como
a la piedra, o se le apartó o se le pasó por encima.
El máximo ejemplo del hombre práctico, por reunir la extrema
concentración de la acción junto con su importancia extrema, es la del
estratega. Toda la vida es guerra, y la batalla es, pues, la síntesis de la
vida. Ahora bien, el estratega es un hombre que juega con vidas como el jugador
de ajedrez juega con las piezas del juego. ¿Qué sería del estratega si pensara
que cada lance de su juego lleva la noche a mil hogares y el dolor a tres mil corazones? ¿Qué sería
del mundo si fuéramos humanos? Si el hombre sintiera de verdad, no habría
civilización. El arte sirve de fuga hacia la sensibilidad que la acción tuvo
que olvidar. El arte es la Cenicienta que se quedó en casa porque así tenía que
ser.