Aunque la actitud punk –ácida, descreída, hiriente- de
Despentes constituye una seña de identidad de su trilogía, la comunidad que
imagina para sus personajes rezuma cierto espíritu hippy: regreso a la
naturaleza, a lugares recónditos al margen de la civilización, satisfacción
sólo de las necesidades básicas, nomadismo, vida en comunidad sin reglas, sin
jerarquías, en las que cada cual encuentra su espacio natural. Un estilo de
vida que pone en valor lo efímero, lo no establecido, lo improvisado, siempre
en precario equilibrio, para el que el dinero representa una amenaza dado que
su razón de ser es el desinterés, de ahí su fuerza pero también su fragilidad.
Los pasajes en entornos urbanos resultan cínicos, sórdidos, violentos
en comparación, como si reafirmaran la condición de inadaptados, de deshechos y
renegados de unos personajes que les han dado la espalda. La autora alude a
sucesos que han marcado la realidad reciente de Francia: el atentado a la
revista satírica Charlie Hebdo, la multitudinaria protesta contra las medidas
del gobierno socialista de Hollande denominada Nuit Debout o el atentado
islamista contra la sala de conciertos Bataclan. Introduce a varios de sus
personajes en alguno de estos hechos o los presenta de algún modo afectados por
ellos, reservando para la matanza del Bataclan un cariz premonitorio. Despentes
aprovecha para emitir opiniones sobre las circunstancias que los propiciaron y sobre
sus consecuencias en la sociedad francesa: el miedo que han propagado y que a
su vez alimenta ese otro que resulta de ver cómo los presupuestos que
inspiraron a la sociedad occidental se deshacen de forma acelerada ante
nuestros ojos, bajo nuestros pies. La conclusión de la trilogía resulta un tanto acelerada y culmina en un chocante epílogo que de forma abrupta abandona el realismo que ha caracterizado a la narración para adentrarse de forma precipitada en el terreno de la distopía ominosa y acabar desembocando en la ciencia ficción más alucinada, ofreciendo un símil de las convergencias nada menos que con el cristianismo: la entrega colectiva a la experiencia sensorial como una religión en ciernes. La narradora punk muta en idealista en el transcurso de unos pocos párrafos. Habrá a quien tan sorprendente mutación le provoque desconcierto y se muestre incapaz de converger con ella. En lugar de dar el salto de fe que le propone Despentes, optará por tomárselo a broma para quedarse con la visión desengañada de la realidad, poco maniquea desde el punto de vista ideológico pues la autora reparte sus dardos en todas direcciones, en lo que ésta tiene de advertencia, sin prestar demasiada atención a las repentinas ínfulas de trascendencia.
Si lo deseas, en el siguiente enlace puedes consultar las reseñas de Vernon Subutex 1 y 2
Esta reseña está también disponible en el número de abril de la revista digital de agitación cultural agitadoras