En un país tan
contaminado por el debate político, más bien por su sucedáneo,
como el nuestro no deja de entrañar cierto riesgo opinar sobre el
estreno de una película española -en realidad una coproducción
hispano-franco-italiana aunque con marcado sabor patrio por la lengua
empleada, la procedencia del reparto y su localización- con
pretensiones. Es sabido que la industria del cine en nuestro país
despierta ojeriza en un amplio y vociferante sector de la población
que la asocia con la propagación de un discurso progresista que
rechaza. No digamos si además está protagonizada por dos de sus
figuras más emblemáticas las cuales no sólo consiguieron el éxito
y obtuvieron los premios más renombrados en Hollywood sino que
además conforman una pareja. Que la película esté escrita y
dirigida por un prestigioso director iraní no dejará de resultar un
detalle prescindible, casi una anécdota, para esa gente dispuesta a
mostrar de raíz su animosidad hacia la película y sus
protagonistas. Al desprecio hacia un sector industrial y cultural que
ven como entrometido se uniría la envidia y las acusaciones de
hipocresía hacia aquellos a quienes hemos visto envueltos en oropel
sin renegar de su compromiso de izquierdas.
Por todo ello me
cuesta pensar que sea una mera casualidad la elección de la trama de
la película Todos lo saben, dirigida por Asghar Farhadi, y
protagonizada por Penélope Cruz y Javier Bardem: el secuestro de una
adolescente concebida in extremis por ambos antes de que sus
trayectorias se separasen la cual cae víctima del resentimiento, la
envidia y la codicia de algunos de sus paisanos. Coincidencia o no,
la tentación de plasmar un paralelismo entre los hechos narrados en
la película y las vivencias de sus dos grandes protagonistas,
respaldados eso sí por un reparto con las mayores garantías, es
grande: sus vecinos les hacen sufrir y pagar un altísimo precio a
fin de salvaguardar lo que es más querido para ellos dos pero el
doloroso trance sirve también para revelar lo que les une ya de
forma indisoluble y que se ve reafirmado al estar aquel que cuenta
con margen de maniobra dispuesto a asumir el alto precio exigido.
El amor exaltado,
aunque sea por vía latente en el caso de los protagonistas si bien
la película nos ofrece la oportunidad de paladearlo en clave de
juerga a través de una pareja interpuesta -la boda de la hermana de
la protagonista es la excusa que le trae a ella y a sus dos hijos,
sin la compañía de su marido, desde la Argentina donde vive- y la
envidia, son dos pasiones universales que encuentran un buen anclaje
en nuestra sociedad. En un pueblo de tradición vinícola situado en
la España profunda en esta ocasión, que sirve como microcosmos a
esa constelación de resquemores y secretos, camuflados con mayor o
menor éxito tras las apariencias, que afloran con fuerza ante un
suceso grave que obliga a cada cual a posicionarse y a revelar así
su auténtica naturaleza.
Farhadi ya demostró
en sus anteriores películas, sobre todo en Nader y
Simin, una separación pero también en El
pasado, su maestría a la hora de dibujar personajes complejos,
con múltiples capas, las cuales se van deshojando a medida que la
creciente complejidad de la situación, siempre de naturaleza
traumática -un divorcio en el caso de las dos películas
mencionadas- lo exige. Es lo que también sucede en Todos lo saben,
con la peculiaridad de que el striptease emocional viene esta vez
motivado por un suceso con naturaleza de thriller y los personajes a
desnudar son esta vez más numerosos. Porque caracterizada por una
intrincada trama en clave noir, y pese al protagonismo de Cruz y
Bardem, la de Afghani es una película coral, sustentada en un amplio
y sólido reparto que lejos de servir solo como apoyo a aquellos dos
dispone de suficientes resortes narrativos e interpretativos -sobre
todo en los casos de Barbara Lennie, Eduard Fernández, Elvira
Mínguez o Ramón Barea- para brillar con luz propia.
Ningún personaje es
neutral en Todos lo saben, lo que aporta consistencia a la trama a
medida que se va revelando su situación aunque alguna de las capas
lleve a tensar la credulidad a medida que se va revelando lo que hay
debajo de ellas. En ese sentido, quizás el personaje más forzado
sea el del marido argentino de la protagonista, protagonizado por
Ricardo Darín, que adquiere cuerpo en la segunda mitad de la
película una vez regresa de su país ante el trágico suceso. Al
igual que sus habitantes, la incrustación foránea en el pueblo
también se ve lastrada por su pasado, el verdadero protagonista de
las historias de Farhadi, aunque en su caso víctima de sí mismo y
no tanto de las consecuencias de su trato con los otros, como les
sucede a los demás.
Ante la decisión de
un director de renombre mundial de venir a España a rodar con
actores españoles resulta difícil no acordarse de la experiencia
protagonizada en su día por Woody Allen, curiosamente con la misma
pareja protagonista -en su caso complementada con la presencia de
Scarlett Johanson, quizás con la intención de facilitar su
comercialización en los países de habla no española-, si bien
Farhadi ya ha expresado que no tiene especial interés en seguir
rodando en otros países -El pasado transcurría en Francia- y su
intención es volver a centrarse en Irán. Si es así, hay que
reconocerle su acierto en adaptar a nuestro país una historia cuya
lectura es universal y hacerlo con una sobriedad formal que elude los
tópicos, a excepción quizás de esas incrustaciones con aire de
flamenco ligero que, por momentos, complementan la banda sonora
compuesta por Alberto Iglesias.
Se puede concluir
que la experiencia de Afghadi en nuestro país tuvo final feliz, todo
lo contrario del de su película, tan abierto como profundamente
inquietante. Bajo la aparente resolución de la tragedia, evitada in
extremis gracias a un sacrificio personal, la corriente oculta y
siniestra ya muta y se retroalimenta como un monstruo insaciable.
Reseña también disponible en el número de octubre de agitadoras