Atrincherado en la
noche en un palacio abandonado en el que pasara largas temporadas
interno cuando servía de manicomio, rodeado por efectivos de la
Guardia Civil, Juan García Inoria, alias Juanito
Pastillitarojigualda, desgrana los principales acontecimientos que
han marcado su vida con la momia de una monja que en su día atendió
el centro como interlocutora. Tal es la premisa de Perorata del
insensato, la novela del veterano escritor navarro Miguel
Sánchez-Óstiz, editada por Pamiela Etxea en 2015.
Las doble condición
del protagonista que define su trayectoria ha sido la de loco y la de
pintor. Con la primera nos adentramos en las circunstancias de las
personas que sufren una enfermedad mental vista desde la parte más
vulnerable: su dificultad para encajar en el entramado familiar, los
encerramientos en psiquiátricos, el ambiente que en ellos se vive y
las relaciones que allí se establecen, las jerarquías, la labor de
los profesionales que velan por la salud mental incluidos sus abusos
de autoridad, las monjas que cuidan a los enfermos, como fue el caso
de sor Hilda cuya momia se ha procurado como compañía.
Juan García Inoria
se explaya también sobre su vocación como pintor y su ambición por
desarrollar una carrera profesional y obtener el éxito en Madrid,
donde viviría largas etapas de su vida. Ello le da pie a describir,
con una visión ácida y descacharrante, la evolución del mundillo
artístico y cultural de la capital desde los años ochenta hasta la
actualidad, no exenta de cierto morbo al no ahorrar el autor los
nombres de algunos de sus integrantes.
El fresco que
resulta de la perorata del insensato es el de una sociedad
desquiciada, cínica, oportunista y traicionera, asentada en la
impostura, en la que el loco se revela como el personaje más
coherente, cuyo destino no parece otro que introducir el dedo en la
llaga y ser condenado.
Es el de Juan García
Inoria un monólogo alucinado, disparatado, libre, inventivo en la
expresión y muy socarrón, que lo mismo recurre a anglicismos
derivados en casticismos, que se vale del argot taurino -las críticas
despiadadas que recibe por parte de personajes influyentes del mundo
artístico que buscan destruirle las denomina “rejón”.
Nos ilustra también
sobre sus amoríos, siempre en clave de “amor fou”, y sus
repetidas escapadas del psiquiátrico, como aquella en la que acaba
trabajando en un circo. Es el suyo un monólogo-diatriba que apela a
la complicidad del lector, dado lo inverosímil de sus circunstancias
y la frenética sucesión de sus altos y bajos. Así, el protagonista
lo mismo se enriquece al tocarle la lotería que es dado por muerto
lo que le permite procurarse una nueva identidad como ciudadano
argentino.
Es el propio autor
quien en el epílogo ofrece claves para posicionarse ante la novela,
la cual emparenta con la tradición del teatro de guiñoles -en el
suyo no queda títere con cabeza-, con la sátira y el esperpento,
marcando distancias entre autor y narrador, haciendo también
explícitas sus referencias musicales, literarias y pictóricas, las
cuales se filtran en el texto, transformando una obra de poso amargo
en una fiesta del sinsentido burlesco.
Habrá a quien 348
páginas de exaltado monólogo le parezcan muchas, al menos en los
tiempos que corren, y habrá también quien encuentre cierta
resistencia para progresar en la primera parte de la novela al girar
los acontecimientos en una clave más personal, en comparación a la
segunda en la que la trayectoria artística del protagonista adquiere
mayor relevancia y gracias a sus inquietudes y al entorno en que se
mueve, permite al lector encontrar más asideros.
A quienes persistan
Sánchez-Óstiz les brinda una despiadada crítica de la España
nueva rica, sin valores más allá del medrar y el acomodarse al sol
que más calienta que JGI, en su inconsciencia o, más bien, en su
tozuda consecuencia como artista libre y comprometido atraviesa como
un estilete pagando el inevitable peaje por ello, de ahí su
imperiosa necesidad de explayarse y de justificarse. Finalizada la
lectura uno concluye que, más que la de un insensato, ha leído la
perorata de un insumiso.
Esta reseña está también disponible en el número de enero de agitadoras