domingo, octubre 07, 2012

Los peces no cierran los ojos

I PESCI NON CHIUDONO GLI OCCHI

Los peces no cierran los ojos, la última novela de Erri De Luca, autor de una cincuentena de libros, es su obra más autobiográfica hasta la fecha. Rememora en ella un verano transcurrido en una isla de la bahía de Nápoles cuando el escritor tenía diez años. El niño que nos presenta de Luca resulta un personaje singular. Se lamenta porque se ve a sí mismo como un ser descompensado, cuyo cuerpo no parece estar a la altura de una mente desarrollada a base de numerosas lecturas forjadas en la biblioteca paterna. Así, entiende mejor a los adultos que a los chicos de su edad y actúa en todo momento según sus propias reglas.

La novela consta de dos historias paralelas que giran en torno a dos parejas: una incipiente, infantil, se acerca; la otra, madura, en crisis, se distancia. O, mejor dicho, tres parejas si incluimos la relación entre madre e hijo, protagonistas, una y otro, de su respectiva historia, ante quienes gravita el vacío provocado por la ausencia -no se sabe si temporal o permanente- paterna. Las tramas, no exentas de suspense e incluso de violencia en uno de los casos, se ven complementadas con numerosos, aunque breves, apuntes biográficos, reflexiones, que iluminan no ya la trayectoria vital del autor sino la insalvable distancia entre aquel que De Luca fue y ese otro que hoy es.


Haciendo gala de ese laconismo, ese minimalismo que es seña de identidad del autor -su empleo de frases breves que se acompasan al ritmo de la respiración-, junto a su maestría a la hora de crear imágenes a través de las metáforas: “leer era como hacerse a la mar con la barca, la nariz era la proa, las frases, olas”; “éramos –los niños de su generación tras la Segunda Guerra Mundial- la espuma que dejó la marejada”, De Luca recupera un buen número de sus obsesiones: Nápoles como destino, la gente sencilla –homenaje incluido al Neorrealismo a través de las artes de pesca de los isleños-, el goce de los sentidos, el misterio femenino, el contacto físico con el entorno, la violencia, el compromiso, la reivindicación de los seres vivos no humanos, la lectura, la escritura –“de palabra se dicen un montón de mentiras, pero cuando uno las escribe, entonces son verdad”-, las frases, las palabras, los libros…

Las páginas de Los peces no cierran los ojos desprenden la dulce nostalgia, la melancolía propia del fin del verano cuando la vid se halla pronta para la cosecha, cuando un hombre adulto echa la vista atrás y trata de reconocerse –con desigual fortuna- en el niño que una vez fue. Estamos ante una obra de madurez, como la uva lista para ser arrancada, que funde con sencillez los más diversos géneros: autobiografía, novela de formación, thriller, novela romántica, y que debería servir a De Luca para acceder, por fin, a un público más amplio.

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