Tal y como su título indica, El elogio de la sombra, breve ensayo escrito por Junichiro Tanizaki en los años treinta del pasado siglo, es una sensible y refinada crítica al culto a la luminosidad –excesiva, a juicio del autor- que, gracias a los avances técnicos, se abría paso por aquel entonces en Japón procedente de Occidente.
Al contrario que en los países occidentales, donde se valoran los espacios abiertos, nítidos, claros, en los que todo queda a la vista y donde se rinde culto al brillo, Tanizaki reivindica el uso de luces tenues, indirectas, que no iluminen todos los rincones y que proporcionen matices y misterio, algo consustancial a la tradición japonesa. Para ilustrar su tesis, el autor recurre a tres manifestaciones artísticas: la gastronomía, la arquitectura y el teatro.
Pero partiendo de una cuestión estética el ensayo se desdobla también en una crítica cultural, en una defensa de la tradición oriental ante el colonialismo cultural procedente de Occidente. En este sentido se puede hablar de Tanizaki como de un autor nacionalista y reaccionario –la prevención ante la aceptación acrítica de todas las formas de progreso-, lo que no deja de ofrecer inquietantes connotaciones en un contexto como el de Japón en los años treinta, un país sometido a un férreo régimen militar que se aprestaba a desatar su agresiva política de expansión por Oriente.
No obstante, en lugar de defender su tesis a rajatabla, Tanizaki se revela un autor lo bastante sutil y sensible como para deslizar alguna contradicción que sirve de contrapunto y que relativiza, en alguna medida, su postura y que, a la postre, le humaniza.
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