viernes, abril 05, 2013

Cómo los ricos destruyen el planeta

A excepción del instinto de la propia conservación, la propensión a la emulación es probablemente el más fuerte y persistente de los motivos económicos. Las necesidades no son infinitas, superado cierto nivel vienen estimuladas por el juego social. El objetivo esencial de la posesión de riqueza sería, por tanto, exhibir los signos de un estatus superior y el motor central de la vida social la rivalidad ostensiva que apunta a exhibir una prosperidad superior a la de sus pares. La división de la sociedad en capas estimula la rivalidad general ya que cada estrato social acepta como ideal el esquema general de la vida que está en boga en el estrato superior más próximo y dedica su energía a vivir con arreglo a dicho ideal. Una visión similar sería aplicable a escala planetaria donde se da una emulación entre países ricos y pobres. Dicha tesis, tomada prestada de la obra Teoría de la clase ociosa, del economista Thorstein Veblen, constituye la base de la obra “Cómo los ricos destruyen el planeta”, escrita por el periodista francés especializado en temas medioambientales Hervé Kempf.

La obsesión por el crecimiento económico, hoy en boga, reside en que permite elevar el nivel general de la riqueza y, por tanto, mejorar la suerte de los pobres sin necesidad de modificar la distribución de la misma. Ello pese a que desde los años setenta del pasado siglo se constata que el crecimiento ha venido acompañado de un aumento de las desigualdades además de un progresivo deterioro del medio ambiente. Pero el crecimiento no se critica –al contrario, se lo implora- porque permite que las sociedades acepten desigualdades extremas sin cuestionarlas, lubrica el sistema sin modificar su estructura.

Sin embargo el crecimiento ilimitado choca con la habitabilidad en un planeta finito, de ahí la imposibilidad de sostenerlo en el tiempo sin provocar una degradación de los recursos de la biosfera. Y de ahí la necesidad cada vez más acuciante de cambiar los estándares culturales del consumo ostensible en favor de un decrecimiento material. Algo impensable sin el concurso activo de la oligarquía mundial.

Antes al contrario, como respuesta a las crecientes turbulencias que nacen de la crisis ecológica y la crisis social mundiales, y a fin de preservar sus privilegios, la tentación por parte de la oligarquía consiste en debilitar el espíritu y la forma de la democracia. A tal fin se vale de coartadas: la amenaza del terrorismo, la necesidad de seguridad, de una vigilancia integral, además de la criminalización de toda oposición política y la domesticación de los medios de comunicación. Una dinámica acentuada tras la caída del Muro de Berlín y la creciente disolución del paradigma que hasta entonces asociaba libertad y capitalismo.

A fin de revertir la situación, y parafraseando a Hans Jonas, es necesario tomar medidas que el interés individual no se impone espontáneamente y que difícilmente pueden ser objeto de una decisión en el proceso democrático, esto es reducir el consumo material y aceptar la automoderación de la humanidad. El riesgo evidente es que un poder autoritario use la necesidad ecológica para restringir libertades sin resolver el problema de la desigualdad: emergencias por epidemias, por accidentes nucleares, contaminación, gestión de emigraciones provocadas por el cambio climático…

En última instancia, lo que hace posible el despotismo es el individualismo, el repliegue sobre uno mismo, el olvido de sus conciudadanos. Esto es en definitiva lo que promueve el capitalismo: la búsqueda individual del propio interés, pretendiendo que la suma de las conductas individuales conduce al bienestar general. Para tratar de evitar la crisis es necesario, según Kempf, revitalizar la democracia, legitimar la preocupación por el bien público y recuperar la idea del destino colectivo. Es necesario un anclaje de lo social en la ecología, una articulación del imperativo de la solidaridad y la disminución del consumo y la reafirmación de una existencia digna en libertad.



2 comentarios:

Rafa él dijo...

Amigo Gatopando, llevo varios años con la misma cantilena (también vale cantinela, pero me gusta más la primera), donde sólo venía a decir algo muy similar Kempf, sin ser erudito en la materia, ni escritor, ni nada parecido (sólo un violinista frustrado todo lo más)... y te prometo que no leía este escritor.

Escuché por radio hace unos cuántos años (la SER), cómo en los años 60', se reunió en Roma una comitiva de expertos en economía, científicos, políticos y un largo etc. y llegaron a la conclusión de que en un planeta finito como es el por ahora, y que se sepa, el único capaz de albergar vida tal y como la conocemos, como es la tierra, sería inviable el "crecimiento sin fin" de los países más avanzados, los que están en desarrollo, los que vendrán... llegaron a la conclusión que de seguir en la misma linea de entonces, a comienzos del años 2000, estallaría una crisis como la que ahora conocemos: sólo se equivocaron en unos 7-8 años.

Siempre ha dicho por activa y por pasiva (a mis amigos, familiares, conocidos... que no soy nadie, que conste), algo muy parecido: el mayor problema al que se enfrenta el ser humano en los próximos años, es a la supepoblación mundial. Mientras no miremos en esa dirección, mal nos irá. Ya se está viendo la (cada vez más)distancia entre ricos y pobres... la clase media, languidece y hemos de acostumbrarnos a un nuevo modelo de vida, porque esta crisis, ni por asomo veo yo que vaya a terminar: creo que el hombre, ha traspasado la linea roja, y no hay vuelta atrás, o lo que es lo mismo, un planeta con fecha de caducidad... ¡Y hoy me coges alegre y optimista...!

Un abrazo.

P.D. Por suerte (también lo comunico a todos mis allegados), me suelo equivocar casi, casi, más que nadie...

Anónimo dijo...

¿Qué hemos hecho tan mal para que un 1% de la población sean dueños y señores de todo lo mensurable y potencialmente beneficioso?.
BUen post.
Saludos