Los nombres (The Names), publicada originalmente en 1982, contiene
una reflexión sobre la actuación de los Estados Unidos en una zona geográfica
de muy alto valor estratégico como es el Medio Oriente. Claro que tratándose de
una novela de Delillo en lugar de afrontar directamente los hechos, los
acontecimientos de mayor relevancia, el autor indaga en la trastienda de los
mismos. A tal fin se centra en una comunidad de norteamericanos expatriados en
Atenas, empleados por compañías de su país en actividades que desde la capital
griega cubren todo el ámbito geográfico de la convulsa región de Oriente Medio.
Seres cuyo único lazo de unión es el desarraigo, ninguno de los cuales sabe con
exactitud cuál es la actividad, el cometido del otro, en un ambiente sujeto a
la elucubración constante y a la sospecha.
Delillo nos brinda el contraste entre una sociedad
moderna, pujante pero leve, cuyo fin es hacer negocios y extender su poder,
frente a la inmanencia de una civilización antigua cuyos códigos resultan
incomprensibles, simbolizados por las milenarias inscripciones en piedra que
fascinan a uno de los personajes y cuyo significado se ha propuesto
descifrar.
Los nombres es también una meditación sobre el
desarraigo, geográfico y vital a raíz de la descomposición de un matrimonio en
el escenario de una pequeña y remota isla griega. Y una reflexión sobre la
violencia a través de los asesinatos de una secta que opera entre Grecia y la
India. Una violencia arbitraria, simbólica, no ligada a la religión o a la
consecución de objetivos políticos, que proporciona su razón de ser a quienes
la emplean. Identificarla, acotarla, comprenderla, constituye la tenue trama
argumental que recorre la novela.
Delillo nos ofrece una visión del rol de los Estados
Unidos visto desde la perspectiva de países lejanos, ajenos, que sin embargo se
ven afectados por sus políticas, por su acción estratégica, rompiendo esa
visión insular tan característica de la sociedad de aquel país. De algún modo
anticipa el choque mental que iría en aumento a medida que los Estados Unidos incrementaron
su implicación en aquella zona –la novela está escrita en 1982 cuando aún resonaban
con fuerza los ecos de la revolución iraní-.
La actuación de los norteamericanos destacados en
aquella parte del mundo no puede ser inocente, cada uno de ellos es susceptible
de ser instrumentalizado –de forma consciente o no- por los servicios secretos
de su país al tiempo que constituye un objetivo potencial para sus enemigos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario