domingo, abril 30, 2017
miércoles, abril 26, 2017
conexión / connection
Olvidó la contraseña, mi mente no consigue conectar con mi alma (check password and try again)
It forgot the password, my mind cannot connect with my soul (check password and try again)
It forgot the password, my mind cannot connect with my soul (check password and try again)
sábado, abril 22, 2017
congeniar / getting along
Por alguna razón, Minion y Kamek congeniaron muy bien desde el primer momento.
For some reason, Minion and Kamek got along great from the very first moment.
martes, abril 18, 2017
Something Quite Peculiar, Steve Kilbey
Sabotearse es una de las actitudes características del
malditismo. De forma premeditada o más o menos inconsciente, sabotear el propio
talento, los frutos del mismo o los esfuerzos encaminados a obtener el
reconocimiento es una reacción habitual en el artista maldito, muy extendida en
el mundo del rock and roll debido a la juventud e inmadurez de muchos de sus
practicantes. Tal es el caso de Steve Kilbey, bajista, letrista, cantante y
principal compositor de la banda australiana The Church, como él mismo se
encarga de recordarnos en su autobiografía con título extraído de un verso de
su canción más conocida: Under the Milky Way, en la que ajusta cuentas en
especial consigo mismo –pero no sólo- una vez instalado “sano y salvo” en la
madurez.
El libro cuenta con un prólogo y un epílogo situados en el
presente, coincidiendo con la inducción de The Church en el Hall of Fame
australiano (una mezcla de jardín del Parnaso y de museo rockero originalmente
concebida en Estados Unidos que, cosa extraña, aún no hemos imitado en nuestro
país), cuando Kilbey se ve obligado a improvisar unas palabras tras haberse negado
a preparar un discurso y, tras ganarse a la audiencia con su sentido del humor,
un antiguo colaborador le reprocha con sarcasmo a viva voz el no haber sido tan
afable cuando era joven. Entre uno y otro se desarrolla la narración en sentido
cronológico desde la infancia del protagonista hasta la superación, allá por el
año 2000, de su larga adicción a la heroína.
A diferencia de otros artistas que escriben sus memorias
tras haber conocido el éxito masivo, The Church se encuadraría en la clase media
del rock aunque con fundadas aspiraciones de acceder a la nobleza, algo que por
momentos pareció suceder pero que en última instancia les eludió por una
combinación de mala suerte, de falta de constancia y de torpeza por parte de
sus integrantes, incluido el propio Kilbey, dada, por ejemplo, su frivolidad en
el trato con los medios cuando un empujón por parte de ellos parecía el único
requisito pendiente para saborear el éxito masivo: una broma a destiempo que
aborta una inminente entrevista para un programa que ven 150 millones de
sudamericanos, el abierto desdén hacia los todopoderosos miembros de la prensa
musical inglesa que a la postre hacen y deshacen carreras. Otro rasgo
diferenciador es que la perspectiva se ofrece esta vez desde un remoto país situado
en el hemisferio sur ya que aunque nacido en Inglaterra, la familia del
protagonista se trasladó a Australia siendo él un niño.
Something Quite Peculiar es el detallado repaso a la
sucesión de aciertos y de sonoras meteduras de pata que caracterizaron la
trayectoria de The Church y del propio Kilbey, tanto en lo artístico como en lo
personal, narrado con distancia a caballo entre lo irónico y lo jocoso,
haciendo gala de esa bonhomía un tanto campechana, tan australiana, y una
actitud desenfadada (laidback) que él califica como “hippy”: la fragilidad de
las relaciones sentimentales para un músico de vida inestable ávido de
experiencias, la intensa y por momentos insoportable convivencia entre los
miembros de una banda de rock, la caída en la heroína que ocupa dos capítulos en
el tramo final y que eclipsaría a todos los demás aspectos de su vida durante
los diez años que se prolongó .
Kilbey emplea un estilo coloquial, desenfadado, a menudo
jocoso y rico en el empleo de argot, al modo del relato de un colega que por su
trayectoria tiene mil anécdotas que contar y lo hace con gracia al permitirle
la distancia reírse de sí mismo (self-deprecating), empleando la primera
persona, interpelando en numerosas ocasiones al lector para buscar su
complicidad e introduciendo algún pasaje de corte experimental como aquel en el
que trata de transmitir la profunda soledad y la irrealidad que se adueña de la
vida de un músico durante las largas giras.
Al margen de los temas habituales en el relato de una
estrella del rock: los comienzos, las influencias, los procesos creativos, las
giras, las grabaciones –Kilbey se centra en los pormenores de los ocho primeros
álbumes de The Church, los que cimentaron su carrera durante la década de los
ochenta gracias a un sonido que combina un rock de factura clásica con la
psicodelia-, la relación con las casas discográficas, los contactos con otros
artistas, los proyectos en solitario o al margen del grupo, los excesos, la
habitual sucesión de altos y bajos, de aciertos y errores, de arrogancia e
inseguridad, tiene el relato de Steve Kilbey también algo de novela de
formación, de aprendizaje, como si su adicción a la heroína fuera la prueba definitiva
de su incorregible estupidez, de su tontería congénita, y su superación equivaliera
a la ansiada redención.
Pese al auge en los últimos años de la autobiografía musical
como género editorial, ninguna editorial española parece haber mostrado interés
por Something Quite Peculiar. Debe ser que The Church no tiene el suficiente
tirón entre nosotros y ello pese a que en un momento dado, tal y como el propio
Kilbey recuerda en el libro, pareció que su grupo acabaría despuntando
precisamente en Italia y España en lugar de en Estados Unidos como inopinadamente
sucedió. Una buen recordatorio de que el artista musical rara vez es capaz de
leer o de interpretar su propia carrera cuando está inmerso de lleno en ella y
mucho menos de controlar su destino.
Etiquetas:
colaboraciones,
Literatura,
Música
sábado, abril 15, 2017
miércoles, abril 12, 2017
Semana Santa
Estas multitudinarias manifestaciones públicas de fervor religioso favorecidas por las autoridades siempre me han escamado un poco.
domingo, abril 09, 2017
miércoles, abril 05, 2017
domingo, abril 02, 2017
Médem, Bajo Ulloa, Urbizu y De la Iglesia
Ante el estreno de la última película de Alex de la Iglesia
me pregunté cuándo fue que renuncié a seguir esperando una obra redonda, o al menos a la altura de
su encumbramiento mediático, por parte del director bilbaíno y como a menudo
sucede en estos casos me bastó pararme a pensar para sufrir un ataque de vértigo.
Había pasado mucho tiempo: más de quince años. Desde 800 balas, he ido dejando pasar cada estreno de De la Iglesia sin
que la fanfarria promocional que los envuelve hiciera la menor mella en mí.
Tanta frialdad durante tanto tiempo, concluí, es equiparable sólo a la de quien
ha sufrido un profundo desengaño lo que me animó a echar la vista atrás para
tratar de identificar la naturaleza del mismo.
Recordé que en su día Alex de la Iglesia integraba un
cuarteto que durante un tiempo pareció llamado a renovar de arriba a abajo un
cine español necesitado de una buena sacudida. El grupo en cuestión lo
completaban Julio Médem, Juanma Bajo Ulloa y Enrique Urbizu. Dicha selección no
deja de ser un poco arbitraria ya que deja fuera otros nombres que podrían
formar parte de la camada. Pienso en Icíar Bollain o Isabel Coixet aunque por
distintas razones no pude seguir los inicios de sus carreras con la misma
atención. Influye también el hecho de que los integrantes del mencionado cuarteto
son vascos y compartimos generación –por
lo mismo podía haber incluido a Daniel Calparsoro cuya ópera prima, Salto al
vacío, ofrecía una visión también rupturista y coincidente en el tiempo-,
circunstancias que me los hicieron más próximos e interesantes. Sin duda, la
trayectoria de cada uno de ellos ha sido singular pero si en algo han
coincidido es en defraudar las expectativas que un día se puso en ellas, no ya
por quien esto escribe sino por los medios y por la industria del cine español
que contribuyó a lanzarlos.
El caso de Julio
Médem destaca por su fulgurante ascenso y estrepitosa caída. El éxito
crítico que acompañó a su trayectoria alcanzó el paroxismo con Lucía y el sexo, su quinta película, un
fenómeno que no compartí. Visualmente potente e imaginativa, su estructura me
pareció tan confusa que los momentos más intensos y logrados no conseguían
salvar el conjunto. Ante las alabanzas llegué a pensar que el problema era mío
hasta que un segundo visionado me reafirmó. Ya me había defraudado, de hecho,
con su anterior película, Los amantes del
círculo polar, tras las esperanzas concebidas sobre todo con La ardilla roja –irregular pero original
e inquietante- y Tierra –también original
y atractiva pese a su evidente desequilibrio- aunque quizá más por lo que en
ellas se intuía o insinuaba que por lo que en realidad ofrecían si bien era
innegable que en ellas se atisbaba una visión y un lenguaje propio. La recreación
de la tradición vasca a través de una visión cainita que marcaría su debut en Vacas me había dejado frío pero fue precisamente
su regreso al microcosmos vasco tras el éxito de Lucía y el sexo, esta vez en
forma de ambicioso documental, a fin de ilustrar la complejidad del conflicto
allí enquistado, en La piel contra la
piedra lo que marcó el punto de inflexión en la trayectoria del director
donostiarra. La decisión se reveló temeraria en un país y una sociedad harta,
poco proclive a los matices respecto de un conflicto que solo parecía admitir
una dicotomía: blanco y negro, buenos y malos. El hasta entonces intocable
Médem no tardó en comprender el precio que conllevaba su osadía, más aún en una
España gobernada con mano férrea por José María Aznar. Aun así, el desastre
llegó con su siguiente película: Caótica
Ana, un proyecto surgido del dolor personal tras la pérdida de su hermana
en accidente de coche que por alguna misteriosa conjunción de factores
concentraba en hora y media todos los defectos de su cine amplificados pero esta
vez huérfanos de esos hallazgos que hasta entonces le habían permitido salvar
la cara o incluso deslumbrar a los espectadores más impresionables, empezando
por una escritura tan prometedora como desequilibrada y la idealización de su protagonista
hasta límites inalcanzables para el espectador. El batacazo fue tan sonado que
desde entonces, aunque apoyándose para sus proyectos en actrices de indudable
atractivo, Médem no ha conseguido relanzar su carrera.
La trayectoria de Juanma
Bajo Ulloa es, por distintas razones, casi tan llamativa como la de Médem.
Su debut, Alas de mariposa, una dura
película de corte intimista y penetrante psicología femenina, supuso un campanazo
y le llovieron premios y reconocimiento, dinámica que, aunque más atenuada una
vez descartado el efecto sorpresa, tendría continuación con La madre muerta. En el caso del director
vitoriano, el punto de inflexión llegaría con su tercera entrega: Airbag, un auténtico bombazo en taquilla
gracias a una película que curiosamente refutaba de principio a fin el cine
mostrado en sus dos primeras películas. La visión personal, áspera y
claustrofóbica pero de enorme sensibilidad, dirigida a un público exigente,
cedía de pronto paso al cine más gamberro, chistoso y palomitero. El giro fue
tan brusco y el éxito tan arrollador en uno y otro caso tratándose de visiones contrapuestas,
que al espectador atento sólo le quedaba o rendirse de admiración o mostrar su
profundo desconcierto. Pero el triunfo aparente pronto dejó entrever su cara más
amarga al trascender agrias desavenencias con la productora de la película
respecto del reparto de los beneficios. Algo serio en cualquier caso debió
pasar para que el máximo responsable de semejante taquillazo cayera en el
ostracismo y se viera en enormes dificultades para volver a rodar otra
película. Cuando ésta por fin llegó pasó prácticamente desapercibida. Frágil suponía un regreso a la visión
más personal del director y éste volvía a mostrar su osadía en una producción
lastrada por los escasos medios con que fue rodada. Al retomar pasado un tiempo
el registro gamberro con Rey gitano,
una vez superada la sorpresa que supuso Airbag y ante la impresión de
encontrarme ante un remedo de aquella, mareado así mismo ante tanto bandazo arrojé
la toalla lo que no ha resultado difícil ya que desde entonces, por alguna
razón, no se ha prodigado.
Si has llegado hasta aquí y aún tienes ganas, puedes acabar de leer el texto en el último número de agitadoras
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