domingo, abril 02, 2017

Médem, Bajo Ulloa, Urbizu y De la Iglesia

Ante el estreno de la última película de Alex de la Iglesia me pregunté cuándo fue que renuncié a seguir esperando  una obra redonda, o al menos a la altura de su encumbramiento mediático, por parte del director bilbaíno y como a menudo sucede en estos casos me bastó pararme a pensar para sufrir un ataque de vértigo. Había pasado mucho tiempo: más de quince años. Desde 800 balas, he ido dejando pasar cada estreno de De la Iglesia sin que la fanfarria promocional que los envuelve hiciera la menor mella en mí. Tanta frialdad durante tanto tiempo, concluí, es equiparable sólo a la de quien ha sufrido un profundo desengaño lo que me animó a echar la vista atrás para tratar de identificar la naturaleza del mismo.

Recordé que en su día Alex de la Iglesia integraba un cuarteto que durante un tiempo pareció llamado a renovar de arriba a abajo un cine español necesitado de una buena sacudida. El grupo en cuestión lo completaban Julio Médem, Juanma Bajo Ulloa y Enrique Urbizu. Dicha selección no deja de ser un poco arbitraria ya que deja fuera otros nombres que podrían formar parte de la camada. Pienso en Icíar Bollain o Isabel Coixet aunque por distintas razones no pude seguir los inicios de sus carreras con la misma atención. Influye también el hecho de que los integrantes del mencionado cuarteto son vascos y compartimos generación  –por lo mismo podía haber incluido a Daniel Calparsoro cuya ópera prima, Salto al vacío, ofrecía una visión también rupturista y coincidente en el tiempo-, circunstancias que me los hicieron más próximos e interesantes. Sin duda, la trayectoria de cada uno de ellos ha sido singular pero si en algo han coincidido es en defraudar las expectativas que un día se puso en ellas, no ya por quien esto escribe sino por los medios y por la industria del cine español que contribuyó a lanzarlos.

El caso de Julio Médem destaca por su fulgurante ascenso y estrepitosa caída. El éxito crítico que acompañó a su trayectoria alcanzó el paroxismo con Lucía y el sexo, su quinta película, un fenómeno que no compartí. Visualmente potente e imaginativa, su estructura me pareció tan confusa que los momentos más intensos y logrados no conseguían salvar el conjunto. Ante las alabanzas llegué a pensar que el problema era mío hasta que un segundo visionado me reafirmó. Ya me había defraudado, de hecho, con su anterior película, Los amantes del círculo polar, tras las esperanzas concebidas sobre todo con La ardilla roja –irregular pero original e inquietante- y Tierra –también original y atractiva pese a su evidente desequilibrio- aunque quizá más por lo que en ellas se intuía o insinuaba que por lo que en realidad ofrecían si bien era innegable que en ellas se atisbaba una visión y un lenguaje propio. La recreación de la tradición vasca a través de una visión cainita que marcaría su debut en Vacas me había dejado frío pero fue precisamente su regreso al microcosmos vasco tras el éxito de Lucía y el sexo, esta vez en forma de ambicioso documental, a fin de ilustrar la complejidad del conflicto allí enquistado, en La piel contra la piedra lo que marcó el punto de inflexión en la trayectoria del director donostiarra. La decisión se reveló temeraria en un país y una sociedad harta, poco proclive a los matices respecto de un conflicto que solo parecía admitir una dicotomía: blanco y negro, buenos y malos. El hasta entonces intocable Médem no tardó en comprender el precio que conllevaba su osadía, más aún en una España gobernada con mano férrea por José María Aznar. Aun así, el desastre llegó con su siguiente película: Caótica Ana, un proyecto surgido del dolor personal tras la pérdida de su hermana en accidente de coche que por alguna misteriosa conjunción de factores concentraba en hora y media todos los defectos de su cine amplificados pero esta vez huérfanos de esos hallazgos que hasta entonces le habían permitido salvar la cara o incluso deslumbrar a los espectadores más impresionables, empezando por una escritura tan prometedora como desequilibrada y la idealización de su protagonista hasta límites inalcanzables para el espectador. El batacazo fue tan sonado que desde entonces, aunque apoyándose para sus proyectos en actrices de indudable atractivo, Médem no ha conseguido relanzar su carrera.   













La trayectoria de Juanma Bajo Ulloa es, por distintas razones, casi tan llamativa como la de Médem. Su debut, Alas de mariposa, una dura película de corte intimista y penetrante psicología femenina, supuso un campanazo y le llovieron premios y reconocimiento, dinámica que, aunque más atenuada una vez descartado el efecto sorpresa, tendría continuación con La madre muerta. En el caso del director vitoriano, el punto de inflexión llegaría con su tercera entrega: Airbag, un auténtico bombazo en taquilla gracias a una película que curiosamente refutaba de principio a fin el cine mostrado en sus dos primeras películas. La visión personal, áspera y claustrofóbica pero de enorme sensibilidad, dirigida a un público exigente, cedía de pronto paso al cine más gamberro, chistoso y palomitero. El giro fue tan brusco y el éxito tan arrollador en uno y otro caso tratándose de visiones contrapuestas, que al espectador atento sólo le quedaba o rendirse de admiración o mostrar su profundo desconcierto. Pero el triunfo aparente pronto dejó entrever su cara más amarga al trascender agrias desavenencias con la productora de la película respecto del reparto de los beneficios. Algo serio en cualquier caso debió pasar para que el máximo responsable de semejante taquillazo cayera en el ostracismo y se viera en enormes dificultades para volver a rodar otra película. Cuando ésta por fin llegó pasó prácticamente desapercibida. Frágil suponía un regreso a la visión más personal del director y éste volvía a mostrar su osadía en una producción lastrada por los escasos medios con que fue rodada. Al retomar pasado un tiempo el registro gamberro con Rey gitano, una vez superada la sorpresa que supuso Airbag y ante la impresión de encontrarme ante un remedo de aquella, mareado así mismo ante tanto bandazo arrojé la toalla lo que no ha resultado difícil ya que desde entonces, por alguna razón, no se ha prodigado.  

Si has llegado hasta aquí y aún tienes ganas, puedes acabar de leer el texto en el último número de agitadoras

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Agradezco los análisis , que considero muy acertados, sobre De la Iglesia y los demás. Personalmente estoy como aliviado, pues muchas veces me he sentido " culpable " al rechazar ciertas películas de estos directores- creadores, al salir del cine absolutamente frustrado y decepcionado.

Quizás todavía se pueda esperar una remontada. Mientras hay vida hay esperanza. Saludos.

Blue dijo...

Es triste, pero ya ni me acordaba de Julio Medem. Pienso que a veces se conforma uno con poco, y ese poco puede ser tan tonto como el simple hecho de ver algo diferente, de ver una película que no la adivinas en los primeros cinco minutos. El problema es que no basta con tener un lenguaje diferente. Sorprender sí, pero tiene que haber algo más.
Saludos.