jueves, agosto 11, 2022

La fuerza de los débiles, Amador Fernández-Savater


Amador Fernández-Savater, el teórico que más y mejor ha reflexionado sobre el movimiento 15M, publicó el pasado año, coincidiendo con el décimo aniversario de la ocupación de las plazas, La fuerza de los débiles: El 15M en el laberinto español. Un ensayo sobre la eficacia política (Editorial Akal). Una obra planteada, según el autor, desde la premisa de que mientras se haga balance no hay fracaso sino aprendizaje compartido y una posibilidad de insistir distinto. A tal fin, reflexiona sobre la naturaleza de la “democracia disuadida” instaurada en España tras la dictadura y sobre la impugnación que para ella representó la emergencia de un 15M basado en “la fuerza de los débiles”. Analiza, por último, la ineficacia del asalto institucional desde la lógica de transformación propia del proceso quincemayista.

Así, el 15M habría supuesto la mayor posibilidad de fuga hasta el momento respecto de lo que Fernández-Savater denomina la democracia disuadida, implantada en España en la Transición. Un sistema que proporciona legitimidad y justificación a lo que se instaló por la fuerza y el miedo. Una democracia basada en un discurso consensual como garante último de la paz y la convivencia, a través de una lógica bilateral, o plurilateral, que abarca las cuestiones políticas y económicas pero tilda de insensato todo aquello que la cuestione o desborde. El resultado es un pueblo polarizado en torno a los partidos políticos, encogido por la manipulación en las guerras simétricas del tablero de juego político, y ausente en la medida en que se disuade a cualquier opción capaz de desarmar el tablero.

Frente a ella el 15M abriría un espacio donde experimentar modos distintos de convivir y decidir sobre lo común, llamado a configurar un pueblo diverso, polimorfo, mutante. Una democracia en movimiento, insurgente, sin miedo a la vida, que elige la autoorganización del caos: habitar el conflicto como base de otra convivencia.

Más que una democracia o una paz civil, la española vendría a ser una tregua ambivalente, efecto también de la fuerza de los débiles, en la que las hostilidades se reacomodan bajo la amenaza de un franquismo de retaguardia que resurge al ser cuestionados los fundamentos disimulados del orden. Pese a sus limitaciones, en ella se abren nuevas posibilidades para la acción siempre que se entienda que la discontinuidad absoluta entre dictadura y democracia es una ilusión, error en el que caería el Partido Comunista en la Transición, así también la idea de que no ha cambiado nada, como durante décadas insistió ETA con el trágico balance de sobra conocido.

La fuerza de los débiles debería emplearse en una guerra defensiva cuyo objetivo no es ganar sino no perder, una guerra que recae en el pueblo y trata de poner el tiempo de su lado, ese tiempo que al dinero le falta. A tal fin crearía una red en base a la igualdad y la pluralidad que le permita autoorganizar el caos a través de una telepatía colectiva que es producto de un clima afectivo común y que hace posible la discordia.



El enfriamiento de la energía 15M hacia finales de 2013 respondería a un fracaso por parte del movimiento a la hora de dotarse de una racionalidad propia y al hecho de redirigir la mirada hacia los viejos espejos, que le devuelven una imagen infantil, insuficiente. Es entonces el momento del asalto institucional, que en su apuesta por la vía electoral desactiva el ritmo, la vibración y la fuerza del 15M. El código populista del partido emergente deshecha la eficacia de la cooperación, pasándose así de las prácticas experimentales a la eficacia realista, de cualquiera a los que saben, del corazón a los relatos estratégicos; en lugar de una infancia que hay que actualizar, se erige en un adulto más en el molde dominante.

La política en representación de los débiles se convierte en un asunto de comunicación en manos de expertos que se dirigen a la opinión pública, la experiencia compartida se abandona en favor de la producción de espectáculo. La gran victoria en la batalla electoral conlleva civilizarse al aceptar los tiempos del Estado y su elecciones, el tiempo mediático y su agenda. La traducción que Podemos hace del 15M no pretende inventar una nueva relación con la política sino simplemente una nueva política de los políticos, pero un pueblo de televidentes no puede desafiar el estado de disuasión. Los afectos horizontales se verticalizan, se traducen demandas pero se representa una fuerza que ya no se ejerce y el débil es derrotado cuando empieza a pensar con las categorías del fuerte.

Amador Fernández-Savater añade el 15M a otros fenómeno disruptivos de la historia reciente de España, como el que supuso el anarquismo en 1936 o el del otro movimiento obrero en 1977, aquel ajeno a partidos y sindicatos, momentos decisivos en los que se abortó la revolución para acabar perdiendo finalmente la guerra.

La eficacia de la transformación consistiría, por tanto, no en el acceso a cuotas institucionales sino en el surgimiento de nuevos saberes y una nueva realidad. Al carecer de garantías accederíamos a ella cuando dejamos de tener una relación instrumental con todo, se nos regala si tenemos el atrevimiento a ser desbordados. Sólo entonces la defensiva deviene acción afirmativa, a través del amor propio y a la trama de los vínculos.



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