Considerando que estos últimos años me he sentido incapaz de abordar la lectura de un clásico y, aún más, dudaba de mi capacidad para poder hacerlo en el futuro, el haber leído el primer libro de El Quijote se me antoja una alegría y, sobre todo, un logro personal.
Aunque sobre la obra cumbre de Cervantes está ya todo dicho, y varias veces, me voy a permitir el lujo en forma de redundancia de apuntar algunos detalles que me han llamado la atención.
Así, lo más curioso es que la lectura no me ha supuesto un gran esfuerzo, si acaso una buena dosis de paciencia dada su extensión, porque El Quijote sorprende por su amenidad y por su capacidad para entretener; entretenimiento del bueno, entendámonos.
El fuerte de la novela está en los diálogos, en especial entre el Quijote y Sancho Panza, pero también entre cada uno de ellos con los distintos personajes que van apareciendo en la trama. En contraste, las historias intercaladas en la narración, protagonizadas por algunos de estos personajes, en su gran mayoría giran en torno al amor y al desamor. No son otra cosa que historias románticas en clave de drama, narradas oralmente, cuya feliz resolución al fundirse en el discurrir de la acción requiere de complicidad por parte del lector. Así, por ejemplo, el villano pérfido y desleal transmuta en gentil hombre en un abrir y cerrar de ojos.
Llama también la atención la brevedad de los episodios más emblemáticos: la carga de El Quijote contra los molinos de viento, o su feroz combate contra los pellejos de cuero rellenos de vino a quienes confunde con un gigante, se despachan en unos pocos párrafos. Su significancia reside en su capacidad para ilustrar con un par de brochazos el sentido del desvarío del protagonista que, por otra parte, linda con la coherencia de su discurso. Sobre semejante dualidad se erige la grandeza del Caballero de la Triste Figura.
La novela se caracteriza también por ciertas incongruencias y licencias que contiene, así en momentos se da a entender que a Sancho Panza le han robado la mula mientras que en otros parece que la conserva. Queda claro que el rigor editorial en aquel tiempo no resiste comparación con el actual.
Por fin, se agradece el rico reflejo que la novela aporta sobre la sociedad de la época: la división de clases, la presencia de la religión y de los religiosos, la mayor o menos pureza de sangre, la misoginia, el entorno rural, la expresión a través de un lenguaje mucho menos directo que el actual, al tiempo que se repara en aquellas cualidades que la hacen inmanente.
Ah, y qué buena la paradoja de que la novela por excelencia consista en una crítica despiadada de la lectura.
2 comentarios:
La novela por excelencia, inagotable en sus temas y en la modernidad de algunas reflexiones, como por ejemplo, la que atañe al influjo que la ficción o la cultura en la que estamos inmersos tiene sobre nuestras opiniones y comportamientos. Cambie usted libros de caballerías por televisión y reality shows o, mejor aún, por redes sociales, y verá que Cervantes sigue más vivo que nunca. Y, por cierto, si todavía no ha leído la segunda parte, no esperé demasiado: le encantará todavía más. Un cordial saludo.
La idea es espaciar un poco la lectura pero sin dejar pasar mucho tiempo, error este último que quizás cometí con En busca del tiempo perdido y que me dificultó un poco la comprensión global de la historia.
En efecto, sorprende El Quijote por su vigencia, apenas requiere de cierta condescendencia que a menudo ha de tenerse con otras narraciones clásicas.
Un saludo cordial
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