Clamoroso
silencio por parte de la comunidad internacional ante la agresión
armada y ocupación por parte de Azerbayán de la autoproclamada
república de Artsaj y el territorio de Nagorno-Karabaj, en disputa
con su vecina Armenia y poblado mayoritariamente por armenios, una
invasión anunciada desde hace tiempo dado el bloqueo impuesto por
Azerbayán a dichos habitantes desde hace meses y los recientes y
significativos movimientos de tropas de aquel país. Clamoroso, aún
más si cabe, al hacerse extensivo tanto a los países occidentales
como a Rusia.
La
principal valedora de Armenia hasta ahora, Rusia, parece haberla
dejado caer de su área de influencia, cabe pensar que ante la
imposibilidad de involucrarse en la región del Cáucaso y mostrar
firmeza ante un régimen de Azerbayán cada vez más agresivo,
siempre con el apoyo tácito de Turquía, en un momento en que todos
sus esfuerzos están concentrados en Ucrania. La excusa aducida por
el Kremlin para desentenderse de la causa armenia alude a los
recientes coqueteos del régimen de este país con Occidente,
promovidos ante las crecientes dudas por parte del gobierno de Nikol
Pashayan respecto a la asertividad rusa en la defensa de sus
intereses, acrecentadas dada la pasividad demostrada por las fuerzas
de interposición de aquel país durante la última agresión
azerbayaní en 2020 que se saldó con la derrota armenia y la pérdida
de los territorios en torno a un Nagorno-Karabaj cada vez más
aislado de Armenia.
Podría
sorprender, por tanto, la renuencia occidental a ocupar el vacío de
poder dejado por Rusia en su flanco sur, más aún al tratarse
Armenia de un país cristiano con un régimen democrático, si bien
imperfecto, acosado por otro musulmán y abiertamente autoritario:
Armenia ocupa el puesto 81 en el índice de desarrollo democrático
por el 134 de Azerbayán (Economist Intelligence Unit, datos de
2022). La razón de semejante desinterés puede deberse a las
abundantes reservas de gas de que dispone Azerbayán, con el que la
Unión Europea firmó un acuerdo en 2022 a fin de duplicar las
importaciones hasta 2027, además del interés que su explotación
despierta en grandes empresas occidentales como British Petroleum,
que contrató los servicios de Tony Blair para trabajar como
relaciones públicas en beneficio del gobierno de aquel país.
Enésimo caso en el que Occidente somete la defensa de los supuestos
valores democráticos al valor en el mercado de las materias primas y
la energía.
La
renuncia rusa y la renuencia occidental, pese al tímido y tardío
giro propiciado por el gobierno de Pashayian cuyo fruto fue la
incorporación de 85 soldados de EEUU a unas recientes maniobras militares del
ejército de aquel país, dejan a este país solo, comprimido en el
área de influencia de un mundo turcomano cada vez más decidido y
envalentonado, con Irán, que comparte frontera con ambos países y
que no tiene buenas relaciones con Azerbayán, como testigo.
¿Resistirá éste la tentación de hacerse con un corredor en el
extremo sur a fin de unir los dos territorios azerbayanos separados
por Armenia, de modo que haya continuidad territorial turcomana desde
Estanbul hasta el Mar Caspio, facilitando la construcción de
gasoductos que lleven el gas de Azaerbayán hasta Europa evitando el
giro que hoy han de hacer hasta Georgia a fin de evitar a Armenia?
¿Vería Europa con buenos ojos una iniciativa así o se abstendría
al menos de poner pegas en caso de llevarse a cabo una operación
semejante ante la dificultad de enemistarse con países que tienen en
su mano aliviar el déficit energético europeo?
Las
cartas parecen marcadas a favor de Azerbayán y mucho autocontrol va
a necesitar su presidente desde hace 20 años, Ilham Aliyev, para no
jugarlas, más aún a raíz de la facilidad con que se ha
desarrollado su última jugada de ocupación y asimilación de la
república de Artsaj ante la desidia internacional. Armenia, por su
parte, con el margen de maniobra reducido, se pregunta si será una
víctima colateral del enfrentamiento entre rusos y occidentales en
Ucrania y cuál será el precio que estará dispuesta a pagar.