El tercer y definitivo volumen de los diarios de Rafael Chirbes: A ratos perdidos 5 y 6, refleja con profusión de detalles la decadencia física del escritor valenciano con la publicación y el éxito de crítica de sus dos últimas novelas: Crematorio y En la orilla, que a la postre apuntalarían su reconocimiento, como telón de fondo. Un espaldarazo al que él asiste más como testigo que como protagonista, enfrascado en los pormenores de una vida cotidiana un tanto aparatosa, las exigencias de una salud ya quebradiza, y parapetado tras un carácter escéptico y atormentado. Es como si su proyección pública y la íntima transitaran por sendas paralelas que se tocan solo cuando debe hacer presencia en actos de promoción.
Los ocho años que abarcan las anotaciones recogidas en este tercer volumen, desde 2007 a 2015, ofrecen una amplia panoplia de sus quebrantos físicos: vértigos, mareos, erupciones cutáneas, toses recurrentes, claustrofobia, insomnio, pérdida de memoria, la depresión siempre al acecho, hasta que los síntomas se agudizan en los últimos compases del libro anunciando la enfermedad que pondría fin a su vida. Todo ello viene reflejado de forma testimonial pero recurrente a medida que Chirbes se esfuerza en aprender a convivir con sus crecientes limitaciones corporales y mentales. La dimensión física es, por tanto, una constante en los diarios, agudizada a su vez por la enfermedad de Paco, su acompañante en la casa de campo, una especie de protegido del escritor que se ocupa del mantenimiento de la vivienda, de quien este se hace cargo al caer enfermo dada su creciente dificultad para valerse por sí mismo, hasta su traslado a su pueblo natal en la provincia de Cáceres.
Los comentarios e implicaciones de las constantes vicisitudes físicas y médicas alternan con las anotaciones sobre sus numerosas lecturas. Chirbes es un lector voraz: novela, sobre todo, también ensayo, poesía, historia. Cabe imaginar el morbo que sus comentarios despertarían en el “mundillo” literario español a raíz de la publicación de sus diarios, y es que no es frecuente el poder conocer el parecer de un autor reconocido, sin ninguna clase de filtro, sobre libros publicados por autores vivos. Conocemos así también sus preferencias e influencias, a través de autores que se revelan recurrentes como Benito Pérez Galdós o Balzac, abarcando sus gustos desde los clásicos españoles y franceses (desluce un tanto la lectura que los abundantes y prolijos pasajes en francés no hayan sido traducidos, cabe pensar que por tratarse de transposiciones de otros libros publicados) hasta la novela centroeuropea del siglo XX, con incursiones en los más variados ámbitos literarios. Y es que lee sin descanso, en buena medida a fin de paliar la sensación de pérdida de tiempo que le aflige cuando no escribe, que se revela una constante en su vida.
Chirbes se revela un escritor tortuoso, inseguro, quizás por su autodidactismo, por su personalidad escéptica -las dificultades para sacar adelante su novela Crematorio es una constante en el segundo volumen de sus diarios-, un procrastinador temible, siempre temeroso de no concluir a tiempo breves ensayos que se ha comprometido a entregar, discursos que ha de pronunciar en sus apariciones públicas. Sólo en sus diarios parece mostrarse un tanto más relajado, aunque no siempre, los cuales concibe como un modo de continuar practicando la escritura mientras sus proyectos “profesionales” parecen siempre tambalearse. Aún así, cuestionarse el sentido de dichos diarios, que escribe con una pluma estilográfica cuyo sonido al rozar la superficie del papel parece relajarle en la madrugada, es una constante en él, sobre todo cuando se impone el transcribirlos en el ordenador.
Los problemas físicos, las lecturas, también películas que ve y piezas musicales que escucha, y sus avatares con la escritura, se ven punteados en los diarios por los comentarios sobre sus viajes y desplazamientos, sean por motivos profesionales o por placer, más frecuentes los primeros, sus escarceos sexuales, un tanto sórdidos, excesos cada vez más ocasionales con el alcohol, sus diatribas contra los gobernantes socialistas en quienes vislumbra el colmo del cinismo, también contra los dirigentes locales dedicados a arrasar su tierra, la Comunidad Valenciana, con esa prepotencia garrula cuyo ecosistema de podredumbre humana quedaría plasmado en sus dos últimas novelas, sin olvidar las evidentes insuficiencias de la transición española. Los momentos placenteros no abundan, si acaso los proporcionan, además de ciertas lecturas, películas y obras musicales, los animales de compañía, perros y gatos que pululan por una casa campestre cuyo mantenimiento se revela más y más exigente, en especial una vez su amigo Paco se ve impedido para dedicarse a ella.
A medida que los diarios avanzan, la soledad y el miedo a la muerte adquieren una corporeidad cada vez más difícil de sobrellevar, reflejados en sus episodios de asfixia, en su preocupación por la suerte que aguarda a los animales con los que convive, en ningún caso respecto a la consideración futura de si obra, de ahí que relativice el éxito de sus últimas novelas, tardío quizás, como si no acabara de creérselo y encontrara solaz en alguna crítica un tanto escéptica que lee entre tanta supuesta aclamación. Su visión aguda y desengañada de la vida nos es transmitida desde una actitud sencilla, pedestre, sin pretensiones, acorde con un bagaje familiar humilde y honesto al que nunca ha dado la espalda. Además de por su franqueza, como personaje de sus propios diarios, Rafael Chirbes termina por hacerse entrañable al lector, en buena medida, por su nula disposición a mostrarse como tal.
La reseña sobre el primer volumen de los diarios de Rafael Chirbes se puede leer aquí.
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