Mientras en las páginas más leídas de los periódicos corroboramos un día más como Fernando Alonso se ha deshecho con un seco volantazo de la troupe galáctica que hasta hace muy poco parecía llamada a reinar en el imaginario colectivo hasta el fin de los tiempos, en las páginas menos leídas de los periódicos advertimos los terribles sudores, los desasosegantes mareos que en los círculos de poder europeos (con alguna que otra excepción) producen las expectativas de voto en los referendums sobre la Constitución Europea, verdaderas cucharadas de aceite de ricino para los paladares de los máximos mandatarios continentales. En otros países no es como en España, donde en su día votamos con los ojos cerrados, y el debate, aunque confuso y casi siempre interesado, se impone en la opinión pública. ¿Qué le sucede a esta Europa que se muestra incapaz de explicar, no ya ilusionar, a sus ciudadanos los evidentes logros que les ha proporcionado su proceso de construcción continental?
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