Nos escandaliza Berlusconi. Ante sus abusos de poder, sus fechorías, su impunidad, sus declaraciones desvergonzadas, su no saber estar en la escena internacional, nos llevamos las manos a la cabeza; más aún ante el apoyo que, pese a todo, recibe de la población italiana. Nos apiadamos entonces de la pobre Italia, con la tranquilidad de quien da por hecho de que tamaño despropósito no sería posible aquí. ¿Pero es realmente así? ¿Es la degradación del sistema político un fenómeno intrínseco italiano sin traslación posible a la escena española?
Pensemos que Italia lleva más de sesenta años ininterrumpidos de democracia, de los cuales los primeros cuarenta fueron muy de cerca tutelados por los EEUU. Una de esas "democracias" en las que la oposición –el poderoso PCI- tenía vetado el acceso a todo poder que no fuera de ámbito local. Aquella situación derivó en la podredumbre sociopolítica de un sistema esclerotizado ejemplificada en la figura del incombustible Guilio Andreotti, tras bastantes años de nuevo en boga gracias a la ilustrativa película Il Divo. Claro que entonces la suciedad se recogía de puertas adentro, aunque fuera tanta que acabara desparramándose de cuando en cuando. La renovación a raíz del fenómeno "mani pulite" fue típicamente lampedusiana: un simple lavado de cara frente a unos comportamientos muy arraigados entre la casta del poder. Si acaso, a la discreción andreottiana de misa diaria le ha seguido el imperio del mal gusto, la chabacanería y prepotencia propia del nuevo poderoso. Pero una cosa y otra forman parte de un mismo proceso de degradación que dura ya más de seis décadas.
Fijémonos ahora en España. Una democracia aún joven, apenas treinta años, la mitad que en Italia; pero, no nos equivoquemos, también con signos evidentes de degradación: sustitución del debate de ideas por consignas e insultos, politización de las instituciones, partitocracia, corrupción, etc. La pregunta es: ¿dónde estaremos dentro de treinta años? ¿Tan seguros estamos de que no nos hallaremos peor de lo que Italia lo está hoy? ¿Cuáles serían los rasgos, las maneras, que adoptaría nuestro Berlusconi? ¿Alguien está en condiciones de asegurar que el nuestro no daría aún más miedo?