Al final fue Rio y no Madrid. Aseguran que la decepción es grande pese a que los madrileños -entre la megalomanía de su alcalde, su querencia sin igual por las obras, y que la ciudad ya está de por sí lo bastante congestionada y caótica- se evitan un grandísimo follón.
España tuvo su momento, tras la dictadura, con su desarrollo económico y su incorporación al mundo democrático, de lo que se supo aprovechar Barcelona. Parece que es ahora a Brasil a la que le toca amortizar su pujanza. En este sentido, quizás la de Madrid ha sido una candidatura a destiempo.
Escuchando la exposición que glorificaba las bondades del proyecto olímpico madrileño me preguntaba si, una vez más, no nos estaremos empeñando en levantar la casa por el tejado. ¿Por qué no invertir todo ese caudal de dinero y de ilusión en un plan que promocione de verdad el deporte base -en lugar del deporte firmamento-, sí, el de los polideportivos municipales, el de las instalaciones deportivas de los colegios, el de facilitar la práctica de deportes minoritarios, y, ya puestos, apostar de verdad por la educación, por la cultura y los valores humanos? ¿Acaso no merecería la pena algo así? Para ello contamos además con una gran ventaja: no necesitamos depender de los demás.
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