Por fin la sensación de haber visto una película por la que ha merecido la pena pagar siete euros, que perdura más allá del acto de cruzar el primer semáforo que nos encontramos a la salida. El pope del cine independiente -con la ayuda de sus amigos- ha sabido conspirar a fin de sortear la crisis de ideas que aflige al cine actual. Y es que él conoce muy bien los caminos menos trillados, esos en los que en ocasiones aún aguarda la sorpresa y que le han conducido esta vez hasta nuestro propio país.
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