Como
escritor dotado que es, Auster se permite ciertas licencias u
homenajes como el que dedica al disidente chino Liu Xiaobo y el
reconocimiento a la labor del PEN Club, organización que cuenta con
su firme compromiso y que vela por los derechos y el bienestar de los
autores en aquellos regímenes en los que la palabra escrita aún
supone una amenaza y un riesgo, o el tributo a la película Los
mejores años de nuestra vida, centrada en las dificultades de la
vuelta a la normalidad por parte de los soldados que regresaron a
casa tras la Segunda Guerra Mundial que sirve como metáfora de las
dificultades que afronta el protagonista y, por ende, sus seres más
próximos, a la hora de plantearse el regreso tras su larga huida.
Pero, ante
todo, la clave reside en la portentosa capacidad de fabulación de
Auster, esa magia que le permite seducir al lector como si éste
conviniera en dejarse llevar de la mano con los ojos cerrados: los
más insólitos vericuetos del azar son presentados con una
naturalidad que los hace incuestionables; los personajes se erigen en
seres de carne y hueso, un compendio de fortaleza y debilidad, con
sus contradicciones a cuestas, a partir de meros esbozos. Todos somos
a un tiempo víctimas y verdugos, sobre todo de nosotros mismos,
aunque siempre acabamos por salpicar nuestras contradicciones a
nuestro entorno.
A
diferencia de otras ocasiones –pensemos en su novela previa,
Invisible-, Auster logra mantener el pulso de la narración hasta su
misma conclusión. Algo nada fácil dado lo ambicioso de sus
planteamientos Y es que pese a los mejores augurios una vez la
incertidumbre parece en trance de ser superada, una vez lo más
difícil parece haber quedado atrás, la duda persiste. No se puede
bajar la guardia porque las heridas abiertas nunca se cierran del
todo, porque forman parte de nosotros, son a la vez causa y
consecuencia. Al igual que les ocurre a los drogadictos, ante un ser
herido las circunstancias parecen conspiran para revelar su verdadera
naturaleza y nunca se puede descartar del todo una recaída. La
especie humana es frágil. Nuestra natural tendencia a la arrogancia,
a engañarnos a nosotros mismos, no importa lo bienintencionada que
sea, hace que nunca esté de más recordárnoslo, tantas veces como
sea necesario.
Puedes leer la reseña también en el número de marzo de la revista digital agitadoras.
1 comentario:
Siempre es bienvenida la realidad que Auster deja en cada libro. Posiblemente me lo lea pronto.
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