La filmografía, aún incipiente, de Paolo Sorrentino apunta a que el director italiano cuenta con eso que se ha dado en llamar un mundo propio. Si en Il divo presentaba una inquietante deconstrucción del poder a partir del retrato de una figura clave de la política italiana como Guilio Andreotti, en su última película: This Must Be the Place (Un lugar donde quedarse), demuestra ser capaz no ya de ensamblar una improbable amalgama de contextos y experiencias, sino de hacerlo con acierto.
Estamos ante una película atípica, al modo de un puzzle cuyas piezas, al menos a primera vista, parecen tener procedencias diversas y cuyo encaje se anticipa más que problemático: las relaciones paterno-filiales marcadas por la falta de afecto y el sentimiento de culpa; la crisis existencial de una antigua estrella del pop –concebida a imagen y semejanza de Robert Smith, el líder de The Cure- que reniega de la influencia que en su día ejerció sobre adolescentes impresionables; la memoria del Holocausto y el deseo de venganza o de redención; la búsqueda como experiencia vital en forma de road movie por la América profunda, por una vez guiada con acierto por un europeo.
Los cimientos que sostienen la trama y que hacen de Un lugar para quedarse una más que meritoria película son: un guión repleto de hallazgos, una sugerente pero no intrusiva banda sonora –con homenaje incluido a su responsable, David Byrne- y, sobre todo, una osada interpretación por parte de Sean Penn que a nadie dejará indiferente.
Una arriesgada historia de formación tardía -la muerte del padre como sacudida capaz de romper la parálisis y activar la búsqueda- que, pese a dejar algún cabo suelto, rezuma vitalidad y ahonda con sutileza en la condición humana.
Francamente, encontrar a día de hoy un trailer en versión original subtitulado al español de This Must be the Place supone una tarea más improbable aún que la que se propone el protagonista en la película.
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