Cuando el país encara la recta final de la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo, los asuntos que han centrado el interés general en España han sido por orden cronológico: la posibilidad de una futura gran coalición entre los dos grandes partidos políticos españoles, el asesinato de Isabel Carrasco, Twitter y, por último, el machismo. Ni rastro de problemática alguna relacionada con el funcionamiento de la Unión Europea, ni de la situación de Europa en general.
El desinterés resulta asombroso cuando todos coinciden en la evidencia de que las decisiones que se adoptan en la Unión Europea juega un papel cada vez más decisivo -aún más al tratarse España de un país deudor- en nuestra vida cotidiana.
A esta alturas resulta evidente que a los dos grandes partidos no les interesa debatir acerca de cuánto se cuece en Bruselas y en Berlín. Ni siquiera entienden las elecciones como una buena ocasión para hacer pedagogía sobre el papel de la Unión Europea ante una ciudadanía en general bastante desinformada. Es como si las elecciones constituyeran la coartada para volver a lo de siempre: descalificaciones de brocha gorda y eslóganes vacíos.
Sin duda, asuntos como la opacidad y el oscurantismo en la toma de decisiones en la Unión Europea -véase como último ejemplo la actual negociación para un tratado de libre comercio con Estados Unidos-, su déficit democrático -el poder del Parlamento Europeo es muy limitado en comparación al del Consejo-, su irresponsabilidad (unaccountability) -los comisarios no responden de sus decisiones y actuaciones ni se someten al escrutinio de la población afectada, aún menos el Banco Central Europeo-, el sometimiento del interés conjunto europeo al de los estados más poderosos-, el desmesurado poder de los lobbies o la lejanía, no solo geográfica, de Bruselas como centro de decisiones merecerían ser expuestos y debatidos. Pero tal cosa no ocurrirá.
Las elecciones y sus resultados serán interpretados en clave nacional. Precisamente cuando en esta última legislatura el país ha efectuado su mayor cesión de soberanía a la Unión Europea -esa reforma de la Constitución acordada por PSOE y PP para primar el pago de la deuda a los bancos alemanes y franceses sobre cualquier otro concepto, por no hablar de las condiciones del rescate financiero y la unión bancaria en ciernes- coincidiendo con el momento en el que ésta mostraba su perfil más insolidario y áspero.
Cada vez estoy más convencido de que la Unión Europea le viene grande a una España que no para de encoger y que ni siquiera sabe escoger el programa de lavado que más le conviene. No entiende el manual de instrucciones porque viene en alemán y es como si, en su desesperación, solo acertara una y otra vez a apretar el botón de centrifugado.
Visto lo visto, habrá que llamar al técnico. Eso sí, nunca antes del día 26.
3 comentarios:
Siguiendo con el símil de España y la lavadora, quiero apuntar que existe un producto que se añade en los últimos minutos del lavado y se llama " suavizante ".
Este consigue que el efecto final mejore, aunque solo sea aparentemente. El problema surgirá en
la elección del producto : algunos
tienen un aroma muy agradable, refrescante ,limpio,
pero, cuidado !, que los hay que apestan a rancio y su
penetrante olor perdura desagradablemente, sin que, una vez utilizado, podamos hacer nada para neutralizarlo.
Saludos a todos y todas.
Muy acertado en el análisis. Sin manchas.
Saludos.
Sí, va ser que más que otra sesión de raspa que te raspa con cepillo de púas en el lavadero prusiano, España lo que ahora necesita es una dosis de Mimosín.
Pero, ahora que es el momento ¿por qué nadie dice nada al respecto, aunque sea para disentir, y sin embargo nos pasamos el día enfrascados en los absurdos dimes y diretes del lavadero?
Uno no sale de su perplejidad. Si no es ahora, ¿cuándo?
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