Ante la decisión de Ana Botella de no presentarse a la reelección como alcaldesa de Madrid -más bien elección dado que en los comicios previos el cabeza de lista era Ruiz-Gallardón y ella obtuvo el puesto de rebote en una maniobra poco edificante desde el punto de vista de la higiene democrática- la inmensa mayoría de los comentarios y opiniones han ido dirigidos a glosar la controvertida figura de la mujer de Aznar así como los hitos -más negativos que positivos- de su gestión al frente del consistorio madrileño.
Sin embargo, como tan a menudo ocurre en los medios españoles, se ha pasado por alto quizás el aspecto más relevante de la gestión de Botella, ése que a la postre en mayor medida acabará afectando a la calidad de vida de los madrileños: el modelo de ciudad que viene siendo promovido desde la máxima institución de la capital del reino. Un ejemplo, ya tratado en este blog, es el tratamiento de las plazas y espacios públicos por parte de las autoridades municipales.
Hoy nos detenemos en la céntrica Plaza de Callao, convertida en una simple explanada -otra más- situada en el centro comercial de Madrid y por sus características apta para hacer de ella un uso polivalente, por supuesto siempre al servicio de la marca comercial de turno a cambio de unos ingresos que meter en la hucha consistiorial o, más bien, que dedicar al pago de los intereses de la monstruosa deuda contraída por Madrid durante la alcaldía de Ruiz-Gallardón.
Otra plaza, en definitiva, hurtada al disfrute de los ciudadanos de la capital para atender fines más apremiantes e inconfesables ante -es triste decirlo- la indiferencia general.
Ante la creciente avalancha de público y dado el peligro de saturación, a fin de evitar daños irreparables en un ecosistema de gran valor natural, las autoridades decidieron vetar el acceso del público a los Cerros de Úbeda. -Una vez evaluado su estado, la idea es reanudar el acceso si bien a partir de ahora de forma limitada -aclaró un portavoz autorizado.
MARIO: Vamos, Luigi, que nos esperan para una nueva aventura.
LUIGI: Que esperen.
MARIO: ¿Eh?
LUIGI: Que no sé si quiero ir.
MARIO: ¿Y eso?
LUIGI: Que me he cansado de obedecer a todo el mundo, ¿sabes?, de ser teledirigido por un botón, de hacer en todo momento lo que quiere que haga el jugador de turno que lo mismo es capaz que un inútil, o un cretino. Eso, por no hablar del pastón que hemos reportado a nuestros creadores y del que no hemos visto un duro.
MARIO: Pero Luigi, piensa que somos mundialmente famosos gracias a ellos. Habitamos la imaginación de millones de niños.
LUIGI: ¿Y para que me sirve la fama si soy esclavo de ella?
MARIO: ¿A qué te refieres?
LUIGI: A que no somos dueños de nuestros actos, que estamos siendo utilizados, que no somos libres, Mario, !a eso me refiero!
MARIO: ¿Libres, dueños de qué...?, ¿de qué queremos ser dueños?
LUIGI: Sabía que no me entenderías. No sé ni para qué me molesto.
MARIO: Luigi, la verdad es que desde que te ha dado por leer dices unas cosas mega raras. Antes no eras así. Como sigas en plan negativo no sé lo que va a pasar... ¿Vienes o no?
LUIGI: Que te den.
La utilidad de lo inútil, el
libro-manifiesto escrito por el profesor italiano Nuccio Ordine, reflexiona
sobre la idea de la utilidad de aquella clase de conocimientos cuyo valor
fundamental está libre de cualquier finalidad práctica, alejada de cualquier
interés utilitarista o comercial. Ordine se refiere, en especial, a disciplinas
de raíz humanística como la literatura, la filosofía o el arte pero también a
la investigación científica desinteresada, aquella que no persigue más objetivo
que satisfacer la curiosidad humana y cuyos logros a menudo sirven de base para
ulteriores desarrollos aplicados por parte de otros investigadores.
Se podría decir que, en el fondo, el libro de Ordine viene a responder a esa
pregunta tan insidiosa como irritante a la vez que cada vez más frecuente que
se resume en un: ¿para qué sirve leer?, o ¿para qué sirven la literatura, la
filosofía o el arte? como si hoy día el esfuerzo por la adquisición de
conocimiento sin un interés concreto constituyera por sí mismo un acto
sospechoso si no un gasto de energía o una pérdida de tiempo.
Y es que vivimos hoy en una sociedad que
prima el tener sobre el ser, una especie de dictadura del beneficio y de la
posesión que domina todos los ámbitos del conocimiento y de nuestro
comportamiento cotidiano. La apariencia, por desgracia, cuenta más que el
propio ser. Una mentalidad que ha acabado impregnando a la enseñanza y que
amenaza con transformar, más aún en el actual contexto de profunda crisis
socieconómica cuando los presupuestos encogen, a las instituciones educativas,
también a las públicas, en empresas. Así, son hoy muchas las universidades que
venden diplomas y licenciaturas –a menudo al alcance solo de los estudiantes de
familias pudientes, que se convierten en clientes- a cambio de la perspectiva
de obtener un trabajo y réditos inmediatos. La prioridad consiste en producir
diplomados y licenciados aptos para ser introducidos en el mercado.
Ordine lamenta este proceso en la medida
en que subvierte profundamente el sentido original de la educación cuyo fruto,
sobre la base de la gratuidad, ha de ser siempre a largo plazo: alimentar la
curiosidad del estudiante y transmitirle un conocimiento que, exento de
cualquier utilitarismo, le forme como un ser intelectualmente autónomo. La
profesionalización de los estudiantes solo puede ser entendida dentro del marco
de una formación cultural más amplia que les lleve a cultivar de forma autónoma
su espíritu y a estimular la curiosidad. De otro modo, resulta inconcebible
imaginar en el futuro a ciudadanos responsables, capaces de renunciar a su
egoísmo por el bien común, de practicar la solidaridad, la tolerancia, de
reivindicar la libertad, de proteger el medio ambiente o de apoyar la
justicia.
Para ilustrar su tesis Ordine recurre a
una variada serie de ejemplos proporcionados a lo largo de la historia por
diversos autores, desde los clásicos hasta los contemporáneos, en cuyos
escritos ponen de relieve la importancia del conocimiento no utilitarista como
esencial para la dignidad humana sobre la base de que “la esencia de la
literatura (y de los demás saberes humanistas), inmune a cualquier aspiración
al beneficio podría ponerse, por sí misma, como forma de resistencia a los
egoísmos del presente, como antídoto a la barbarie de lo útil que ha acabado
por corromper nuestras relaciones sociales y nuestros afectos más íntimos”. Su mera existencia representa un valor
alternativo a la supremacía de las leyes del mercado y de la ganancia.
Parafraseando a Tolstoi, lo en verdad
útil es aquello que hace mejor al ser humano. O, como apunta Rob Riemen, la única
posibilidad de conquistar y defender nuestra dignidad humana nos la brindan la
cultura y una educación libre. Así, señala Aristóteles, al igual que
denominamos libre a alguien que vive para sí y no para otro, consideramos a la
filosofía como la única ciencia verdaderamente libre pues existe solo por sí
misma. Sobre esa libertad, basada en el rechazo a ser esclava de lo útil, se
funda la divinidad de los seres humanos. Son solo algunos ejemplos escogidos
entre las decenas de ellos que propone el libro de Nuccio Ordine
Conviene, quizás, recordar que
precisamente el pasado año las autoridades decidieron relegar a la filosofía en
los planes de estudio de los centros de enseñanza secundaria españoles. “Solo
quien ama la verdad está en condiciones de buscarla sin descanso. De ahí que la
duda no sea enemiga de la verdad sino un estímulo constante a la búsqueda de
ella”. Palabras que merece tener presente en estos tiempos en que los poderes
instituidos tratan de imponernos certezas, verdades únicas en las que no ha
lugar a alternativas.
“El conocimiento es una riqueza que se
puede transmitir sin empobrecerse”. Es su propia naturaleza, por tanto, la que
lo distingue de cualquier otra clase de riquezas. Es por ello que, “el
conocimiento se erige por sí mismo como obstáculo al delirio omnipotente del
dinero y del utilitarismo”. “Solo el conocimiento puede aún desafiar a las
leyes del mercado”. La progresiva relegación de las disciplinas humanísticas en
los planes de estudio y, con ello, de sus enseñanzas en la vida cotidiana
atenta, en definitiva, contra lo que de humano hay en todos nosotros.