lunes, mayo 02, 2016

Fosa común, Javier Pastor

Fosa común, la cuarta novela de Javier Pastor (Random House Mondadori, 2016), transita por escenarios de la historia reciente de España, ese relato nunca asentado. Partiendo del recuerdo personal –un acto nunca inocente en un país desmemoriado por vocación- atenta contra la historia oficial a través de un suceso que conjuga la muerte y el anonimato sugeridos en el título. Su mérito reside en hacerlo de forma no premeditada, al menos en apariencia, a diferencia de tantos otros discursos que no esconden su intención de arremeter contra ella, a menudo de forma frontal, lo que a la postre les resta credibilidad y eficacia. Es en el método elegido por Pastor y en la forma de llevarlo a cabo dónde reside el valor de su novela.

Fosa común consta de tres partes. En la primera, narrada en tercera persona en bloques descriptivos que incluyen breves pero efectivos diálogos,  asistimos a los estertores del franquismo y a la Transición a través de la experiencia de un niño –conocido por su apellido: Arzain-, hijo de militar, que estudia en un colegio regentado por curas en una ciudad de provincias sin determinar. El autor recrea en detalle y con acierto el lenguaje, el argot empleado por los niños de entonces, para mostrarnos el entorno privilegiado en el que crece Arzain tutelado con firmeza, eso sí, por representantes de esas dos castas que sirvieron de bastión al régimen. Los temas tratados son los lógicos en un protagonista de esas características: la camaradería, las relaciones en el colegio con compañeros y profesores, la familia, la explosión hormonal y los consiguientes ligoteos. Destaca la multitud de referencias empleadas por Pastor sobre la indumentaria, la cultura popular, los objetos-fetiche, los juegos, usos y costumbres de la época, que facilitan la identificación con la narración a quien la haya vivido. Esta parte concluye con el traslado de la familia del protagonista a Madrid y coincide con un hecho trágico que sirve como metáfora, un tanto tópica, quizás excesiva, del fin de la inocencia.

En la segunda parte, un Arzain ya maduro echa la vista atrás y revive la época de su infancia con la distancia y el cinismo propios del adulto a través de una narración en segunda persona alternada con diálogos con compañeros de entonces con los que coincide durante sus visitas a una ciudad que se hace reconocible: Burgos. Se vislumbra que en Madrid el protagonista dejó atrás el pijerío nacional-católico al que parecía abocado para participar en los excesos propios de la juventud urbana en la Transición y se adivina una evolución ideológica al haberse emparejado con una mujer huida de Argentina tras el golpe militar con la que tuvo dos hijas. Fallecida su mujer de forma prematura, el protagonista siente el impulso de recuperar sus raíces. A esta parte corresponde una visión desmitificadora propia de la madurez pero se resiente un poco ante lo nebuloso de la experiencia madrileña de Arzain.

La tercera y última parte, narrada en primera persona en forma de diario desde el momento actual, contiene las pesquisas del protagonista dirigidas a conocer y desentrañar el trágico suceso vivido por una familia de la que formaba parte una amiga de su infancia. Un oscuro hecho que sirve para ilustrar la época en que ocurrió: apenas unas semanas antes de la muerte de Franco y con el eco aún vivo de las cinco condenas a muerte promulgadas por el régimen, como si éste agonizara en medio de un reguero de cadáveres. Esta parte incluye breves apuntes metaliterarios, la experiencia de un miembro de la familia del autor secuestrado por ETA, pero se centra en una investigación que servirá de documentación para la escritura de la novela acerca de un suceso olvidado, puesto en sordina desde el momento en que ocurrió, digno de una portada de El Caso, cuya sordidez sirve de reflejo de una época, de un contexto, ese al que apela el título de la novela.     

Fosa común es la obra de un escritor inconformista, dotado de grandes recursos y sentido del riesgo, que ofrece una nítida radiografía de una época y un lugar: ese Burgos tenido como bastión franquista, pero también una reflexión sobre el recuerdo y un análisis indirecto de la Transición. Si acaso, la novela flaquea un poco en el equilibrio entre sus partes, cada una de ellas muy definida en fondo y forma lo que dificulta un poco su fusión en la mente del lector. La tercera y última, en concreto, puede resultar algo forzada quizás porque la amiga del narrador, protagonista involuntaria de la tragedia sobre la que aquel indaga, a diferencia de otros personajes, no juega un papel relevante en su narración sobre la infancia, la amistad entre ambos no deja huella en el lector lo que imposibilita la identificación con su siniestro destino. Ello hace que la sensación que predomine sea la de un sinsentido, eso sí, vagamente relativizado por los estamentos dominantes de la época. Claro que es esa indefinición la que a su vez espolea a la búsqueda de un sentido a través de metáforas y analogías, puede que en vano, por parte del lector.   

             
La reseña está también disponible en el número de mayo de la revista digital de agitación cooltural agitadoras

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