“Uno escribe un diario porque se inscribe en una vida que se
apoya en el pensamiento de la escritura”, concluye el poeta Kepa Murua acerca del
móvil que le ha llevado a escribir el suyo y cuya segunda entrega: Los sentimientos
encontrados – Diario de un poeta y editor (2005-2007) ha publicado la editorial
Cálamo este mismo año. El elemento que distingue –y enriquece- a este diario es
que el pensamiento de la escritura se aborda, como el título indica, desde una
doble perspectiva: la de escritor y la de editor, facetas que pudieran ser
excluyentes, o eso sospecha su autor. Y es que a su faceta como poeta, con
alguna incursión reciente en la narrativa, añade Murua la de responsable en
aquellos años de Bassarai, editorial independiente ya desaparecida con sede en
su ciudad de adopción: Vitoria-Gasteiz.
Si empezamos por la vida, en dicho diario nos encontramos
con las circunstancias y los condicionantes de vivir en una ciudad vasca de
tamaño medio situada en la periferia de un país refractario a la cultura como es
España: “Los vascos, rácanos con su bolsillo y su conciencia. Los españoles,
rácanos en su mentalidad y su cultura. Unos y otros, ignorantes con lo propio y
lo ajeno”. Un contexto apenas aliviado por esporádicas y fugaces escapadas, sea
por placer o por motivos profesionales, a ciudades españolas o extranjeras:
Toronto y Londres resultan las más celebradas. Claro que la vida del autor gira
principalmente en torno a la lectura y la escritura, ambas materia de abundante
reflexión, junto a los estímulos que le proporcionan la música, el cine, la
pintura o el impulso de lanzarse a bailar. A ello se añade la amistad, por
fortuna o por desgracia casi siempre entrelazada con su actividad o con el
trabajo ya que en la mayoría de los casos se trata de artistas con los que
colabora, contrasta ideas o proyectos y, claro, rivaliza aunque sea de forma
callada, como sin querer.
No obstante, aunque en la forma abordada con neutralidad, con
distancia es la faceta sentimental la que destaca en la medida en que asistimos
a la descomposición de una relación de larga trayectoria –“un amor que se le ha
ido de las manos por la fuerza del deseo”- que ha dejado a un hijo como testigo
y ante la que el autor se posiciona como actor impotente –“en el ámbito
personal, intuyo que mis silencios hacen daño”- cuyo verdadero alcance se
revela al comprender que esa complicidad perdida, además de afectiva, constituía
el pilar de la editorial. Las distintas facetas de la vida de Murua se revelan
entrelazadas de un modo en apariencia indisoluble: la relación sentimental y
profesional, el arte y la amistad, el placer y el trabajo…
La faceta de editor desprende cierta melancolía en la medida
en que sabemos de antemano el destino de su proyecto pero despierta gran
interés conocer de su propia voz los entresijos de un negocio tan peculiar
abordado con gran exigencia, conjugando la variable contable y artística ante
la tiranía de la logística: el almacenaje, la distribución, la impresión, la
asistencia a ferias, las presentaciones, el trabajo gráfico, las traducciones,
el siempre delicado trato con los autores no pocas veces en virtud de sus
inasumibles expectativas y sus egos, la promoción, el trato con los medios de
comunicación, con los temidos funcionarios culturales. Asistimos al creciente
desgaste producto de un oficio precario que exige a Murua versatilidad, entrega
y fe inquebrantable –“creo que estoy arriesgando mucho, siento que voy a tumba
abierta”- en una causa tan loable como improbable –la tentación es calificarla
como quijotesca-.
Queda, por fin, la labor del poeta condensada en abundantes
reflexiones sobre el acto creativo, sobre la propia obra, sobre su trayectoria
y su evolución, sobre su recepción por parte de los editores, los colegas y los
medios de comunicación, la asistencia a congresos y eventos varios con la ilusión
de darla a conocerla. Una actividad paradójica, contradictoria: solitaria pese
a estar en constante contacto con la gente, a menudo incomprendida pero capaz
también de proporcionar fulgurantes destellos de empatía, con las
satisfacciones que reporta el ir por libre y su alto precio. Es el lenguaje
poético, fusionado con el testimonial y el ensayístico, el que da el tono
narrativo al diario
“Noto que este diario se decanta por la vida cuando yo
pretendía una reflexión metafísica sobre la creación y la literatura”, escribe
Murua. Y en efecto, si algo queda claro tras su lectura es que en su vida no
hay compartimentos estancos, que las satisfacciones son siempre más personales
que públicas o materiales lo que proyecta cierta melancolía y que, pese a su
empeño por controlar la situación ha de aceptar que su destino está sometido al
azar. Es el peaje a pagar por la ambivalencia que determina su existencia:
vivir en la escritura mientras se vive la vida.
Esta reseña está también disponible en el último número de la revista de arte y pensamiento: espacioluke
No hay comentarios:
Publicar un comentario