miércoles, julio 19, 2017

Canadá, Richard Ford

Reconocía en una entrevista Richard Ford que de entre sus novelas sentía predilección por Incendios (Wildlife), en parte por la incomprensión que despertó en su momento, algo quizás novedoso en la trayectoria de un novelista que ha gozado del éxito de crítica y de público (Premio Pulitzer por Independence Day, la segunda obra de la tetralogía protagonizada por Frank Bascombe, y Premio Princesa de Asturias de las Letras 2016 por el conjunto de su obra). En cierto sentido, su novela Canadá (Anagrama, 2013) vendría a suponer un desquite, una revancha ante el rechazo que en su día provocara su obra favorita pues en ella, sobre todo en su primera mitad, no sólo retoma sus líneas maestras sino que las lleva aún más lejos en la segunda como si se tratara de redoblar la apuesta.

Incendios y la primera parte de Canadá no sólo comparten escenario geográfico y contexto temporal: los estados más remotos del noroeste de Estados Unidos (Montana, las Dakotas) hacia 1960, sino que en la segunda parte de ésta última la acción se traslada a una región aún más remota y desolada esta vez del país que da nombre a la novela. Ambas historias –en lo relativo a su primera parte en el caso de Canadá- indagan en las miserias de seres adultos cuyas flaquezas y carencias abocan a sus núcleos familiares a la desintegración arrastrando consigo a los seres más vulnerables, en el caso de Canadá con unas consecuencias más desastrosas para todos sus miembros. En uno y otro caso la narración se desarrolla desde el punto de vista del hijo: un adolescente taciturno, sensible y observador que trata de desvelar el misterio que envuelve a las relaciones entre los adultos y cuyas aspiraciones no parecen estar en consonancia con el frágil entorno en el que le ha tocado desenvolverse. La profunda sensación de desvalimiento que permea ambas novelas remite a la obra más inspirada de Richard Yates, de quien Ford se ha declarado admirador.

Dell, que así es como se llama el protagonista de Canadá, – esta vez cuenta con una hermana melliza, Berner, a diferencia de la condición de hijo único en Incendios- articula el relato en perspectiva valiéndose de su experiencia, de su intuición y recurriendo en determinados casos a fuentes de dudosa fiabilidad. Gracias a sus dotes de observación, en la primera parte nos familiarizamos con las carencias de sus padres cuya mala cabeza les empujará en un acto de desesperación a cometer un acto extremo –el robo de un banco- que condicionará de forma irreparable la vida de los cuatro miembros de la familia. Destaca en ella la elaboración de los perfiles psicológicos de ambos progenitores y su contraste, más efectiva si cabe al permanecer envueltos en un halo de misterio pues son muchos los interrogantes que quedan sin contestar debiendo recurrir el narrador en numerosas ocasiones a suposiciones, quizás porque la conducta humana no puede ser abarcada en su totalidad a través de la lógica.

Tras la abrupta desintegración del núcleo familiar, el joven narrador se ve obligado a iniciar una nueva etapa vital esta vez al otro lado de la frontera –el contraste entre los dos países de América del Norte constituye otro elemento de la novela como ya lo fuera el de los padres- donde es acogido con frialdad por el hermano de una amiga de su madre. Esa orfandad en la práctica junto a la ya mencionada sensación de desamparo dota a la segunda mitad de Canadá de un componente dickensiano que pronto gira para acabar proyectándose sobre el misterio que envuelve a la figura de su distante protector, un estadounidense que hace años se asentó en una pequeña localidad del país vecino donde regenta un hotel de dudosa reputación frecuentado por cazadores de ocas. El escenario y las circunstancias cambian pero las motivaciones del joven permanecen idénticas: tratar de conciliar sus aspiraciones con la realidad aún más difícil en la que se ve inmerso, lo que pasa por desentrañar el enigma que ahora representa su improvisado benefactor y las dudas que le genera que a la postre se revelarán fundadas.

 

La motivación que recorre Canadá de principio a fin consiste en tratar de descubrir las claves que explican la conducta de los adultos de la que depende la suerte del joven narrador, incapaz de valerse por sí mismo, más que en desentrañar el alcance y las consecuencias de sus actos. En todo momento pende sobre ella una especie de fatalismo, de determinismo: la impresión de la tragedia que se va fraguando ante la impotencia del joven dadas las carencias de los adultos de los que depende, que él sólo es capaz de atisbar pero que le condicionarán de forma irremediable. Resulta irónico que cada uno de éstos comparta con él consejos y sentencias dirigidos a ayudarle a desenvolverse en la vida, una constante ya presente en Incendios.

El grueso de la acción se reparte en dos mitades que abarcan una franja temporal de varios meses, la primera de las cuales transcurre en la localidad de Great Falls (Montana) y la segunda en Fort Royal (Saskatchewan, Canadá), y se completa con un epílogo en el que se nos aparece el protagonista ya adulto –está a punto de jubilarse como profesor de Literatura y tras largo tiempo se rencuentra brevemente con su hermana que sufre una enfermedad terminal-. Compuesta de breves escenas narradas en primera persona, en tiempo pasado, el autor apela a su memoria y a las fuentes de que se nutre su relato anticipando una y otra vez las consecuencias de los hechos que narra, la desgracia que se avecina, dejando claro que la intriga no está tanto en ellos sino en las motivaciones que los alumbran. En contraste con esas enseñanzas en forma de máximas que los adultos se empeñan en compartir con él Canadá ofrece un potente fresco sobre la falibilidad humana y su carácter ordinario, así como las desastrosas consecuencias a que da lugar. Ante las dificultades de Dell para extraer conclusiones acerca del porqué de sus circunstancias, más que una novela de formación o de superación, la que Ford nos ofrece es una historia de pura supervivencia. 

No hay comentarios: