domingo, diciembre 02, 2018

Llegar y contarlo


Hace tiempo que para los europeos África es sinónimo de inmigración. Las noticias de aquel continente, siempre trágicas, se limitan cada vez más a la llegada de sus inmigrantes a nuestras costas, a las consecuencias que tiene para la sociedad europea y a la reacción que suscita en ella, sobre todo en los países del sur, más expuestos a los flujos migratorios, al menos como puerto de entrada. El inmigrante sigue siendo presentado como un ser anónimo, sin rasgos distintivos más allá de la diferencia evidente que representa en virtud de su origen, raza y condición, lo que facilita el que venga equiparado, de forma inconsciente o no, a un bárbaro. Los medios no muestran interés en llenar dicho vacío mientras los políticos tienden, en el mejor de los casos, a presentárnoslo como un ser abocado a caer en manos de las las mafias.

Como tantas veces, corresponde a la literatura -también al cine- tratar de dotar de contenido y de sentido a la experiencia y a las vivencias de esos seres incomprendidos que a menudo vemos como una amenaza en gran medida debido al absoluto desconocimiento que tenemos de ellos. Quien esté interesado en humanizarles cuenta con un modesto subgénero literario centrado en la experiencia de los clandestinos que desde el África subsahariana buscan llegar a las costas europeas. A él pertenecen El viaje de Kalilu y Partir para contar, los relatos autobiográficos de dos jóvenes africanos procedentes de Gambia y de Senegal que un día decidieron dejar su país de origen para “marchar a la aventura”, que es como en la África francófona se denomina al viaje para tratar de establecerse en Europa.

Dichas narraciones permiten al lector familiarizarse con el complejo entramado surgido en torno al deseo o a la necesidad de emigrar de tantos jóvenes africanos a lo largo de una ruta tan extensa como bien definida a través de localidades estratégicas situadas en países como Malí, Burkina-Fasso, Níger, Libia, Argelia y Marruecos. La ruta por Mauritania y el Sahara Occidental, más corta, viene desaconsejada por la gran cantidad de minas antipersona que hay en ella lo que obliga a dar un larguísimo rodeo en aras de una mayor, aunque siempre precaria, seguridad. Numerosos son así mismo los distintos gremios a que ha dado lugar o que ya existían pero se han beneficiado de la necesidad de desplazarse de tantas personas de forma ilegal: los encargados de los aparcamientos de autobuses que los distribuyen, los conductores que aceptan transportarles, los guías que cubren largos trayectos a pie a menudo a través del desierto, los “conseguidores” que lo mismo se encargan de obtener un visado falso que algo de comida en el lugar más remoto. Los clandestinos suponen un negocio, una fuente de ingresos que exprimir a toda costa, siempre expuestos al abuso dada su vulnerabilidad.

Las ciudades situadas en la ruta de los clandestinos cuentan con precarios centros de acogida divididos según las nacionalidades y gestionados por los propios inmigrantes en una jerarquía determinada por su antigüedad. Recalan en ellos con la idea de encontrar trabajos temporales que les permitan hacer algo de dinero antes de proseguir la marcha. En las proximidades de Ceuta y de Melilla, dichos centros se hallan en el campo, junto a bosques o en torno a montañas próximas a la frontera. El atractivo de llegar a España a través de dichos enclaves es que no se necesita dinero, a diferencia del alto precio que se pide para intentar la travesía en una patera. Los asaltos masivos a las vallas se producen cuando la acumulación de jóvenes amenaza con desbordar la capacidad de dichos campamentos.

Pese al entramado organizado en torno a los clandestinos, la exigencia que conlleva el desplazamiento es máxima, los peligros y contratiempos innumerables: engaños, chantajes, palizas, robos, asaltos, hambre, sed, deportaciones, enfermedades, desorientación, violaciones, abandonos, la resistencia física y mental de quienes se embarcan en ellos es llevada al límite. Basta pensar que el viaje suele durar años. Es raro que completen el trayecto al primer intento, lo más común es que desde Marruecos los inmigrantes sean devueltos a un destino próximo al de salida y tengan que empezar de nuevo. Muy rara vez arrojan la toalla, una vez tomada la decisión el orgullo les lleva a arriesgarse cuantas veces haga falta, cualquier cosa antes que regresar a casa con el estigma del fracaso. La mayoría, por tanto, se quedan en el camino a menudo en las condiciones más penosas y crueles que cabe imaginar.

El relato del gambiano Kalilu Jammeh va al grano, se limita a narrar los hechos sin complementarlos con juicios ni valoraciones, los deja hablar por sí solos y el resultado es una narración de corte verista, sin artificios. Un relato duro y seco, sin apenas recursos estilísticos, huérfano de adjetivos; la clase de discurso que cabe imaginar en un personaje de las características de su autor que nos hace partícipe de su experiencia a toro pasado aunque, pese a su relativa brevedad, su austeridad discursiva y la cruel naturaleza de los hechos relatados acaban poniendo a prueba la resistencia del lector.




La historia del senegalés Mahmud Traoré, Partir para contar: Un clandestino africano rumbo a Europa, resulta más expansiva, más literaria. Nos familiarizamos con las inquietudes de su protagonista, su modo de ver las cosas, las motivaciones que le llevan a tomar sus decisiones, su personalidad, en definitiva. Así, intercala fragmentos que ilustran al lector sobre la comunidad a la que pertenece de modo que nos familiarizamos con su bagaje. Narrado en tiempo presente, el suyo es un texto más amplio y rico que el de Jammeh, más detallista y evocador, sentimental por momentos, pero también más artificioso. Se nota la mano de un co-narrador, el periodista francés Bruno Le Dantec, al enriquecer la historia y completarla con una reflexión que cuestiona algunos de los tópicos del fenómeno de la inmigración desde la óptica de los europeos.




Ambos coinciden que en caso de haber sabido lo que les esperaba probablemente no hubieran “marchado a la aventura”. Tampoco son muy explícitos respecto a las motivaciones que les empujaron a emprenderla como si fuera una opción natural que más que de las circunstancias de quien la asume depende de su personalidad, de su inconformismo, de su espíritu de aventura y de su ambición. Ello lleva a pensar que tan útiles como dichas lecturas pueden ser para el europeo a fin de tratar de comprender el fenómeno más aún lo pueden ser para el africano. El problema es que ni a uno ni a otro parece seducir la idea de acercarse a una realidad tan dura; a unos por comodidad, prefiriendo delegar el problema en las autoridades “responsables”, a los otros por el altísimo coste que conlleva renunciar a la esperanza.

Esta reseña está también disponible en el ultimo número de la revista digital agitadoras

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