lunes, mayo 06, 2019

Villa Metaphora, Andrea de Carlo

Inspirado en la figura del barón de Canistraterra, el arquitecto de fama internacional Gianluca Perosato ha construido Villa Metaphora, un super-exclusivo y casi inaccesible complejo de vacaciones en la abrupta ladera de Tari, minúscula isla volcánica situada en el Mediterráneo italiano próxima a la costa africana que en su día atrajera al extravagante aristócrata. La semana de su inauguración acoge a una serie de selectos visitantes: un anciano ingeniero italiano fabricante de prismáticos y su esposa, una periodista francesa alojada de incógnito con la idea de escribir una crítica del lugar, una joven estrella del cine de Hollywood acompañada de su marido, propietario de una empresa de coaching, y de una amiga irlandesa a la que ha conocido durante un reciente rodaje en Roma, y un altivo banquero alemán y su esposa. Personajes “vip” que, en virtud de su personalidad y nacionalidad, constituyen un muestrario del éxito entendido en clave occidental.

Además del propio Perusato, al servicio de los invitados están: Lucia, su joven amante que abandonara la isla para regresar a trabajar en ella como su mano derecha, Ramiro Juárez, sofisticado chef español discípulo -se sobreentiende- de Ferrán Adriá, que es gay y sufre de islofobia, Paolo Zacomel, ascético artesano que trabaja la madera y construye los originales muebles del complejo, Carmine, el primo de Lucía a cargo de la intendencia y patrón de la elegante embarcación que une Villa Metaphora con Bonarbor, el puerto de Tari, además de las dos camareras y el ayudante de cocina naturales de la isla.

Pese a tan favorables premisas, las expectativas de invitados y responsables pronto empiezan a torcerse. Un paparazzo que trata de obtener fotos de Lynn Lou Shaw, la estrella de cine, acaba muerto de forma involuntaria y la embarcación que sirve a Villa Metaphora naufraga tras una imprudente excursión a una cueva marina reverenciada por los habitantes de la isla. Las desgracias se suceden a medida que el lector comprende que las circunstancias de los selectos invitados distan de ser modélicas. El culto ingeniero de prismáticos vio como su empresa quebraba, el banquero alemán ha tenido un romance con la mejor amiga de su hija y se halla a la espera de que fotos comprometedoras afloren en los medios, la actriz, por su parte, ha visto como se interrumpía el rodaje de su película en Roma por culpa de su temperamento y dispone de unos días para relajarse antes de regresar a completarla. Por si fuera poco, un fuerte y persistente viento se ensaña con Tari y a medida que queda incomunicada tras recibir a algunos huéspedes no previstos -un sinuoso político italiano en busca de un encuentro con el banquero alemán desconocedor de su comprometida situación y una joven rusa allí abandonada tras la imprevista y aparatosa escala en yate de sus vulgares y prepotentes acompañantes-, mientras las desgracias y los cadáveres se acumulan y los invitados, sometidos a una creciente tensión, pugnan por mantener las apariencias, el privilegiado escenario adquiere resonancias de El ángel exterminador. Si bien a diferencia de la película de Luis Buñuel, Villa Metaphora no culmina con una expresión surrealista sino que acaba equiparada al cine de catástrofes cuando el volcán que ha conformado la isla entra en erupción el séptimo día.

Y es que la acción en la novela se distribuye a lo largo de siete días -como la creación pero a la inversa-, cada uno con su correspondiente capítulo. Se trata, con mucho, de la más extensa de Andrea de Carlo, autor acostumbrado a moverse en las distancias medias, quien se vale del contexto de cada personaje y de su interacción con los otros, además del escenario, para dar rienda suelta a sus ideas, filias y fobias -llamativas, por ejemplo, sus invectivas, sin nombrarle, contra otro escritor italiano contemporáneo al que no resulta difícil reconocer-, a su visión de la vida en la actual sociedad occidental. Así, los ilustres invitados se asocian al mundo de la empresa, de las finanzas, de los medios de comunicación, de la industria del entretenimiento, de la política, lo que permite al autor destapar sus contradicciones y miserias. Es un móvil recurrente en la obra de De Carlo el desnudar la prepotencia de los supuestos triunfadores de nuestra sociedad dejando al descubierto su condición acomplejada e hipócrita, mientras sus héroes -anti-héroes, más bien- desafían las convenciones, se rigen por sus propias motivaciones en lugar por aquellas que les son impuestas y que vienen a priori juzgadas como sensatas, siempre dispuestos a obedecer a su instinto.

En las más de novecientas páginas de Villa Metaphora el escritor italiano se despacha a gusto a partir de los contrastes de sus personajes: el sofisticado y cosmopolita arquitecto originario del norte de Italia que invierte todo su futuro en el más remoto enclave de la Italia meridional, el desdén, la incomodidad y la vaga sensación de amenaza que el zafio pero adinerado grupo de rusos suscita en los invitados occidentales, el parlamentario confinado en el resort por accidente que despierta el sentimiento anti-político a su alrededor, la prepotencia del banquero que se empeña en acceder y en salir de la isla en helicóptero sin reparar en los riesgos que ello comporta, el cinismo y el oportunismo de la periodista que se alimenta de la misma carroña que detesta. Las debilidades de carácter y los juegos de poder de los invitados salen a relucir a la menor ocasión mientras que la salvación queda al alcance sólo de los caracteres más desinteresados o de aquellos a los que, pese a su éxito aparente, cabe considerar víctimas del sistema.

Narrada en una tercera persona que transmite el efecto de una primera a medida que la visión de los hechos se traslada de un personaje a otro, que facilita las digresiones y la revelación del mundo interior de cada protagonista, de modo que el personaje narrador se refiere a sí mismo por su nombre, la metáfora a la que alude el título y que da nombre al complejo de vacaciones se erige en la gran protagonista de la novela: la decadencia de una sociedad occidental que tiembla bajo nuestros pies y el temor a que, víctima de sus contradicciones y excesos, de su creciente enajenación y falta de sentido común, acabe por implosionar a la vista de todos. Tras su conclusión, la impresión de que la extensión de Villa Metaphora responde a un reto consciente por parte del autor no se disipa del todo y aunque sus recursos tensados al límite consiguen que el interés no decaiga persiste la duda de si hubiera podido reducirse en alguna medida.

Autor de más de una veintena de novelas, Andrea de Carlo es un gran desconocido en España. El éxito de Tren de nata, su ópera prima, despertó allá por los primeros años noventa, algún interés en nuestro país y sus primeras obras fueran publicadas aquí sin que ninguna de las editoriales que entonces apostara por él le concediera continuidad. Aunque parece ya un poco tarde para llenar el vacío sirva esta reseña para aventurar que podría haber encontrado un público suficiente.

Esta reseña está también disponible en el número de mayo de la revista digital agitadoras

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