Inspirado
en la figura del barón de Canistraterra, el arquitecto de fama
internacional Gianluca Perosato ha construido Villa Metaphora, un
super-exclusivo y casi inaccesible complejo de vacaciones en la
abrupta ladera de Tari, minúscula isla volcánica situada en el
Mediterráneo italiano próxima a la costa africana que en su día
atrajera al extravagante aristócrata. La semana de su inauguración
acoge a una serie de selectos visitantes: un anciano ingeniero
italiano fabricante de prismáticos y su esposa, una periodista
francesa alojada de incógnito con la idea de escribir una crítica
del lugar, una joven estrella del cine de Hollywood acompañada de su
marido, propietario de una empresa de coaching, y de una amiga
irlandesa a la que ha conocido durante un reciente rodaje en Roma, y
un altivo banquero alemán y su esposa. Personajes “vip” que, en
virtud de su personalidad y nacionalidad, constituyen un muestrario
del éxito entendido en clave occidental.
Además
del propio Perusato, al servicio de los invitados están: Lucia, su
joven amante que abandonara la isla para regresar a trabajar en ella
como su mano derecha, Ramiro Juárez, sofisticado chef español
discípulo -se sobreentiende- de Ferrán Adriá, que es gay y sufre
de islofobia, Paolo Zacomel, ascético artesano que trabaja la madera
y construye los originales muebles del complejo, Carmine, el primo de
Lucía a cargo de la intendencia y patrón de la elegante embarcación
que une Villa Metaphora con Bonarbor, el puerto de Tari, además de
las dos camareras y el ayudante de cocina naturales de la isla.
Pese
a tan favorables premisas, las expectativas de invitados y
responsables pronto empiezan a torcerse. Un paparazzo que trata de
obtener fotos de Lynn Lou Shaw, la estrella de cine, acaba muerto de
forma involuntaria y la embarcación que sirve a Villa Metaphora
naufraga tras una imprudente excursión a una cueva marina
reverenciada por los habitantes de la isla. Las desgracias se suceden
a medida que el lector comprende que las circunstancias de los
selectos invitados distan de ser modélicas. El culto ingeniero de
prismáticos vio como su empresa quebraba, el banquero alemán ha
tenido un romance con la mejor amiga de su hija y se halla a la
espera de que fotos comprometedoras afloren en los medios, la actriz,
por su parte, ha visto como se interrumpía el rodaje de su película
en Roma por culpa de su temperamento y dispone de unos días para
relajarse antes de regresar a completarla. Por si fuera poco, un
fuerte y persistente viento se ensaña con Tari y a medida que queda
incomunicada tras recibir a algunos huéspedes no previstos -un
sinuoso político italiano en busca de un encuentro con el banquero
alemán desconocedor de su comprometida situación y una joven rusa
allí abandonada tras la imprevista y aparatosa escala en yate de sus
vulgares y prepotentes acompañantes-, mientras las desgracias y los
cadáveres se acumulan y los invitados, sometidos a una creciente
tensión, pugnan por mantener las apariencias, el privilegiado
escenario adquiere resonancias de El ángel exterminador. Si bien a
diferencia de la película de Luis Buñuel, Villa Metaphora no
culmina con una expresión surrealista sino que acaba equiparada al
cine de catástrofes cuando el volcán que ha conformado la isla
entra en erupción el séptimo día.
Y
es que la acción en la novela se distribuye a lo largo de siete días
-como la creación pero a la inversa-, cada uno con su
correspondiente capítulo. Se trata, con mucho, de la más extensa de
Andrea de Carlo, autor acostumbrado a moverse en las distancias
medias, quien se vale del contexto de cada personaje y de su
interacción con los otros, además del escenario, para dar rienda
suelta a sus ideas, filias y fobias -llamativas, por ejemplo, sus
invectivas, sin nombrarle, contra otro escritor italiano
contemporáneo al que no resulta difícil reconocer-, a su visión de
la vida en la actual sociedad occidental. Así, los ilustres
invitados se asocian al mundo de la empresa, de las finanzas, de los
medios de comunicación, de la industria del entretenimiento, de la
política, lo que permite al autor destapar sus contradicciones y
miserias. Es un móvil recurrente en la obra de De Carlo el desnudar
la prepotencia de los supuestos triunfadores de nuestra sociedad
dejando al descubierto su condición acomplejada e hipócrita,
mientras sus héroes -anti-héroes,
más bien- desafían las convenciones, se rigen por sus propias
motivaciones en lugar
por aquellas
que les son impuestas
y que
vienen a
priori juzgadas como sensatas, siempre
dispuestos a obedecer
a su instinto.
En
las más de novecientas páginas de
Villa Metaphora el
escritor italiano se
despacha a gusto a partir
de los contrastes de
sus personajes: el sofisticado
y cosmopolita arquitecto originario del norte de Italia que invierte
todo su futuro en el más remoto enclave de la Italia meridional, el
desdén, la incomodidad y
la vaga sensación de amenaza que
el zafio pero adinerado grupo de rusos suscita
en los invitados occidentales, el parlamentario confinado en el
resort por accidente que despierta el sentimiento anti-político a su
alrededor, la prepotencia del banquero que se empeña en acceder y en
salir de la isla en helicóptero sin reparar en los riesgos que ello
comporta, el cinismo y el
oportunismo de la periodista que se alimenta de la misma carroña que
detesta.
Las debilidades de carácter y los juegos de poder de
los invitados salen a
relucir a la menor ocasión
mientras que la salvación
queda al alcance sólo de los caracteres más desinteresados o de
aquellos a los que,
pese a su éxito aparente,
cabe considerar víctimas del
sistema.
Narrada
en una tercera persona que transmite
el efecto de una primera a medida que la visión de los hechos se
traslada de un personaje a
otro, que facilita
las digresiones y la revelación del mundo interior de cada
protagonista, de modo que
el personaje narrador se
refiere a sí mismo por su
nombre, la
metáfora a la que alude el título y que da nombre al complejo
de vacaciones se erige en
la gran
protagonista de la novela:
la decadencia de una sociedad occidental que tiembla
bajo nuestros pies y el temor a que, víctima de sus contradicciones
y excesos,
de su creciente enajenación y falta de sentido común, acabe por
implosionar
a la vista de todos. Tras
su conclusión, la
impresión de
que la extensión de Villa Metaphora responde a un reto consciente
por parte del autor no se
disipa del todo y aunque sus recursos tensados
al límite consiguen que
el interés no decaiga persiste la duda de si hubiera podido
reducirse en alguna medida.
Autor
de más de una veintena de novelas,
Andrea de Carlo es un gran
desconocido en España. El
éxito de Tren de nata, su ópera prima, despertó allá por los
primeros años noventa, algún
interés en nuestro país
y
sus primeras obras fueran
publicadas aquí sin que
ninguna de las editoriales que entonces apostara
por él le concediera
continuidad. Aunque parece ya un poco tarde para llenar el vacío
sirva esta reseña para aventurar que
podría haber encontrado un público suficiente.
Esta reseña está también disponible en el número de mayo de la revista digital agitadoras
Esta reseña está también disponible en el número de mayo de la revista digital agitadoras
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