Más allá de la prevalencia de la clase media o de la búsqueda del término medio, la Mediocracia a la que alude Alain Deneault, ha derivado en el ascenso de los mediocres al poder. Un fenómeno que analiza en su último libro, publicado en nuestro país en 2019 por la editorial Turner y traducido por Julián Fajardo Herrero, en el cual el filósofo y escritor canadiense disecciona las pautas que han acabado pervirtiendo ámbitos y disciplinas esenciales para nuestro desarrollo como sociedad: la academia, la economía y la cultura y el arte. A cada una de ellas dedica un extenso capítulo a fin de diseccionar sus causas, la naturaleza del proceso y sus consecuencias. Más allá de la crítica, el autor proporciona pautas a fin de contrarrestar y superar las aspiraciones mediocres antes de que sus efectos perniciosos resulten irrevocables.
Así, la mentalidad de la gestión empresarial se ha ido infiltrando durante décadas en la academia al tiempo que sus profesionales era cooptados para servir como coartada y justificar los intereses de las grandes compañías, un proceso facilitado por la necesidad de los departamentos universitarios de encontrar financiación más allá de los recursos públicos. La inversión privada trae aparejadas prácticas como la productividad en forma de constantes publicaciones, la competitividad con otros académicos, el enfoque utilitarista o el empleo de un lenguaje aséptico y opaco a semejanza del empresarial. Un enfoque que acaba por desvirtuar el sentido de la investigación académica para ponerse al servicio de lobbies interesados en generar contextos que fuercen a los cargos electos a tomar determinadas decisiones. Quien se sale de las normas establecidas e interiorizadas por el mundo universitario -quien se niega a “seguir el juego”- queda marginado.
El interés en introducir el estudio de la Economía y el funcionamiento de los mercados de valores en los planes de estudios básicos pretenderían evitar que la gente comprenda que el sistema, basado en el empleo creciente de algoritmos, está fuera de control. En último término se trataría de inculcar la terminología e ideología que busca justificar los constantes excesos de las élites: los ricos generan la riqueza y esta gotea hacia las clases inferiores. A tal fin Deneault analiza fenómenos específicos que ilustran dicho proceso: el negocio de la fabricación de aviones privados de lujo, la creación de zonas libres de impuestos para fabricantes y comerciantes chinos en Canadá, el papel de los supuestos expertos, el culto al dinero, el saqueo de las riquezas en los países menos desarrollados y el declinante papel de los sindicatos.
El dinero compra el silencio y en la era del management totalitario y la cultura corporativa propicia la represión de quien obtiene un salario a través de su trabajo y le fuerza a desarrollar un compromiso personal con todo lo que se le pide. Las personas adineradas se apropian de los resultados de las actitudes desarrolladas como resistencia contra ellas y a través de los paraísos fiscales eluden el pago de impuestos, mientras los artistas/gerentes son conminados por los mecenas/inversores a trabajar con arreglo a los dictámenes del mercado excluyendo a los refractarios a la formación empresarial. Deneault analiza el rol del artista como trabajador social de la colectividad llamado a despolitizar asuntos y a aparecer públicamente al mínimo asomo de desastre, el papel de la televisión como medio para la exposición pública incluso si es para criticar al régimen mediocrático con opciones de que trascienda, o lo que denomina el arte subversionado, arte pretendidamente subversivo dentro de los límites fijados por las instituciones que lo subvencionan.
Deneault aboga por reconocer la revolución como algo perteneciente al ámbito de lo necesario a fin de acabar con lo que daña al bien común, por mirar hacia el día en que se tambalee la confianza de la mayoría en el discurso de este orden, crear conceptos que nos permitan aprehender el nuevo orden que emerge de la corrupción a medida que se desarrolla y agota en sí misma. Es importante ver el principio democrático mismo como algo corrompido en la medida en que ideas como pueblo, bien común o bienestar social van desapareciendo subrepticiamente. También debatir cómo el poder ultraprivado captura y codifica cualquier actividad social para convertirla en parte del proceso de capitalización que enriquece a la cúspide de la jerarquía. Una vez definidos se requerirá de nosotros que nos resistamos o nos pongamos manos a la obra a fin de derrocarlos.
El libro contiene un epílogo dedicado a las políticas del extremo centro, aquellas que se presentan como “normales”, superando el espectro izquierda-derecha, pero que en la práctica buscan conseguir que los miembros de la clase media olviden que jamás será otra cosa que proletarios con dinero y de que carecen de control sobre los parámteros económicos y sociales que dan forma a su modelo vital. Así, los periodistas de extremo centro se expresan de una forma que raya el delirio en torno a temas que sirven para ocultar los asuntos cruciales, fragmentando nuestras reacciones subjetivas al dirigirlas a objetos que no guardan relación entre sí, ni con lo que en origen provocó nuestra reacción.
A la mediocridad, Deneault opone la radicalidad en base a una serie de recetas que enuncia pero no desarrolla: trabajar hasta dar con un compendio de causas válidas, organizarse con otras personas más allá de camarillas y refugios sectarios, mofarse de las ideologías, reducir los términos que la propaganda quiere inscribir en el centro de nuestra subjetividad a meros objetos de pensamiento, trascender los modos hegemónicos de organización y, en definitiva, intentar establecer estructuras que se parezcan a nosotros.