domingo, julio 07, 2024

Una experiencia lectora compartida

 

La lectura de Demian cuando tenía diecisiete años supuso un hito en mi trayectoria, entonces incipiente, como lector, así como un aldabonazo en mi conciencia, la de un adolescente sensible e impresionable. Pese al paso del tiempo, no he olvidado la conmoción que me provocó, como no la había sentido hasta entonces, y no abundaré ahora en el cliché de la novela que se diría escrita ex profeso para un determinado lector. Descubrí así que la ficción podía llegar a ser más poderosa en mi conciencia que la propia realidad, y lo cierto es que durante varios días me resultó difícil separar la una de la otra, tal fue el modo en que la primera se inmiscuyó en la segunda.

Entonces no fui muy consciente de las razones que produjeron en mí semejante impacto, tampoco de las claves de la novela que lo justificaran. Me limité a sentir, más bien a saborear con asombro y en soledad, al no serme posible compartir la experiencia, el efecto, la turbación que me produjo y que intenté reeditar al leer casi todo el resto de la obra de su autor, Herman Hesse. En ocasiones me pregunto si al abordar la lectura de una novela no buscaré de alguna manera reeditar el hito, el efecto que la lectura de Demian me produjo entonces, al modo de un listón fijado de por vida en una prueba de salto con pértiga.

No es de extrañar el vértigo que me asaltó al proponerme pasado el tiempo leer de nuevo Demian. Una empresa de alto riesgo esa de leer una novela que marcó o, mejor dicho, que definió una etapa de tu vida, dada la dificultad de reeditar el hito, la posibilidad de sufrir una decepción o incluso de sentirte absurdo ante la incapacidad de comprender los motivos que un día la dotaron de tanto significado. Y es que ante un caso así resulta inevitable tratar de esclarecer el misterio, más allá de la incógnita que supone leer la misma novela en dos etapas distantes de tu vida.

He aquí, sin embargo, que las circunstancias de la vida me permitieron abordar esta vez la relectura de Demian en la compañía de otra persona cuya edad se aproxima a la que tenía yo cuando la leí por primera vez. Ello me permitiría compaginar mi visión ya maleada, o al menos condicionada, respecto a Demian con la mirada fresca de mi lector cómplice. Claro que ello introducía un nuevo riesgo o complejidad: ¿habría resistido la novela el paso del tiempo?, ¿se mantendría su mensaje relevante para una persona joven en la actualidad?, ¿se produciría un disonancia significativa en cuanto a la experiencia para uno y otro?



Mis dudas no tardaron en disiparse al constatar pronto que mi lector cómplice se revelaba como tal en todo el sentido del término, de modo que mi mirada se hizo ambigua al adentrarme en la novela tanto a través de sus ojos como de los míos. Enseguida entendí así, a través de él, que el mensaje de Demian seguía vigente. Aún más sorprendente fue comprobar que el interés que la lectura provocaba en él, de un modo similar o comparable al que en su día produjera en mí, contribuía a desarrollar la complicidad entre ambos. Antes de darme cuenta me hallaba inmerso en una lectura a tres bandas: la mía en el tiempo actual, en relación a la mía de entonces, y a la del lector cómplice también en el momento actual. Ello me permitía comunicarle mi experiencia desde mi visión actual y pasada mientras que él, por su parte, sin saberlo, apelaba también a mi yo actual y a mi yo del pasado, pudiendo así yo enriquecer su lectura.

De tal forma, la conexión a tres bandas fluyó a plena satisfacción, al ayudarme la experiencia del lector cómplice a comprender a mi yo lector del pasado, del mismo modo que este último contribuía a reforzar y a enriquecer la experiencia de aquel bajo la supervisión del yo lector actual. La aportación desde cada uno de los vértices del triángulo convirtió la lectura en una experiencia rica y completa. Aún más importante fue constatar la vigencia de Demian, de su mensaje como novela de formación, en especial para alguien en la adolescencia tardía o primera juventud. No solo llegué así a comprender los motivos por los que en su día su lectura me produjo semejante turbación sino que me hizo posible transmitírselos de forma complementaria a la experiencia de mi lector cómplice. Como en un juego de espejos, se produjo así una complicidad absoluta de mi yo lector actual con mi lector cómplice y con mi yo lector del pasado, mientras que la turbación experimentada por mi lector cómplice me permitió revivir la sentida entonces por mi yo lector del pasado, contribuyendo así a romper la sensación de soledad que entonces acompañara a mi lectura.

Aunque, bien pensado, la identificación resultante de la lectura de Demian no fue a tres bandas, sino más bien a cuatro, transformándose el triángulo en cuadrado si tenemos en cuenta también la comunicación que se produjo entre nosotros tres con el autor. Sí, Herman Hesse se encargó de cerrar el círculo, si seguimos ateniéndonos a una figura geométrica, de modo que la escala temporal se amplió de manera significativa, al igual que la amplitud de la conexión ahora a cuatro bandas.


(Esta entrada complementa la reseña de Demian, del 23 de junio de 2024).

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