Hay algo inusual en el aire de Madrid y esta vez, por suerte, no son partículas en suspensión acumulándose en el cielo ante la inoperancia de la concejala de Medio Ambiente, la Sra. Ana Botella, futura alcaldesa de la ciudad a la que accederá por la puerta de atrás cuando Alberto Ruiz Gallardón sea reclamado por Mariano Rajoy para formar parte de su gobierno el año próximo como culminación de una maniobra tramposa que delatará a sus perpetradores y que incidirá, aún más si cabe, en el descrédito ganado a pulso por buena parte de la clase política española.
No, lo que flota en el aire de Madrid es otra cosa. Y no me refiero al formidable caudal de energía que emana de la Puerta del Sol, con sus asambleas abigarradas, su legión de voluntarios distribuidos por precarios stands nacidos de la autogestión, la muchedumbre de concienciados y curiosos que por allí deambulan rodeados de molestas cámaras de vídeo tanto en la superficie como en algunas de las azoteas por las que asoman improvisados estudios de televisión. Semejante panorama, si acaso, me planteó más dudas que certidumbre: ¿será posible canalizar, sostener, articular en propuestas coherentes semejante torrente de pasión o se disolverá todo con la misma rapidez con que surgió?
Me alejaba de allí cargado de incertidumbre cuando en una plaza un tanto inhóspita encajada entre la Puerta del Sol y la Gran Vía me encontré con diversos corros de gente sentada en el suelo que, pese a lo que podía apuntar la agradable temperatura de la tarde primaveral no hacían botellón. Qué va. Hablaban de decrecimiento, de consumo responsable, de la necesidad de estar bien informados y de responsabilidad. Algunos tomaban notas y todos escuchaban con respeto a aquel que tomaba la palabra.
En aquella plaza anónima la comunicación entre extraños era posible sin necesidad de intermediarios, sin los filtros a que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación, sin tarimas ni ejercicios de autoridad. Nadie había sido capaz de dar una respuesta convincente a las cuestiones que a todos ellos preocupaban y por ello habían decidido buscarlas por sí mismos, con la ayuda de otros en su misma situación. Fue así, durante el rato que permanecí en su compañía, escuchándoles contrastar opiniones, que me olvidé de mi desesperación.
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