Seres temerarios, desafíantes, siempre proyectados hacia escenarios distintos de aquellos en los que se encuentran, para los que el viaje físico y personal se solapan hasta hacerse indistinguibles. Capaces de llegar hasta allá donde no habita el cálculo, donde el instinto de preservación y la propia conciencia se disuelven. Es como ni siquiera la muerte bastara para contener el auténtico impulso de un espíritu errante en fuga de sí mismo.
martes, mayo 03, 2011
Muerte en Persia
Un halo trágico envuelve la figura y la obra de Annemarie Schwarzenbach. Perteneciente a una acaudalada familia suiza, Annemarie sintió muy pronto el deseo, o la necesidad, de huir de las estrictas convenciones, de la rigidez inherente al privilegiado entorno que le tocara en suerte. Un temperamento inquieto, atormentado, encarnado en su androginia, en sus adicciones, se encargaría del resto. Emprendió numerosos viajes, algunos de los cuales servirían de telón de fondo para su novela Muerte en Persia.
Bajo una apariencia lánguida, una estructura un tanto deslavazada, se oculta una obra singular, engañosa, de esas que adquieren vida propia una vez concluida su lectura. Sea por su bagaje romántico, por su malditismo inconformista, Muerte en Persia transmite al lector ese pálpito insondable que late en aquellos individuos que rehusan las certezas al por mayor y se lanzan sin contemplaciones a la búsqueda de sus propias respuestas.
Seres temerarios, desafíantes, siempre proyectados hacia escenarios distintos de aquellos en los que se encuentran, para los que el viaje físico y personal se solapan hasta hacerse indistinguibles. Capaces de llegar hasta allá donde no habita el cálculo, donde el instinto de preservación y la propia conciencia se disuelven. Es como ni siquiera la muerte bastara para contener el auténtico impulso de un espíritu errante en fuga de sí mismo.
Seres temerarios, desafíantes, siempre proyectados hacia escenarios distintos de aquellos en los que se encuentran, para los que el viaje físico y personal se solapan hasta hacerse indistinguibles. Capaces de llegar hasta allá donde no habita el cálculo, donde el instinto de preservación y la propia conciencia se disuelven. Es como ni siquiera la muerte bastara para contener el auténtico impulso de un espíritu errante en fuga de sí mismo.
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