Por ello, entre los pynchonianos causó cierta sorpresa, incluso desconcierto, la publicación hace sólo un par de años de una novela negra que se apartaba del cauce personal e intransferible por el que hasta entonces había gravitado la obra del autor de Mason & Dixon. No sólo ofrecía al lector una novela de género sino que su lectura resultaba –al menos eso se anunciaba- asequible al común de los lectores.
Es como si tras décadas de hermetismo el propio Pynchon tendiera un puente a aquellos que aspiraban a penetrar en su mundo, como si hubiera decidido ponérselo un poquito más fácil o dejarles sin excusas. Al menos es mi caso: no tengo ningún reparo en admitir que es la primera obra suya cuya lectura he completado aunque eso no quita para que haya disfrutado –y mucho- con algunos pasajes de esas obras que abandoné sin concluir.
Inherent Vice (traducida como Vicio propio) introduce al lector en la ciudad de Los Angeles, en el momento en que los ideales de paz y amor de la cultura hippy han cedido el paso a la paranoia conspiratoria y al mal rollo simbolizado por los asesinatos cometidos por Charles Manson. Un momento clave en el devenir de la sociedad norteamericana, ese en el que sus aspiraciones más nobles e idealistas sucumbieron ante sus impulsos más oscuros e inconfesables.
Surfers, músicos, policías corruptos, rubias voluptuosas, prototipos de nerds informáticos, gurús, motoristas, exconvictos, drogadictos, rehabilitados, traficantes, prostitutas, skinheads… de la mano del investigador privado Doc Sportello y de sus pesquisas nos familiarizamos con la fauna de los submundos que caracterizaron a la California de la contracultura, eso sí tamizada por lo efectos de una permanente nube de cannabis que día y noche flota sobre la conciencia del protagonista.
El problema es que la fortaleza de una novela negra reside en el grado de intriga que despierta en el lector, aunque sirva para ilustrarnos sobre muchas otras cosas. E Inherente Vice flaquea por la misma base. El escenario, la atmósfera, la composición de los personajes brillan a gran altura. Resulta contagiosa, asimismo, esa sensación de lo que pudo ser y no fue, eludiendo la nostalgia, la melancolía. Pero a la trama, insisto, le falta esa dosis de misterio imprescindible para que el lector devore las páginas. Es como si el material fuera de la mejor calidad y sin embargo, una vez liado, al aspirar no tirara todo lo bien que debiera.
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