martes, junio 04, 2013

Morir aplastado por la lógica de Eurovegas

¿Quién en su sano juicio puede oponerse a un proyecto cuya inversión supondrá la creación de miles y miles de empleos en un país cuya tasa de desempleo alcanza niveles próximos al treinta por ciento de su población activa? En síntesis, esta pregunta avala la justificación de un proyecto como el de Eurovegas así como el apoyo sin condiciones brindado a su controvertido promotor por parte de nuestras autoridades.


Sin embargo, uno no puede por menos que preguntarse cómo es posible que un país que hasta hace bien poco presumía de ser la octava potencia económica mundial se encuentre en la actualidad en semejante estado de necesidad, dispuesto a postrarse ante cualquier magnate que tenga a bien implantar aquí una sucursal de sus negocios sin importar la naturaleza de los mismos.

La justificación por parte de nuestras autoridades de un proyecto como Eurovegas es en realidad la constatación –sin entonación de un “mea culpa”, faltaría más- del estrepitoso fracaso de un país que desperdició a conciencia la oportunidad de crear un modelo de crecimiento que le permitiera hoy competir en un entorno globalizado con una fuerza de trabajo formada y productos de alto valor añadido. Se suponía que ése era el principal objetivo del incesante chorro de fondos estructurales y de cohesión europeos recibidos por nuestro país durante años y años desde la Unión Europea.

Hoy es ya una evidencia que el destino que le aguarda a España es competir mediante salarios bajos y una protección social cada vez más precaria y menguante. No en vano entre las muchas condiciones impuestas por el magnate que promueve la instalación de Eurovegas en nuestro país está la prohibición de sindicación por parte de los empleados llamados a trabajar allí. Es solo una de las medidas de la legislación a la carta que se aplicará en la “República de Eurovegas”, cuyo futuro solo depende ya de que el proyecto del euro venza las dudas y se demuestre viable con nuestro país dentro de él.

La inmensa mayoría de los miles y miles de empleos que supuestamente se crearán serán desempeñados por trabajadores –cada vez, por cierto, más numerosos en distintos ámbitos- cuyo sueldo y condiciones a duras penas les permitirá sacar adelante un proyecto de vida digno. Aún así nadie duda de que habrá tortas para conseguir uno –no hace mucho se reveló que en la sede del Partido Popular en Alcorcón ya se había iniciado una selección extraoficial de futuros empleados-.

Llama, asimismo, la atención el ferviente deseo por parte de una ciudad como Madrid –o, por lo mismo, Barcelona que también pujó por el proyecto- por ligar su nombre y buena parte de su destino a un proyecto como el de Eurovegas con las connotaciones que conlleva: blanqueo de capitales, mafias, prostitución… Al menos en Estados Unidos tuvieron el sentido común de instalar Las Vegas en medio de un desierto. Desde luego, a nadie allí en su sano juicio se le ocurriría imaginársela pegadita a Washington DC. Probablemente pensarían que acabaría por “contaminar” a su capital, algo que aquí, por supuesto, ni se nos pasa por la cabeza.

Por no hablar de la promoción que el juego de azar recibirá en un país tradicionalmente entregado a la cultura del golpe de suerte y del “pelotazo”: loterías a tutiplén, quinielas, proliferación de garitos de apuestas deportivas por tierra, mar y aire e incluso amnistías fiscales. Uno no puede por menos que preguntarse si es precisamente eso lo que ahora necesitamos, si algo así no contradice la apelación por parte de nuestras autoridades educativas a implantar una cultura del esfuerzo–la otra, la cultura a secas, la de toda la vida, mientras tanto, es asfixiada a conciencia como también se desincentiva la investigación en ciencia- y la excelencia.

En fin, uno podría seguir y seguir haciéndose preguntas, planteándose cuestiones que no parecen tener una respuesta clara, pero para qué molestarse si cualquier argumento palidece ante el fin supremo: la creación de puestos de trabajo. Tras la debacle inmobiliaria, la necesidad aprieta y cualquier consideración o matiz que se haga al proyecto viene considerado una frivolidad: ¡Necesitamos la pasta y punto! Si España se tiene que prostituir para que le construyan un burdel y llegar así a fin de mes, pues se prostituye. ¿Quién es uno para ponerse tiquismiquis?

De atajo en atajo a esto es a lo que parece que hemos llegado y lo que menos necesita este país en este momento es precisamente un atajo de aguafiestas, seres incapaces de calibrar con un mínimo de objetividad la realidad o, aún peor, gente que no está en su sano juicio.





1 comentario:

Blue dijo...

Perfecto. Esta es nuestra triste realidad.
Lo de la prohibición de sindicación es increíble, aunque ya es lo de menos aquí.

Un saludo.