La
autobiografía de grandes artistas musicales se antoja un género al
alza. Tras Bob Dylan, Patti Smith, Keith Richards o Morrisey le ha
llegado ahora el turno a Neil Young de hacer recuento de su vida y
trayectoria artística en su libro Waging
Heavy Peace –aún pendiente de
traducción al castellano. En él, el músico canadiense demuestra
saber cuáles son los pasajes de su trayectoria por los que puede
sentir especial curiosidad el lector medio y de ello se vale mediante
breves alusiones que promete retomar más adelante para contar lo que
en verdad a él le interesa, empezando por su firme empeño personal
–en plenas negociaciones coincidiendo con el momento en el que
escribió el libro- en comercializar un reproductor musical
–denominado Pono- que mejore las pobres prestaciones en cuanto a la
calidad del sonido de los reproductores de mp3 cuya difusión a
través de fuentes como Spotify o I-Tunes ha contribuido, según él,
a devaluar de forma dramática el acto de escuchar música.
Así,
comprendemos enseguida que Young está lejos de ser un hombre
unidimensional entregado en exclusiva a su carrera como músico y que
sus intereses y proyectos son múltiples y variados, desde las
maquetas de trenes a la construcción de casas si bien en su faceta
de empresario de la innovación, además de Pono, destaca su pasión
por Lincvolt, otro empeño personal, en este caso de muy largo
recorrido, que consiste en la creación de un coche respetuoso con el
medio ambiente que, en lugar de gasolina, funciona con etanol. Y es
que Neil Young es también un fanático de los coches, especialmente
de los modelos clásicos fabricados entre los años cincuenta y
setenta los cuales ha coleccionado por decenas a lo largo de su vida.
Al
margen de estos proyectos, a los que el autor de Harvest vuelve de
forma recurrente, casi obsesiva, su autobiografía gira en torno a
cinco intereses fundamentales: los medios de transporte de los que ha
dispuesto: múltiples coches, como ya hemos mencionado, autobuses,
con especial atención a Pocahontas, el mítico autobús
acondicionado que le transportó en innumerables giras, o su barco de
vela; los innumerables colaboradores y amigos: músicos, productores,
managers, ingenieros de sonido, etc. sin los cuales su carrera
musical no hubiera sido posible, de quienes nos ofrece una semblanza
y a los que expresa su gratitud; los lugares y las casas en las que
ha vivido a lo largo de los años; la familia tanto de origen como la
propia sin olvidar sus relaciones sentimentales previas a ésta; y,
por fin, la música sea a través de sus guitarras, de sus
grabaciones, de la incesante búsqueda del sonido adecuado y de la
creación de aquellos álbumes, así es como a él le gusta
denominarlos, que a la postre le dieron la fama.
En
lo que concierne a su carrera musical Young es exhaustivo al relatar
sus andanzas iniciales en Canadá y bastante prolijo respecto a sus
primeros pasos en California como miembro de Buffalo Springfield,
mientras que describe muy de pasada su relación con Crosby Stills &
Nash. La parte del león, como es lógico, se la lleva su carrera en
solitario y su trabajo junto a Crazy Horse. Según él, la química
entre sus miembros es el ingrediente esencial que determina el
devenir de cualquier grupo.
Los
hechos son narrados en forma de breves capítulos –hasta 68 incluye
el texto- siguiendo un orden aleatorio en lugar de cronológico,
centrados a menudo en torno al momento presente en el que Young está
inmerso en la escritura del libro lo que le permite apelar en
numerosas ocasiones al lector y establecer un sencillo juego
metaliterario. Llama, por ejemplo, la atención que el autor está
atravesando un bloqueo creativo: según confiesa no ha sido capaz de
escribir una sola canción desde que unos meses antes dejara de fumar
yerba, lo que le da a pie a reflexionar sobre el acto de la
inspiración artística. Resulta, sin embargo, un tanto parco a la
hora de revelar sus referencias culturales y artísticas, incluidas
las musicales.
El
perfil que, en definitiva, emerge del propio autor es el de un hombre
inquieto, activo, curioso, difícil, obstinado, reaccionario y
contradictorio, dado a mezclar el materialismo y la espiritualidad
del mismo modo que en su música conviven la vertiente eléctrica y
acústica y en su identidad sus raíces canadienses y su larga
experiencia californiana. No obstante, si algo pervive en el lector
una vez concluida la lectura de Waging Heavy Peace es un marcado
sentimiento de culpa cada vez que escucha su música en un
reproductor de mp3. Resulta en verdad complicado disfrutarla
imaginando la cara de disgusto que a buen seguro pondría Neil Young
en caso de estar ahí presente.
Esta reseña está también disponible en el último número de la revista digital de arte y pensamiento espacioluke
5 comentarios:
Ufff, soy fan de Neil Young. Lo escuché mucho y lo canté más. Aquel Harvest fue una joya auténtica.
Curioso lo de la creatividad y las drogas. Lo que no entiendo bien es por qué las deja a esta edad. Yo siempre digo que cuando sea vieja empezaré con ellas, jaja.
Saludos.
Las deja porque su padre perdió la cabeza cuando era una persona ya mayor y justo él había empezado a sentir que le podía suceder lo mismo. No obstante, la morfina es una droga que nunca conviene descartar, sea a la edad que sea.
Además de Harvest, Blue, seguro que has cantado más de una y de dos veces el "Hey, hey, my, my", ¿eh?
Saludos
Bueno, esa droga te la dan aunque no quieras, jaja.
Sí, claro, esa también.
;-)
No sé por qué, pero me da que el libro le ha decepcionado un poco, lo digo por el tono de la reseña y por esa fina ironía sobre el Pono con la que la finaliza.
Sí, Nadie, es un poco eso que digo que Young se aprovecha de lo que al lector le despierta curiosidad para contar lo que a él le interesa. Ello deja un cierto regusto de insatisfacción aunque, a la postre, puede ser revelador para desentrañar al personaje.
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