Justificadamente o no, la alargada figura de Bernardo Atxaga ensombrece la trayectoria de meritorias carreras literarias de algunos de sus paisanos que al igual que él escriben en euskera–como si allende Euskadi no hubiera espacio para más-, tal es el caso de Ramón Saizarbitoria. Un autor ya veterano con una obra sólida si bien relativamente escasa en su traducción al castellano que en 2013 publicó su novela más extensa, de largo, hasta la fecha: Martutene (Editorial Bakanak; Premio Euskadi de Literatura 2013). El título da nombre a un barrio donostiarra en el que se desenvuelven una serie de personajes que gravitan en torno a dos parejas: Martin y Julia, escritor y traductora, e Iñaki y Pilar, médicos, cuyas vidas se verán de un modo u otro afectadas por la llegada al barrio de Lynn, una vital joven norteamericana cuya ingenuidad y frescura serán duramente puestas a prueba, aunque de forma no premeditada, por un ambiente cuyo poso supuestamente refinado y desapegado apenas disimula la existencia de profundas limitaciones y heridas sin cauterizar prestas a infectar de forma irreparable a la recién llegada.
A modo de eje para Martutene, Saizarbitoria echa mano de una novela del escritor suizo Max Frisch con el que establece un juego de paralelismos a través de la figura de Lynn –así es como se llama también la protagonista de Montauk, la novela de Frisch- y que sirve como espejo a la relación sentimental que entabla con Iñaki. Al igual que sucede en Montauk, resulta llamativo que Saizarbitoria se centre en relaciones de parejas en las que el hombre es bastante mayor que la mujer. Es también el caso de Martin, el arisco escritor, y de Julia, apenas ya unidos por un amor en decadencia, cuyas vidas inducen a la reflexión sobre el acto de la escritura y las servidumbres de una carrera literaria, mientras que la pareja formada por Iñaki y Pilar, también inmersa en una profunda crisis, sirve de introducción al mundo profesional de la medicina desde una perspectiva áspera, prosaica.
Pero lo que permea de principio a fin la novela es, una vez más el hecho de ser vasco, la cuestión de la identidad teñida de violencia. Un asunto que, dada la prolijidad con que es tratado, puede resultarle algo pesado al lector de otras latitudes. Así, entre los personajes secundarios de Martutene contamos con el amenazado que se pasea acompañado de escoltas, el hijo al que sus amigos metieron en líos con la necesidad de esconder alijos de armas, el “maqueto” integrado, el supuesto mártir que entregó su vida cuando la lucha armada aún estaba envuelta por la épica y el posible influjo de su sacrificio en su hijo al alcanzar la adolescencia y, al contrario, el guardia civil asesinado por ETA y las consecuencias sobre su hija. Ello por no hablar del pasado de los propios protagonistas, salpicado a su vez por la violencia aunque sea de forma tangencial, así como del ambiente social y cultural en el que se desenvuelven.
Llama la atención la profunda insatisfacción, rayana en la amargura, que desprenden los protagonistas vascos de Martutene, ante la que la figura de Lynn ejerce como contraste. Una carencia de la novela –de la que el propio autor se hace eco en el transcurso de la misma sin decidirse a ponerle remedio, cabe pensar que conscientemente- es la falta de información sobre la joven norteamericana, de su bagaje familiar, de su experiencia formativa en su país, lo que en ocasiones aproxima su personaje al cliché apenas atenuado por el eco de la otra Lynn, la protagonista de Montauk. Su etérea personalidad contrasta con la de los personajes vascos: enraizada, densa, sedimentada. La construcción de éstos, de sus relaciones entre sí y con el entorno hallándose en plena fase de madurez, constituye el punto fuerte de la novela.
La de Saizarbitoria es una narración de corte clásico, larga, muy larga para lo que se estila en estos tiempos -habrá quien piense que le sobran páginas-, narrada en tercera persona desde las perspectivas de Iñaki y de Julia en capítulos alternos, aunque quizás su elemento más controvertido sea su desenlace diseñado en clave de casualidad como metáfora, un tanto forzado a fin de conseguir que las piezas encajen. En cuanto a la edición en castellano de Bakanak se echa en falta una traducción de las abundantes y, en ocasiones, prolijas citas en francés que jalonan el texto. No obstante, pese a sus imperfecciones, no parece descabellado afirmar que Martutene tiene hechuras para aspirar al estatus de gran novela guipuzcoana.
3 comentarios:
Por el comentario que haces no debe ser mala lectura, no.
Voy a lo que comentas al principio. Hay espacio para más, pero supongo que en Euskadi pasa lo mismo que en el resto, que no te publican nada si no lo haces en el idioma propio.
Saludos.
Un comentario muy oportuno, Blue. Las trabas que se encuentran para publicar fuera de Euskadi seguramente sean inversamente proporcionales a las facilidades que reciben en su tierra. No hubiera estado de más hacerlo constar en la reseña -no se me ocurrió-aunque hacerlo hubiera sido un poquito peliagudo, lo confieso. Este tema de la lengua levanta muuuuchas susceptibilidades en un mundo, el de la literatura, ya enormemente susceptible de sí.
Saludos
Exactamente, pero en el pecado llevan la penitencia, porque escribir solo para los de casa tampoco te lleva muy lejos.
Después ocurre que aquellos que alcanzan cierta popularidad, como aquí Manuel Rivas, ya no hacen ascos a ser traducidos a cualquier idioma para que todo el mundo los lea.
En fin, mejor no hablar, jaja.
Saludos.
Publicar un comentario