Me gusta cómo escribe Roberto Bolaño pero tampoco soy un
gran fan. He leído varios libros suyos: Estrella distante fue el primero, me
pareció una buena obra para meter el morro y como me gustó, poco a poco he ido
leyendo otros: Nocturno de Chile, Los detectives salvajes, Una novelita lumpen.
Me atrae su capacidad de fabular, un poco al modo de esas personas verbosas que
te envuelven con su discurso, con el tono de su voz y es como si te hipnotizaran
porque les escuchas y a veces te desentiendes de lo que dicen porque a lo mejor
ni te interesa pero te han atrapado con su musicalidad contagiosa, con su imperiosa
necesidad de comunicarse, y por ello quieres que sigan hablando. Así me pasa un
poco con Bolaño. Me captura con su prosa, a menudo febril, y me dejo enredar
con sus fabulaciones pero tan pronto le acabo de leer me desentiendo de sus
historias y de sus personajes. No me deja poso. Siento que divaga, se dispersa,
y no identifico con claridad el tratamiento de los conflictos humanos que me
interesan.
Ahora, estoy leyendo Llamadas telefónicas. Es un libro de
relatos que, en su día, cuando se publicó en 1997, ya me lo recomendó un amigo escritor aunque entonces no le hice caso. De este libro lo que más me ha llamado la
atención –al menos por el momento, cuando llevo completado dos tercios del
mismo- es la foto de Roberto Bolaño que aparece en la solapa de la portada. Y
esto es así por varias razones. En primer lugar, el escenario en el que aparece
retratado es la esquina de una cocina. Me inclino a pensar que es la cocina de
la casa en la que vivía entonces. De ella se aprecian varios utensilios para cocinar
que cuelgan de la pared recubierta de baldosas blancas a la altura de su cabeza:
un colador de tamaño grande, un par de cazuelas pequeñas, un rallador, un sacacorchos,
todos ellos justo encima de las bandejas dispuestas de canto. Se adivina
también la presencia de un calentador de butano en el extremo alto de la foto,
del que sólo se aprecia la parte inferior.
Roberto Bolaño aparece sentado en una actitud relajada,
informal, acorde con una escena doméstica, el brazo apoyado en la encimera y la
mano sobre un vaso vacío. Llama la atención su aspecto descuidado: la sombra de
la barba incipiente, el cabello alborotado, las cejas desordenadas, su
vestimenta “de andar por casa” y, sobre todo, sus ojos entrecerrados que
otorgan a su rostro un aspecto cansado que alguien también podría interpretar
como “alegre”. Uno de esos semblantes captados con un gesto poco favorecedor
que a menudo impulsan al fotógrafo a “sacar otra por si acaso”.
Me pregunto qué es lo que llevaría a Roberto Bolaño a elegir
precisamente esa foto para la que fue su segunda novela publicada por Anagrama.
¿Sería una especie de pose por parte del escritor chileno, una declaración de
intenciones respecto de su tipo de vida entonces? La esquina de una cocina que
se adivina de aspecto humilde como marco idóneo para alguien habituado a vivir
en la precariedad –así también los propios personajes de los relatos de Llamadas
telefónicas-, que no parece tener pretensiones de tipo material, como si
estuviéramos ante alguien más próximo a Bukowski que a esos escritores que cuidan
su imagen y a menudo lucen elegantemente trajeados. Porque lo cierto es que a
Bolaño no le hubiera costado el menor esfuerzo procurarse un retrato más
aséptico. No parece casualidad, por tanto, la elección de la foto sino que con
ella parece transmitir un mensaje.
Me pregunto también cuál sería la reacción de la editorial al
recibir semejante foto a modo de presentación por parte del autor del libro. Si
la aceptarían de buen grado o si tratarían de convencerle para que la cambiara
por otra. Por aquel entonces Bolaño aún no era un escritor conocido y por ello
dudo sobre su capacidad para imponer sus decisiones a los responsables de una editorial como Anagrama que había
decidido apostar por él. ¿Porfiaría a fin de que aceptaran esa foto?, ¿se vería
obligado a justificar ante la editorial su decisión?, ¿la aceptarían
encantados?, incluso quién sabe, ¿le animarían a que eligiera una foto feísta
que fuera a tono con el contenido del libro?
La foto está sacada por el hijo de Roberto Bolaño, Lautaro, al
menos su nombre así consta en la solapa junto al símbolo que reconoce los
derechos de autor. Según su madre, Lautaro tenía 13 años al morir su padre en
2003 y según he comprobado en una entrevista en mayo de 2008 tenía 17. Por lo
tanto, teniendo en cuenta que Llamadas telefónicas fue publicado en 1997, la
foto en cuestión sólo pudo ser sacada, como muy tarde, cuando Lautaro Bolaño
tenía ¡7 años! Y eso que por aquel entonces aún no se llevaban las cámaras
digitales y mucho menos los móviles y demás parafernalia. A eso le llamo yo un signo
inequívoco de precocidad artística. Recién salido del jardín de infancia ver tu
foto ya publicada en el libro de una editorial prestigiosa. Todo ello me invita
a pensar que, de puertas afuera, en los inicios de su carrera Roberto Bolaño se
veía a sí mismo como un personaje. Lo extraño, por tanto, sería que no se
desdoblara entre los que pueblan sus novelas. Hubiera sido interesante conocer
la evolución del mismo a raíz de su éxito. Tampoco descarto la posibilidad de que
la foto no la sacara Lautaro y, por alguna razón, se le adjudicara a él. Claro
que esa hipótesis pertenece a la ficción y no parece aconsejable enredarse en ella antes incluso de abordar el
primer párrafo del primer relato de un libro si bien admito que, al menos por
el momento, es la historia de Llamadas telefónicas que más me ha llegado y eso
que, al igual que las otras, tiene un final abierto cuando a mí me gustan más
bien cerrados.