viernes, diciembre 02, 2016

Dylan, Cohen, música y literatura

La muerte de Leonard Cohen –como ya sucediera con la de David Bowie o la de Lou Reed- invita a reflexionar sobre el enorme vacío que deja la marcha de los grandes iconos de la cultura pop, una pérdida que la propia ley de la naturaleza alimentará durante los próximos años, y a preguntarse quiénes son los llamados a sucederles, si estarán en condiciones de tapar el boquete creativo y sentimental que dejan o de proporcionar sueños a la altura de los que aquellos inspiraron.

Ello coincide con la controvertida decisión por parte de la Academia sueca de conceder el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Sin entrar en el debate sobre los merecimientos acumulados al respecto o no por el cantante de Minnesotta llama la atención que se haya pasado por alto que fue precisamente el Jurado de los Premios –entonces- Príncipe de Asturias quien sentara precedente al conceder unos años antes su galardón de Literatura a otro artista conocido sobre todo por su faceta de cantante y compositor: el propio Leonard Cohen, una decisión que en su día apenas levantó polémica en nuestro país.

Tanto Dylan como Cohen tienen experiencia como escritores, de lo que se entiende por una literatura convencional, pero a nadie se le escapa que su mayor reconocimiento  se debe a la creación de los textos de sus canciones y a ellas alude expresamente el comunicado del premio. Con el paso del tiempo ambos se convirtieron en figuras incontestables de la música pop pero lo que les emparenta en gran medida como artistas es su origen como miembros de la escena folk. De hecho, su música –al menos en un principio- no es de las que levantara grandes pasiones en nuestro país, en buena medida dado el desconocimiento de la lengua inglesa entre nuestra juventud durante aquellos años sesenta y setenta. Sus composiciones –en el caso de Dylan especialmente en la etapa previa a su electrificación-, sonaban más bien monótonas, austeras. 
Comparadas con las de otros artistas se echaban en falta estribillos pegadizos, ritmos contagiosos o aventurismos instrumentales. La razón es que su gancho residía en sus textos, en las letras, ésas que salvo para el reducto de enteradillos, se nos escapaban en gran medida. Ellas eran las encargadas de transmitir una emoción apoyada en matices: inflexiones de la voz y detalles en un sonido austero. 

En su origen la música folk es la más genuinamente popular, tradicional medio de expresión de la gente más sencilla e inculta –el término deriva de la palabra volk: pueblo, en alemán- , que al igual que otros géneros, experimentó un resurgimiento a partir de los años sesenta coincidiendo con la explosión del pop. En su repertorio sus artistas tendían a combinar melodías tradicionales por ellos adaptadas con composiciones propias. Es por tanto el lenguaje popular junto a su temática el que se recupera en esta clase de música. Como es lógico dicho legado se vio enriquecido con la incorporación de múltiples aportaciones tanto contemporáneas como asociadas al gusto y a las inquietudes culturales y personales de cada artista. 


En Dylan y Cohen es notoria la influencia en sus orígenes de Allen Ginsberg, el poeta más reconocible de la generación beat, autor del controvertido poema Aullido cuya publicación a punto estuvo de costarle la cárcel a su editor acusado de obscenidad. Me gusta pensar que a través de Dylan es este legado, el de la tradición folk, el de la generación beat, el que viene también reconocido por la Academia sueca en la medida en que supuso sacar a la literatura de los cauces establecidos para moldearla y, con el apoyo de la música, hacerla accesible a tanta gente mayoritariamente joven que de otro modo no se hubiera aproximado a ella. En este sentido el premio anima a reflexionar sobre la relación entre música y literatura, literatura y música.

Ha sido también muy comentada la reacción de Bob Dylan ante la concesión del Premio, como si su aparente desinterés hubiera supuesto un feo para los doctos académicos suecos o, de algún modo, hubiera justificado a quienes criticaron la concesión del galardón a alguien como él. Llama la atención que, a diferencia de tantos artistas hoy perfectamente asimilados por el engranaje institucional ante el que en su día se rebelaron siendo dicho antagonismo el que les granjeó su estatus, Dylan mantiene una actitud díscola y desdeñosa fiel a su leyenda, al menos en apariencia. Da así la impresión como si el Nobel de Literatura hubiera recaído este año en un personaje en lugar de en un autor.

Entiendo que mi percepción no es desprejuiciada. Pertenezco a la generación del baby boom y tanto Dylan como Cohen forman parte de mi paisaje sentimental pese a que nunca he sido un gran fan de ninguno de los dos, sin perjuicio de reconocer su enorme influencia en multitud de artistas y en el imaginario colectivo. De ahí mi preocupación ante el vacío que está dejando la marcha de tantos influyentes creadores y mi duda sobre si quienes vienen detrás no serán en comparación meros sucedáneos. Para las generaciones posteriores queda, al menos, su legado si es que guarda algún sentido para ellas. Reconozco que, en comparación, las más recientes cuentan con una gran ventaja y es que, a diferencia de nuestros ídolos, los SuperMario, Pokemon y demás son desde su misma concepción, estos sí, inmortales.

4 comentarios:

nadie dijo...

Buen artículo, Gatopando, y también estoy de acuerdo con usted. El Nobel, en ocasiones, va mucho más allá del premiado. De ahí la justicia en la elección de Dylan.

Por otra parte, tal como hace un tiempo escribió alguno de mis alter ego no sin cierta pedantería: "el sueño ha terminado, pero en cierto modo se siente en deuda con aquel tiempo y aquellas canciones: 'si alguna vez tuvimos alguna cosa parecida a una educación sentimental, existencial, cultural, sexual, esta fue el rock'n'roll, que conformó nuestra percepción de la realidad, dio forma a nuestra expresividad (con el lenguaje, el cuerpo o la mente) y nos hizo perder el miedo a otras formas de cultura hasta entonces intimidatorias'". Supongo que los chavales de hoy, en líneas generales, habrán encontrado estímulos similares en otras formas de ocio.

Un cordial saludo.

Il Gatopando dijo...

La última frase de su comentario es la que me suscita alguna duda, en buena medida por mi desconocimiento sobre su realidad. Por lo demás: Amén

Podemos ir en peace & love

boris dijo...

Gracias por su excelente artículo, Gatopando. Somos muchos, innumerables, los que sentimos esa sensación de abandonados, sin referentes de cara a un futuro próximo. ¿Y en España, quien nos queda? ¿Serrat, quizás ? No sé ... Estamos perdidos.

Il Gatopando dijo...

Nos queda el vacío, el recuerdo y, en mi caso, Boris, el anhelo que me empuja a seguir buscando entre los artistas actuales -yo siempre he visto la música pop como un fenómeno anglosajón y es con ellos con los que insisto- un destello que me haga volver a sentir -aunque sea un remedo- aquello que creo recordar que en su día sentí.