La muerte de Leonard Cohen –como ya sucediera con la de
David Bowie o la de Lou Reed- invita a reflexionar sobre el enorme vacío que
deja la marcha de los grandes iconos de la cultura pop, una pérdida que la
propia ley de la naturaleza alimentará durante los próximos años, y a
preguntarse quiénes son los llamados a sucederles, si estarán en condiciones de
tapar el boquete creativo y sentimental que dejan o de proporcionar sueños a la
altura de los que aquellos inspiraron.
Ello coincide con la controvertida decisión por parte de la
Academia sueca de conceder el Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Sin entrar
en el debate sobre los merecimientos acumulados al respecto o no por el
cantante de Minnesotta llama la atención que se haya pasado por alto que fue
precisamente el Jurado de los Premios –entonces- Príncipe de Asturias quien
sentara precedente al conceder unos años antes su galardón de Literatura a otro
artista conocido sobre todo por su faceta de cantante y compositor: el propio Leonard
Cohen, una decisión que en su día apenas levantó polémica en nuestro país.
Tanto Dylan como Cohen tienen experiencia como escritores,
de lo que se entiende por una literatura convencional, pero a nadie se le
escapa que su mayor reconocimiento se
debe a la creación de los textos de sus canciones y a ellas alude expresamente
el comunicado del premio. Con el paso del tiempo ambos se convirtieron en
figuras incontestables de la música pop pero lo que les emparenta en gran medida
como artistas es su origen como miembros de la escena folk. De hecho, su música
–al menos en un principio- no es de las que levantara grandes pasiones en
nuestro país, en buena medida dado el desconocimiento de la lengua inglesa
entre nuestra juventud durante aquellos años sesenta y setenta. Sus
composiciones –en el caso de Dylan especialmente en la etapa previa a su
electrificación-, sonaban más bien monótonas, austeras.
Comparadas con las de
otros artistas se echaban en falta estribillos pegadizos, ritmos contagiosos o
aventurismos instrumentales. La razón es que su gancho residía en sus textos,
en las letras, ésas que salvo para el reducto de enteradillos, se nos escapaban
en gran medida. Ellas eran las encargadas de transmitir una emoción apoyada en
matices: inflexiones de la voz y detalles en un sonido austero.
En su origen la música folk es la más genuinamente popular, tradicional
medio de expresión de la gente más sencilla e inculta –el término deriva de la
palabra volk: pueblo, en alemán- , que al igual que otros géneros, experimentó
un resurgimiento a partir de los años sesenta coincidiendo con la explosión del
pop. En su repertorio sus artistas tendían a combinar melodías tradicionales
por ellos adaptadas con composiciones propias. Es por tanto el lenguaje popular
junto a su temática el que se recupera en esta clase de música. Como es lógico
dicho legado se vio enriquecido con la incorporación de múltiples aportaciones tanto
contemporáneas como asociadas al gusto y a las inquietudes culturales y
personales de cada artista.
En Dylan y Cohen es notoria la influencia en sus orígenes de
Allen Ginsberg, el poeta más reconocible de la generación beat, autor del
controvertido poema Aullido cuya publicación a punto estuvo de costarle la
cárcel a su editor acusado de obscenidad. Me gusta pensar que a través de Dylan
es este legado, el de la tradición folk, el de la generación beat, el que viene
también reconocido por la Academia sueca en la medida en que supuso sacar a la
literatura de los cauces establecidos para moldearla y, con el apoyo de la
música, hacerla accesible a tanta gente mayoritariamente joven que de otro modo
no se hubiera aproximado a ella. En este sentido el premio anima a reflexionar sobre
la relación entre música y literatura, literatura y música.
Ha sido también muy comentada la reacción de Bob Dylan ante
la concesión del Premio, como si su aparente desinterés hubiera supuesto un feo
para los doctos académicos suecos o, de algún modo, hubiera justificado a
quienes criticaron la concesión del galardón a alguien como él. Llama la
atención que, a diferencia de tantos artistas hoy perfectamente asimilados por el
engranaje institucional ante el que en su día se rebelaron siendo dicho
antagonismo el que les granjeó su estatus, Dylan mantiene una actitud díscola y
desdeñosa fiel a su leyenda, al menos en apariencia. Da así la impresión como
si el Nobel de Literatura hubiera recaído este año en un personaje en lugar de
en un autor.
Entiendo que mi percepción no es desprejuiciada. Pertenezco a
la generación del baby boom y tanto Dylan como Cohen forman parte de mi paisaje
sentimental pese a que nunca he sido un gran fan de ninguno de los dos, sin
perjuicio de reconocer su enorme influencia en multitud de artistas y en el
imaginario colectivo. De ahí mi preocupación ante el vacío que está dejando la
marcha de tantos influyentes creadores y mi duda sobre si quienes vienen detrás
no serán en comparación meros sucedáneos. Para las generaciones posteriores
queda, al menos, su legado si es que guarda algún sentido para ellas. Reconozco
que, en comparación, las más recientes cuentan con una gran ventaja y es que, a
diferencia de nuestros ídolos, los SuperMario, Pokemon y demás son desde su
misma concepción, estos sí, inmortales.
4 comentarios:
Buen artículo, Gatopando, y también estoy de acuerdo con usted. El Nobel, en ocasiones, va mucho más allá del premiado. De ahí la justicia en la elección de Dylan.
Por otra parte, tal como hace un tiempo escribió alguno de mis alter ego no sin cierta pedantería: "el sueño ha terminado, pero en cierto modo se siente en deuda con aquel tiempo y aquellas canciones: 'si alguna vez tuvimos alguna cosa parecida a una educación sentimental, existencial, cultural, sexual, esta fue el rock'n'roll, que conformó nuestra percepción de la realidad, dio forma a nuestra expresividad (con el lenguaje, el cuerpo o la mente) y nos hizo perder el miedo a otras formas de cultura hasta entonces intimidatorias'". Supongo que los chavales de hoy, en líneas generales, habrán encontrado estímulos similares en otras formas de ocio.
Un cordial saludo.
La última frase de su comentario es la que me suscita alguna duda, en buena medida por mi desconocimiento sobre su realidad. Por lo demás: Amén
Podemos ir en peace & love
Gracias por su excelente artículo, Gatopando. Somos muchos, innumerables, los que sentimos esa sensación de abandonados, sin referentes de cara a un futuro próximo. ¿Y en España, quien nos queda? ¿Serrat, quizás ? No sé ... Estamos perdidos.
Nos queda el vacío, el recuerdo y, en mi caso, Boris, el anhelo que me empuja a seguir buscando entre los artistas actuales -yo siempre he visto la música pop como un fenómeno anglosajón y es con ellos con los que insisto- un destello que me haga volver a sentir -aunque sea un remedo- aquello que creo recordar que en su día sentí.
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