Alguien dijo –no recuerdo quién- que la posición geográfica
de Portugal como país ultraperiférico en Europa lo dejaba al margen de los
intercambios artísticos, de la influencia de las vanguardias que germinaban en los
puntos más calientes del continente. A cambio, sus creadores crecían en
libertad lo que con frecuencia se traducía en elevadas cotas de originalidad.
En ello pensaba cuando decidí estrenarme por fin con una novela de uno de los
escritores portugueses contemporáneos más veteranos y representativos: António Lobo Antunes, un autor que
anticipaba complicado y que, siguiendo el consejo de un crítico, decidí abordar
a través de su primera novela sabedor de que si en el primer intento fracasaba
a estas alturas de la vida quizás ya no le concedería una segunda oportunidad.
Memoria de elefante, publicada originalmente en 1979
(disponible en Mondadori y Debolsillo, traducida por Mario Merlino), narra el
transcurso de un día, un viernes, dese la perspectiva de un médico psiquiatra –la
psiquiatría es la especialidad médica que estudió Lobo Antunes- que padece una
profunda depresión. Asistimos a su rutina: su trabajo y su relación con los
compañeros en el hospital, la consulta con un joven paciente acompañado de sus
padres, la comida con un amigo, la salida de sus hijas del colegio a la que
asiste de incógnito, el rato que pasa en un bar, su cita con el dentista, la terapia
de grupo con su psicoanalista y, ya de noche, incapaz de regresar a la casa desnuda
en la que vive solo, su visita al casino, todo ello envuelto en trayectos en
coche por una ciudad, Lisboa, sometida a su instinto observador que la eleva a
personaje de pleno derecho de la novela.
No obstante, es su mundo interior el que se erige en protagonista
indiscutible a través de un discurso introspectivo, ensimismado, plagado de
reflexiones, de observaciones, de reminiscencias, dudas y remordimientos,
separado del otro, del exterior, por un límite bien nítido el cual interfiere a
través de una trama, de un contacto con los otros reducido a la mínima
expresión. La mente a la vez lúcida y confusa del psiquiatra llena la novela a
través de un enfoque que puede recordar a Thomas Bernhard si bien Lobo Antunes
se guarda de replicar el característico estilo del escritor austriaco.
Memoria de elefante resulta también deudora del Ulises de
James Joyce, en la medida en que la narración transcurre durante un día en la
vida cotidiana de su protagonista cuya escueta trama se expande a través de la febril
actividad de su mente. Así, de forma aleatoria, nos familiarizamos con las
circunstancias de su pasado: el abandono aún reciente de su hogar el cual se
nos presenta como un hecho consumado sin atender a las razones que le llevaron
a tomar tal decisión, el recuerdo vivo de la mujer abandonada a la que echa de
menos y sin embargo por orgullo se resiste a contactar, la oprimente soledad, la
sensación de desamparo, los recuerdos de su estancia como militar en Africa
durante la guerra colonial, su bagaje familiar.
Es la historia de un hombre a la deriva, arrastrado hacia el
vacío pero que de cara al exterior guarda las apariencias en la medida en que sigue
cumpliendo de forma mecánica las funciones y los ritos de su vida cotidiana. Un
hombre al que, víctima de sus propias carencias, acecha la locura como una
amenaza indeterminada pero palpable, reconocible. Su sombra se transmite a
través de la visión singular, original, que emana del discurso de su
protagonista, presentado en tercera persona y sustentado en los recursos
narrativos del autor. Un discurso florido, nutritivo, rico en metáforas y
observaciones plenas de ingenio, que cubre todas las gamas emocionales desde la
agresividad y el exabrupto hasta la inevitable tentación a la autocompasión. Sólo
en última instancia se permite el autor un leve apunte de esperanza.
Una sólida primera novela, en definitiva, deudora de sus
referentes a la hora de construir un marco en el que el talento y la
personalidad de Lobo Antunes afloran como una invitación a insistir, a
profundizar.
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