viernes, junio 25, 2021

Literatura y salud mental

No ha sido premeditado, el azar ha querido que la temática de las últimas cuatro novelas que he leído de una u otra manera gravitaran en torno a la salud mental.


En primer lugar fue West End (Siruela), de José Morella, cuyo narrador se propone desentrañar el misterio que a sus ojos siempre envolvió a la figura de su desconcertante abuelo Nicomedes. Así nos adentramos en el crudo tratamiento reservado a los locos durante el régimen franquista, un aspecto sórdido, cruel, con ribetes terroríficos, de nuestra historia reciente, al igual que tantos otros aspectos de aquel periodo ignorado por una sociedad tan fervientemente militante en la amnesia como es la española.


Lectura fácil (Anagrama), la exitosa novela de Cristina Morales, serviría como contrapunto a West End al explorar y tensionar hasta el límite el modelo de integración de personas con discapacidad intelectual en una sociedad democrática y moderna como la España actual. Pese a los progresos materiales evidentes y a que el principio de autoridad queda diluido en comparación al franquismo, las aspiraciones de libertad de sus miembros, o “miembras”, se han magnificado con lo que las fricciones resultan inevitables, preferibles en cualquier caso al sometimiento sin condiciones de la etapa previa.



En la novela de Rosario Izquierdo, El hijo zurdo (Comba), una depresión larvada acompaña a la protagonista, Lola, una mujer divorciada que atraviesa una crisis personal en la mediana edad la cual no puede afrontar o por momentos consigue obviar, al ser reclamada por asuntos más perentorios que exigen toda su atención, en especial los conflictos en que se ve envuelto su arisco hijo adolescente como consecuencia de su relación con grupúsculos neo-nazis.

Por fin, en La vida de las estrellas (La oveja roja), de Noelia Pena, la depresión se revela con toda su crudeza arrastrando a su protagonista, Isabel, a un internamiento en un hospital psiquiátrico. Nos familiarizamos con la sensación de desconcierto que le envuelve y a continuación con las circunstancias que han contribuido a conducirle hasta allí, así como también las que le empujan a salir, entre las que ocupa un lugar destacado su hijo de corta edad. Así como la maternidad es fuente de conflicto en El hijo zurdo, aquí se ofrece más bien como tabla de salvación.


Resulta llamativo que las cuatro novelas, todas ellas recientes, de 2018 o 2019, se escribieran y publicaran poco tiempo antes de desatarse la pandemia por el covid y los consiguientes confinamientos, con la indudable incidencia que ello ha tenido para la estabilidad emocional y la salud mental de tantas personas. Ello hace pensar que las repercusiones para un aspecto tan básico del bienestar social, ya en entredicho con anterioridad, se habrán agudizado. Habrá que permanecer atentos para ver su reflejo en la literatura en los próximos años.



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