Recuerdo que hace veinte años nos las prometíamos felices ante la inminente puesta en marcha de nuevos canales de televisión que ampliarían la oferta limitada hasta entonces al primer canal de Televisión Española y al segundo, también conocido como UHF. Con la perspectiva del tiempo, hoy sabemos que la puesta en marcha de los canales privados de televisión trajo consigo un desplome en la calidad de los contenidos que se nos ofrecen a través de la pequeña pantalla. Ahora que tanto se discute respecto a la concesión que el gobierno prepara a fin de aprobar más canales, nadie parece reparar en el impacto que las televisiones privadas han tenido durante todo este tiempo. Los interesados parecen felicitarse ante la mayor pluralidad que sin duda las nuevas cadenas traerán consigo (felicitación reservada a que el canal por el que pujan obtenga finalmente una licencia), pero no parecen reparar demasiado en los intereses y necesidades de la sociedad. A nadie se le escapa que todas esas acusaciones que estos días se lanzan los directivos de los grandes emporios de la comunicación no obedecen más que una descarnada pugna por el poder. Insisto, en la actual coyuntura me pregunto quién o quiénes son los encargados de velar por los intereses de la sociedad en su conjunto, la gran afectada por el plan que se está cociendo pero que no parece tener arte ni parte en la manera de ser guisado. Otra pregunta que me hago es cómo piensan llenar la programación los cuatro o cinco nuevos canales que se nos avecinan. España es un país demasiado pequeño para contar con diez canales abiertos de televisión. Tal y como están las cosas ahora mismo es difícil no sentir hastío de ver a los mismos personajes rotando por los distintos canales a fin de llenar las incontables horas de programación que suman entre todos. Para acabar, una pregunta: ¿Quién será la máxima beneficiaria de todo este tinglado?... La respuesta a la vuelta de la publicidad.
lunes, febrero 28, 2005
miércoles, febrero 23, 2005
La derecha
La derecha española va capeando como puede, recurriendo a la agresividad en la mayoría de las ocasiones, la decepción sufrida en las últimas elecciones. Los grandes adalides de la crispación son los representantes de la derecha más escorada, más extrema, que anidan en el Partido Popular. Mientras tanto su líder, Mariano Rajoy, trata de centrar el partido para afrontar con garantías los próximos retos, si bien con escasos resultados dada la reacción montaraz de muchos de sus correligionarios. Se comenta por ahí que José María Aznar no se resigna a su jubilación, que pretendía dorada y resultó ser de plomo, y maniobra para ganar influencia, cuando menos ideológica, habrá que ver si en el futuro también práctica, en el espectro de la derecha. Dada la situación, si las circunstancias no acompañan al Partido Popular en los próximos meses o años, me atrevo a aventurar una ruptura en dicho partido. Coexisten en él demasiadas sensibilidades (desde Alberto Ruiz Gallardón a Angel Acebes y JMA) que se irán poniendo de manifiesto a medida que se prolongue la travesía del desierto y empiece a escasear el agua para compartir.
miércoles, febrero 16, 2005
La denominación de cosas y personas
He escuchado en la radio una cuña de propaganda electoral del PSOE acerca del referéndum sobre la Constitución Europea. El mensaje en alabanza de los artículos del tratado concluía diciendo que estaba financiado por el Partido Socialista. No quedaba, por tanto, claro si se trataba del partido socialista español o del portugués y, aún más significativo, se omitía la denominación de Obrero. Hasta ahora la referencia al PSOE como el Partido Socialista a secas se producía únicamente en debates, en encuentros de carácter informal, pero parece próxima su asunción por el propio partido. En tiempos de Felipe González ya se debatió la posibilidad de eliminar la denominación de Obrero, aunque se decidió en contra de hacerlo. Pero la tendencia parece inexorable. Confíemos que, en caso de producirse de un modo definitivo, la caída de la O de obrero de las siglas del PSOE se quede en un asunto estrictamente terminológico, aunque, no sé, algo me dice que sus implicaciones serían mayores de las que cabría achacar a un simple baile de letras.
Pero no es sólo en la izquierda del espectro político dónde se juega con las denominaciones. Habituados a modificar el orden de las cosas a su antojo, también a los poderosos les gusta alterar el nombre de las cosas, sobre todo el de aquéllas que les afectan directamente. Me he encontrado recientemente en la prensa con sendos artículos escritos por dos relevantes señores hasta ahora conocidos como Rodrigo Rato y Jesús Polanco, cuyos nombres aparecían en la prensa transformados en Rodrigo de Rato y Jesús de Polanco. Y es que la partícula ¨de¨ insertada entre el nombre y el apellido casa estupendamente con los egos inflados, el equivalente a un título nobiliario para los representantes más destacados de la casta de los comerciantes en el siglo XXI.
lunes, febrero 07, 2005
Campaña de la Constitución Europea
No es fácil generar ilusión hacia el ideal europeista, pero la campaña que está desarrollando el gobierno español en favor de la Constitución Europea resulta sonrojante. A la lista de figuras que encabezan su publicidad (Butragueño, Cruyff, Luis del Olmo) acaba de incluir nada menos que a Terelu Campos, otra destacada creadora de opinión en nuestro país. Va así quedando claro que los objetivos de la campaña no son otros que los futboleros y las marujas. Por otra parte, se ha sabido que las grandes empresas españolas (Telefónica, Iberia, los grande bancos, las grandes empresas eléctricas; en una palabra, los de siempre) solicitan también el voto afirmativo a la Constitución, lo que a mí personalmente me mosquea. Muy rara vez encuentro que los intereses de dichas macroempresas coinciden con los míos. Como europeista convencido que soy desde hace muchos años (a pesar de los múltiples defectos de forma y de fondo que sufre el proceso de construcción europea), me veo yendo a votar con la nariz bien tapada y los ojos cerrados.
miércoles, febrero 02, 2005
Los premios Goya
Próxima ya a su vigésima edición, la ceremonia de entrega de los premios Goya no consigue escapar de la sombra de los Oscar, de la que resulta un remedo bastante cutre como tuvimos oportunidad de comprobar el pasado domingo. La gala organizada por la Academia de las Ciencias y las Artes Cinematográficas de España, por cierto una denominación calcada de la academia norteamericana, resultó sosa, desvaída, recordando en ocasiones a una fiesta de colegio de fin de curso. No dudo que sus responsables pusieran la mejor voluntad, aunque está claro que ello no basta. En especial llama la atención el evidente desentendimiento respecto de la ceremonia por parte de muchos de los profesionales que conforman la academia, los máximos interesados por tanto en su buena marcha y en su mayor divulgación. ¿Por qué las parejas encargadas de la entrega de los premios fueron delegadas en profesionales de escasa relevancia cinematográfica? ¿Por qué esa profusión de profesionales ligados al mundo de la televisión, con especial atención a la serie Aquí no hay quien viva y Siete Vidas, representada por no menos de cinco de sus actores y actrices? ¿Por qué no estaban allí muchos de los grandes representantes de nuestra industria cinematográfica, por desacierto de los organizadores o por desinterés de los afectados? Se me ocurre pensar que los premios ganarían relevancia, y glamour, si fueran entregados por artistas de la talla de Carmelo Gómez, Carmen Maura, Tristán Ulloa, Juan Diego Botto, Julio Medem, Santiago Segura, Juanjo Puigcorbé, Paz Vega, Leonor Watling, Emma Suárez, Marisa Paredes, Nawja Nimri, Jordi Mollá, Sancho Gracia, Achero Mañas, etc. ¿Por qué muchos de ellos no estaban allí? ¿Es qué ellos mismos no creen en la ceremonia, no quieren verse ligados a ella salvo en caso de salir nominados? ¿Se imaginan al gremio del cine norteamericano dando la espalda a la ceremonia de los Oscar? Pues esa es precisamente la sensación que tuve respecto del gremio español viendo la ceremonia de entrega de los premios Goya.
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