He escuchado en la radio una cuña de propaganda electoral del PSOE acerca del referéndum sobre la Constitución Europea. El mensaje en alabanza de los artículos del tratado concluía diciendo que estaba financiado por el Partido Socialista. No quedaba, por tanto, claro si se trataba del partido socialista español o del portugués y, aún más significativo, se omitía la denominación de Obrero. Hasta ahora la referencia al PSOE como el Partido Socialista a secas se producía únicamente en debates, en encuentros de carácter informal, pero parece próxima su asunción por el propio partido. En tiempos de Felipe González ya se debatió la posibilidad de eliminar la denominación de Obrero, aunque se decidió en contra de hacerlo. Pero la tendencia parece inexorable. Confíemos que, en caso de producirse de un modo definitivo, la caída de la O de obrero de las siglas del PSOE se quede en un asunto estrictamente terminológico, aunque, no sé, algo me dice que sus implicaciones serían mayores de las que cabría achacar a un simple baile de letras.
Pero no es sólo en la izquierda del espectro político dónde se juega con las denominaciones. Habituados a modificar el orden de las cosas a su antojo, también a los poderosos les gusta alterar el nombre de las cosas, sobre todo el de aquéllas que les afectan directamente. Me he encontrado recientemente en la prensa con sendos artículos escritos por dos relevantes señores hasta ahora conocidos como Rodrigo Rato y Jesús Polanco, cuyos nombres aparecían en la prensa transformados en Rodrigo de Rato y Jesús de Polanco. Y es que la partícula ¨de¨ insertada entre el nombre y el apellido casa estupendamente con los egos inflados, el equivalente a un título nobiliario para los representantes más destacados de la casta de los comerciantes en el siglo XXI.
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