Los rumores se habían propagado coincidiendo con el inicio del curso hasta que nos alinearon a todos en el patio una fría mañana de otoño.
Con su acento raro y el silbo al cuello, la profesora de gimnasia, mirándonos a los ojos con gesto severo, anunció que este año nos iba a someter a una drástica cura de adelgazamiento. Las cosas han cambiado y ya no volverán a ser como antes, concluyó.
Sin tiempo casi para tragar saliva, con las articulaciones doloridas y el flato encogido, estábamos haciendo flexiones a golpe de silbato.
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