Publicada originalmente en 1990, Incendios –la traducción
literal de su título original: Wildlife, sería Vida salvaje- es una de las
obras menos conocidas del ya veterano escritor norteamericano Richard Ford. Una
novela corta que retrata la historia de una crisis, el proceso de extrañamiento
que sufren los tres miembros de una familia cuando de forma abrupta todo
aquello que hasta entonces se daba por sentado se torna imprevisible, incierto.
La disolución de los lazos familiares es vista a través de
los ojos del hijo, un adolescente sensible y taciturno, lo que potencia la
sensación de desvalimiento dada la frialdad emocional –tan anglosajona- de la
que es objeto por parte de sus progenitores y su falta de recursos a la hora de
tratar de comprender los mecanismos que rigen sus motivaciones, sus actos. La
historia tiene, en este sentido, un componente claro de novela de formación
Se trata de una familia de clase media-baja, sin raíces,
nómada, para cuyos miembros todo destino ofrece un carácter provisional, habituados
a vivir en casas alquiladas, impersonales, en localidades intercambiables del remoto
y poco sofisticado Noroeste americano, acostumbrados a empezar desde cero y a
confiar en su capacidad de improvisación para salir adelante.
Personajes pequeños, sencillos, de aquellos que pueblan la
micro-historia, cuyas expectativas están siempre más allá de la realidad: el
padre da clases de golf, un deporte al que no pudo dedicarse profesionalmente
por falta de aptitud física, y el hijo, cuyo carácter es más bien indolente,
aspira a estudiar en la exclusiva y elitista universidad de Harvard. Seres
frágiles, extraviados, a merced de los acontecimientos, de circunstancias a
menudo injustas y, en especial, de sus propias carencias.
La historia transcurre con el trasfondo de un gigantesco
incendio declarado en las montañas que motiva una breve ausencia por parte del
padre durante la cual se desencadenan los acontecimientos y que sirve como
metáfora, como contrapunto al otro: al incendio en escala que se ha declarado
en la familia. Sin embargo la pequeña tragedia, en apariencia, se ve
engrandecida por la sensación de vulnerabilidad que transmite al lector, ante
la cual resulta difícil no reconocerse.
La figura del empresario del que se enamora la madre
representa, además de una tabla de salvación ante la precariedad a la que
parece condenarle su marido, la encarnación de todo aquello de lo que ellos
carecen: seguridad material, bagaje, influencia, arraigo…
La historia, narrada desde el punto de vista del hijo,
refleja con acierto la inseguridad que se cierne sobre él, que nubla su futuro
ya de por sí precario; su rabia y frustración ante las circunstancias y su desconcierto
dada su incapacidad para reaccionar ante una situación que no ofrece culpables más
allá de una colección de sombras que se despliegan a su alrededor. Es su vulnerabilidad, su impotencia, ante la
que nos reconocemos y la que nos conmueve.
El estilo de Ford se sustenta en un naturalismo sobrio,
minucioso, contenido. Destaca su capacidad para los diálogos, trufados de
pequeñas afirmaciones sobre la vida, al modo de “máximas de bolsillo”, que
tanto el padre como la madre dedican a su hijo como si ello pudiera contribuir
a aminorar su desamparo y prepararle para la vida y que, a la postre, resultan reveladoras
para conocer sus motivaciones.
Una novela, en definitiva, de apariencia menor en la obra de
Richard Ford que en absoluto merece caer en el olvido.
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