Acostumbrados a leer libros en los que autores españoles de la
más variada condición describen sus
experiencias en Estados Unidos y nos transmiten sus impresiones sobre aquel país
–tan abundantes son los ejemplos disponibles que casi constituyen un género en
sí mismo, al cual también este reseñista añadió su particular granito de arena-,
la novela Saliendo de la estación de Atocha, de Ben Lerner, (Random House, 2013) ofrece un contrapunto, una
refrescante anomalía en la medida en que nos invita a indagar en las experiencias y la visión de
un norteamericano que ha recalado en nuestro país, en concreto en Madrid.
Adam es un joven estudiante y poeta embarcado en un proyecto
de investigación sobre el legado literario de la guerra civil española gracias
a la obtención de una prestigiosa beca ofertada por una institución de su país,
lo que le permite gozar de una estancia en Madrid alojado en un pequeño
apartamento en la Plaza de Santa Ana. Su exposición al contraste cultural, sus
dificultades para comunicarse dada su inseguridad al expresarse en la lengua
nativa junto a su interés por la poesía –el influjo de John Ashbery planea
sobre la novela- le invitan a desgranar abundantes reflexiones sobre el
lenguaje, la comunicación, la traducción y el acto creativo. Dada la biografía
de Lerner, cabe pensar que la premisa de la novela está basada en su
experiencia personal.
Pero es la compleja personalidad del protagonista la que se
adueña de la historia y le permite eludir el riesgo de caer en el cliché. Adam
resulta ser un joven desequilibrado psicológica y emocionalmente: adicto a los
ansiolíticos, dado al autoengaño, compulsivo, víctima de ocasionales ataques de
pánico, gran aficionado a los porros y al alcohol. Un tipo profundamente
inseguro, siempre a la defensiva, que se siente puesto a prueba en todo
momento, sea por la responsable en Madrid de la institución que le ha otorgado
la beca, por la sospecha de su falta de talento que le empuja a sentirse un
fraude y, en especial, por Isabel y Teresa, las dos mujeres con las que
establece una relación sentimental.
Es en su relación con ellas, siempre suspendidas en la indefinición,
en la ambivalencia, dada la ausencia de un compromiso firme, donde sale a
relucir el Adam más inmaduro, más imprevisible y atolondrado, en especial
durante las breves e improvisadas escapadas que hace con una u otra a Toledo, a
Granada y a Barcelona. Ante las mujeres no duda en comportarse en ocasiones como
un auténtico farsante, siempre en la sospecha de que son ellas las que en
última instancia juegan con él. Es quizás éste el aspecto que requiere una
mayor complicidad por parte del lector en la medida en que la caracterización
de dichas mujeres así como la relación que entabla con ellas se antojan idealizadas.
La trama se sustenta principalmente en el discurso, en la
visión un tanto desquiciada del protagonista, ya sea por las carencias de su
personalidad, por la dificultad añadida de comunicarse en una lengua que no es
la suya lo que da lugar a malentendidos, reales o potenciales, que acrecientan
su inseguridad y por tener que desenvolverse en una cultura ajena. Un discurso presentado
en primera persona y en tiempo pasado.
El atentado del 11M y sus repercusiones políticas ayudan al
lector a situar la historia en el contexto histórico al tiempo que otorga una
pátina de crudo realismo a las vivencias de Adam, como si fuera el detonante
que de forma inconsciente le empuja a superar su permanente estado de
indecisión, su inmadurez y a reafirmarse respecto a su lugar en su país de
acogida y también como poeta desde la aceptación de sus limitaciones.
Estamos, por tanto, ante una novela híbrida que contiene
elementos propios del relato de formación en tono de sutil comedia, con un
personaje desequilibrado en clave anti-héroe que incurre en comportamientos de
una cierta picaresca a la americana a fin de desenvolverse en el juego de
apariencias, real o proyectado, en el que se siente atrapado.