lunes, enero 09, 2017

Saliendo de la estación de Atocha

Acostumbrados a leer libros en los que autores españoles de la más variada condición  describen sus experiencias en Estados Unidos y nos transmiten sus impresiones sobre aquel país –tan abundantes son los ejemplos disponibles que casi constituyen un género en sí mismo, al cual también este reseñista añadió su particular granito de arena-, la novela Saliendo de la estación de Atocha, de Ben Lerner, (Random House, 2013) ofrece un contrapunto, una refrescante anomalía en la medida en que nos invita  a indagar en las experiencias y la visión de un norteamericano que ha recalado en nuestro país, en concreto en Madrid.

Adam es un joven estudiante y poeta embarcado en un proyecto de investigación sobre el legado literario de la guerra civil española gracias a la obtención de una prestigiosa beca ofertada por una institución de su país, lo que le permite gozar de una estancia en Madrid alojado en un pequeño apartamento en la Plaza de Santa Ana. Su exposición al contraste cultural, sus dificultades para comunicarse dada su inseguridad al expresarse en la lengua nativa junto a su interés por la poesía –el influjo de John Ashbery planea sobre la novela- le invitan a desgranar abundantes reflexiones sobre el lenguaje, la comunicación, la traducción y el acto creativo. Dada la biografía de Lerner, cabe pensar que la premisa de la novela está basada en su experiencia personal.

Pero es la compleja personalidad del protagonista la que se adueña de la historia y le permite eludir el riesgo de caer en el cliché. Adam resulta ser un joven desequilibrado psicológica y emocionalmente: adicto a los ansiolíticos, dado al autoengaño, compulsivo, víctima de ocasionales ataques de pánico, gran aficionado a los porros y al alcohol. Un tipo profundamente inseguro, siempre a la defensiva, que se siente puesto a prueba en todo momento, sea por la responsable en Madrid de la institución que le ha otorgado la beca, por la sospecha de su falta de talento que le empuja a sentirse un fraude y, en especial, por Isabel y Teresa, las dos mujeres con las que establece una relación sentimental.

Es en su relación con ellas, siempre suspendidas en la indefinición, en la ambivalencia, dada la ausencia de un compromiso firme, donde sale a relucir el Adam más inmaduro, más imprevisible y atolondrado, en especial durante las breves e improvisadas escapadas que hace con una u otra a Toledo, a Granada y a Barcelona. Ante las mujeres no duda en comportarse en ocasiones como un auténtico farsante, siempre en la sospecha de que son ellas las que en última instancia juegan con él. Es quizás éste el aspecto que requiere una mayor complicidad por parte del lector en la medida en que la caracterización de dichas mujeres así como la relación que entabla con ellas se antojan idealizadas.

La trama se sustenta principalmente en el discurso, en la visión un tanto desquiciada del protagonista, ya sea por las carencias de su personalidad, por la dificultad añadida de comunicarse en una lengua que no es la suya lo que da lugar a malentendidos, reales o potenciales, que acrecientan su inseguridad y por tener que desenvolverse en una cultura ajena. Un discurso presentado en primera persona y en tiempo pasado.
El atentado del 11M y sus repercusiones políticas ayudan al lector a situar la historia en el contexto histórico al tiempo que otorga una pátina de crudo realismo a las vivencias de Adam, como si fuera el detonante que de forma inconsciente le empuja a superar su permanente estado de indecisión, su inmadurez y a reafirmarse respecto a su lugar en su país de acogida y también como poeta desde la aceptación de sus limitaciones.         

Estamos, por tanto, ante una novela híbrida que contiene elementos propios del relato de formación en tono de sutil comedia, con un personaje desequilibrado en clave anti-héroe que incurre en comportamientos de una cierta picaresca a la americana a fin de desenvolverse en el juego de apariencias, real o proyectado, en el que se siente atrapado.


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