Si en las últimas décadas hemos conseguido poner bajo
control el hambre, la peste y la guerra, los tres principales problemas que
aquejaron a la humanidad durante milenios, ¿qué será lo que les remplace como prioridades
en la agenda humana? Es probable que los próximos objetivos sean la
inmortalidad, la felicidad y la divinidad. Se trata de una predicción histórica
- no significa que se vaya a lograr-, una forma de analizar nuestras opciones
actuales desde la base de una economía basada en el crecimiento perpetuo que necesita
proyectos interminables. La idea no es predecir el futuro sino desprendernos
del pasado e imaginar destinos alternativos.
Este es, en síntesis, el osado planteamiento inicial que el
historiador israelí Yuval Noah Harari, especializado en la historia del mundo y
los procesos macrohistóricos, presenta en Homo Deus: Breve historia del mañana,
su aclamado último libro publicado en España el pasado año por la editorial
Debate. A fin de desarrollarlo, Harari analiza la evolución del ser humano para
concluir que el factor crucial que facilitó nuestra conquista del mundo frente
a otras especies fue la capacidad de cooperar de manera flexible en gran número
gracias a nuestra creencia en órdenes imaginados, esto es normas que sólo
existen en nuestra imaginación pero son reales e inviolables. El lenguaje permite
a los humanos crear realidades nuevas cada vez más poderosas, de ahí que, según
Harari, para entender nuestro futuro no baste con descifrar genomas y calcular
números sino que es necesario desentrañar las ficciones que dan sentido al
mundo (naciones, religiones, instituciones multilaterales, dinero, son sólo
algunos ejemplos) las cuales adquirirán aún más poder con el empleo de las
nuevas tecnologías en el siglo XXI.
La parte central de Homo Deus está dedicada a entender los
mecanismos por los que los relatos han adquirido tanto poder gracias al
lenguaje y la escritura a fin de tratar de comprender el futuro. Y es que el
poder de las redes de cooperación humana depende de un delicado equilibrio
entre verdad y ficción, de ahí que sea fundamental esforzarse en distinguirlas pues
los ordenadores y la bioingeniería difuminarán sus límites al permitir a la
gente remodelar la realidad para ajustarla a sus ficciones favoritas lo que
puede abrir en la sociedad brechas de desigualdad hoy inimaginables. El pacto
moderno basado en el humanismo -la experiencia humana es la que da sentido al
mundo- supuso renunciar al sentido del hombre como pieza de un gran plan
cósmico a cambio del poder sustentado en el crecimiento económico y la fe en la
ciencia. Dicho proceso culminó con el triunfo de los ideales liberales –son los
que mejor se adaptan a la era de la información- a finales del siglo XX, los
cuales se verán socavados con el auge de las nuevas tecnologías posthumanistas una
vez la inteligencia se desconecte de la conciencia gracias a la capacidad de
los algoritmos en red para tomar decisiones más precisas y objetivas que los
humanos, poniendo en entredicho el sentido de principios como la libertad, el
libre albedrío o el individualismo.
Las nuevas tecno-religiones podrían conquistar el mundo
prometiendo la salvación mediante algoritmos y genes como ya hace el incipiente
“dataísmo” para quien el universo es un flujo de datos y el valor de cualquier
fenómeno o entidad está determinado por su contribución al mismo. El dataísmo
aspira a convertirse en una teoría global que unifique a todas las disciplinas
científicas, así la economía sería un mecanismo para acopiar datos sobre deseos
y capacidades y transformarlos en decisiones. Las revoluciones tecnológicas
dejan ahora rezagados a los procesos políticos y el dataísmo que empezó como
una teoría científica neutral está mutando en una religión que pretende
determinar lo que está bien y lo que está mal. Por ello Harari establece la
necesidad de un examen crítico del dogma dataísta como el mayor reto científico
y el proyecto político y económico más urgente del siglo XXI ante el peligro de
que la autoridad de los algoritmos pueda acabar desplazando a la especie humana
hacia la irrelevancia.
El objetivo de Homo Deus, según el propio Harari, es
estimular el pensamiento imaginativo sobre nuestro futuro con la idea de
ampliar el espectro de opciones y lo hace posible gracias a su maestría en
diseccionar el sentido de largos procesos históricos y a su capacidad de
síntesis que remite a la famosa secuencia de 2001 Una Odisea en el Espacio, esa
en la que el hueso que el mono ha aprendido a blandir como un arma una vez
arrojada al aire se transforma en una base espacial. Su propósito es imaginar
los retos del mañana dejando claro que se trata de probabilidades, eso sí,
siempre argumentadas de forma impecable, proyectando la secuencia histórica
hacia el futuro inmediato para concluir con una advertencia dirigida a la
especie humana al modo de un profeta ilustrado.
La obra de Harari se encuadra en la tendencia que explora la entera secuencia histórica a través de un enfoque posmoderno, extrayéndola del marco tradicional y sometiéndola al empleo de perspectivas novedosas o cruzándola con otras disciplinas como hiciera Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero con la biología evolucionaria y la geología, llevándola en Homo Deus al extremo de fusionarla con la ciencia ficción. A tal fin, gracias a un conocimiento enciclopédico que le permite recalar en cualquier punto del globo o revisar un acontecimiento en cualquier tiempo histórico, Harari realiza incursiones en las más diversas disciplinas: ciencias naturales, artes, psicología, biotecnología, ingeniería genética, nanotecnología, teología, economía y otras, evitando el academicismo e incluyendo aspectos de la cultura pop. Si sale triunfante es gracias a su prodigioso sentido del relato, a su capacidad de síntesis, a su dominio inter-disciplinar y a sus dotes para la argumentación que incluye destellos de humor en no pocos de los ejemplos empleados, que hacen de Homo Deus una lectura a un tiempo rigurosa y accesible, amena y persuasiva, provocadora y en absoluto dogmática.
2 comentarios:
La verdad es que ha conseguido interesarme con su reseña. Sonará estúpido, pero a veces pienso que menos mal que no viviré en ese futuro. Me gustaría pensar que todas esas posibilidades infinitas al que parece apuntar harán de la humanidad una especie mejor, pero estoy más cercano a pensar que más bien certificarán el dominio de los pocos sobre el resto. Un cordial saludo y gracias por la recomendación.
El desarrollo de la ingeniería genética y de la biotecnología abrirán unos interrogantes que ahora mismo ni somos capaces de imaginar. Junto al debilitamiento del humanismo que en teoría debería ayudarnos a tomar las decisiones que plantea la aplicación de los avances científicos desde una perspectiva moral plantea un escenario en verdad terrorífico. La posibilidad de que sean sólo las élites quienes accedan a sus ventajas a fin de consolidar de forma irreversible su dominio rompería la idea de humanidad tal y como la hemos entendido hasta ahora. Por otro lado está la amenaza de la inteligencia artificial y del dataísmo que desgajarían la inteligencia y la toma decisiones de la conciencia humana. Un proceso que ya ha comenzado. Son cuestiones que hacen de Donald Trump una simpática anécdota, créame. Desde luego, la travesía promete con olas de quince metros. Cordial saludo.
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