Todo el mundo coincide en que España presenta en los últimos tiempos síntomas de ser un país, una sociedad desquiciada. Otra cosa es que semejante vision se ajuste a la realidad, que no lo parece. Se trataría por tanto de una percepción, eso sí, generalizada. ¿Por qué es esta la impresión dominante? Desde luego, hay mucha gente a quien interesa promoverla. Basta, como en las novelas de crímenes, en pensar quiénes saldrían beneficiados si se produjera una desestabilización de la sociedad en el momento actual. No hace falta ser demasiado listos para atar cabos. Lo malo es que quienes promueven semejante estado de cosas en nuestro país se encuentran con terreno abonado. He tenido la oportunidad de vivir en diversos países pero en ninguno se daba tanta cobertura a las declaraciones de los responsables políticos. A lo sumo, se recogían sus impresiones o afirmaciones realizadas en algún acto político o institucional. Pero por regla general los medios de comunicación se ceñían a informar o comentar sobre hechos y actuaciones. No ocurre así en nuestro país, donde los políticos gozan de barra libre para efectuar cuantas declaraciones se les pasen por la cabeza, sabiendo de antemano que gozarán de una amplia cobertura, suceptible además de crecer si sus palabras resultan intempestivas o provocadoras. Basta recordar el eco que la prensa nacional prestaba a los ¨sermones¨ dominicales de Xabier Arzalluz coincidiendo con la inauguración de algún batzoki. Los casos abundan. En la actualidad sorprende, por ejemplo, la locuacidad del ministro de Defensa, José Bono, quien no deja pasar un día sin efectuar algunas declaraciones relacionadas con los asuntos más diversos. Por supuesto sus palabras son recogidas de inmediato por todos los medios de comunicación, tengan o no que ver con materias directamente relacionadas con su ámbito de decisión. Basta leer un periódico un día cualquiera para encontrarlo rebosante de declaraciones de todo tipo, siempre a cargo de los mismos personajes, señores y señoras con responsabilidad política que se manejan con el rigor de parroquianos en la barra de un bar. En definitiva, creo que la responsabilidad es compartida por políticos y medios de comunicación, que parecen alimentarse mutuamente. Son ellos quienes ceban a la opinión pública, del mismo modo que hacen los programas de dimes y diretes en la televisión. En un mundo ideal, la sociedad estaría lo bastante instruída para separar el grano de la paja. Pero España dista mucho de ser un mundo ideal, aunque esté también bastante lejos del grado de desquiciamiento que algunos pretenden atribuirle.
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